Hace unos días recibí la llamada de un amigo que conozco desde hace varios años. Él trabaja en una institución de inspiración católica (muy conservadora), la cual es competencia directa de la institución en donde trabajo. Después de preguntarme sobre mis actividades laborales, me pidió un favor: él estaba promocionando un cierto producto para empresarios y, como no involucraba lo mismo que yo manejo (pero que sí es oferta de otro departamento de mi trabajo), me pidió de favor que le pasara los datos de contacto de empresarios con la finalidad de hablarles y enviarles información para promoción.
Después de despedirme cortésmente y concluir la llamada, me puse a reflexionar sobre la conversación. Desde el punto de vista de la ética meramente humana (sin involucrar el aspecto religioso), lo que me proponían era una violación a lo que se conoce como secreto industrial, que faltara al compromiso que tengo con mi trabajo (en virtud no sólo de un contrato firmado, sino de un convencimiento profundo de vivir la honradez) de no revelar a terceros información que uso dentro de mi trabajo. No se trata solamente de faltar a un compromiso legal, sino de defraudar la confianza que una institución ha puesto en mí, de traicionar la lealtad que debo tener hacia ella: en resumen, es algo que va contra la ética (y por tanto, contra mi religión).
Yo le conozco desde hace tiempo y me sorprende su comportamiento porque sé que ha llevado una formación religiosa bastante profunda y dudo mucho que él haya actuado por instrucciones de su institución, más bien pienso que no le dedicó el tiempo necesario a reflexionar sobre las implicaciones morales y éticas de lo que me solicitaba, pero de cualquier forma, el hecho es el mismo.
Arun Gandhi, nieto de Mahatma Gandhi dijo esto sobre su abuelo:
"Pasaba horas estudiando la Biblia y la vida de Cristo. En particular le gustaba la filosofía expuesta por Cristo en el Sermón del Monte. Tenía muchos amigos cristianos. Al preguntársele por qué no se convertía al cristianismo, respondió: «Cuando usted me convenza de que los cristianos viven conforme a las enseñanzas de Cristo, seré el primero en convertirme»."
Por una parte, este pensamiento de Mahatma Gandhi es entendible, incluso hay un elemento que comparto: somos demasiados cristianos (por el bautismo) en el mundo (en el año 2007 éramos alrededor de 1147 millones de católicos en el mundo, un 17.2% del total mundial), sin embargo, muy pocos de ellos en verdad estamos convencidos de nuestra fe y vivimos de acuerdo con ella por lo que damos un triste testimonio. Creo que la llamada que recibí es un ejemplo claro de cuando los católicos con formación no damos testimonio de nuestra fe… y por ello muchas personas (no sólo Gandhi) se alejan de la religión católica.
Los primeros cristianos eran admirados por la comunidad principalmente por la firmeza con la que vivían su fe, de ellos llegaron a decir "miren cuánto se aman". El libro de los Hechos de los Apóstoles nos narra cómo vivían esas primeras comunidades, cómo eran un ejemplo de la vivencia del Evangelio: “se dedicaban continuamente a las enseñanzas de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a la oración. Todos los que habían creído estaban juntos y tenían todas las cosas en común; vendían todas sus propiedades y sus bienes, y los compartían con todos, según la necesidad de cada uno. Día tras día continuaban unánimes en el templo y partiendo el pan en los hogares, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios y hallando favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día al número de ellos los que iban siendo salvos. (Hch 2, 42.44-47)
El mismo Señor Jesús dijo: “No todo el que me dice: «Señor, Señor», entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt 7,21).
Desgraciadamente, muchos de los que nos confesamos católicos no damos testimonio de lo que es nuestra fe. Tenemos una moral laxa donde el ser bueno se resume en no robar y no matar, cuando lo que nos piden los diez mandamientos es solo una parte y es el mínimo de lo que debemos hacer.
El Sermón de la Montaña (Mt 5, 1-16; Lc 6, 20-38) al que hacía referencia Mahatma Gandhi no es otra cosa que las Bienaventuranzas, una especie de código de conducta de las virtudes que debemos tener.
El tesoro que hemos recibido (el ser hijos de Dios por el bautismo) es tan grande que nos exige una vida ejemplar, debemos ser la "luz del mundo", es decir, guía para con otras personas.
San Josemaría Escrivá de Balaguer, santo español, escribió a este respecto: "Ojalá fuera tal tu compostura y tu conversación que todos pudieran decir al verte o al oírte hablar: éste lee la vida de Jesucristo." (Camino, n. 2), lo cual nos da una pequeña muestra de lo que se espera de nosotros.
Si bien Gandhi tiene razón al exigirnos congruencia (pues en realidad es una exigencia que se deriva de nuestra condición de bautizados), no la tiene (como muchos otros más) al condicionar su fe al testimonio de vida que los cristianos damos, ya que en ese caso en lo que él creería sería en los hombres, en las personas, no en Dios.
Jesús al referirse a los fariseos dijo: “hagan y observen todo lo que les digan; pero no hagan conforme a sus obras, porque ellos dicen y no hacen” (Mt 23,3). Por desgracia, nosotros mismos nos convertimos en fariseos ante los demás cuando no vivimos de acuerdo a nuestra fe, cuando nos decimos “creyentes pero no practicantes” o cuando simplemente damos un mal ejemplo ante los demás.
Ejemplos podemos citar tantos como queramos, pero nuestra fe no se basa en el ejemplo de los demás, no creemos en los cristianos, sino en Dios Uno y Trino, debemos ver más allá de los malos ejemplos y ver la riqueza de la doctrina de Cristo, ver los ejemplos buenos que tenemos (los santos) y, al final, vivir nuestra vida conforme a nuestra fe independientemente de que los demás lo hagan o no.
Si Gandhi (y con él, mucha gente más) estaba convencido de la riqueza de las enseñanzas de Cristo pero no del triste testimonio que damos los creyentes, lo congruente sería creer en Dios y dar un excelente ejemplo de la vivencia de fe con la propia vida.
Una última observación: el deber del autentico cristiano es no sólo mostrar la falta del otro con caridad y prudencia, sino que tenemos que ir más allá y hacer lo posible porque esa persona enmiendo su yerro (recordemos que esa es una de las obras de misericordia espirituales): corregirlo, hacer oración por esa persona pero, muy especialmente, dar un buen ejemplo de la fe, ya que el testimonio arrastra más que cualquier palabra.
Hola Toño:
ResponderEliminarHe vuelto de las vacaciones. Cortas, pero intensas.
Una reflexión que invita a ver si realmente somos cristianos por convicción o por tradición (a veces pesa más lo segundo).
Ya nos veremos en el Facebook.
Saludos Amigo
Hola!!! No soy católica, soy cristiana evangélica, realmente me gustó mucho su artículo. Muchas gracias :) Que Dios los bendiga!!!
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