domingo, 27 de febrero de 2011

Ser o no ser, he ahí el dilema

En los concursos de literatura se acostumbra que el autor debe firmar con un pseudónimo y entregar en un sobre cerrado, con la finalidad de no influenciar a los jueces en caso de que sea conocido por ellos o que sea un personaje de renombre. Sin embargo, no está permitido ponerse por pseudónimo el nombre de alguna persona renombrada en el área, por ejemplo, “Miguel de Cervantes” o “William Shakespeare”, por citar algunos.
Para nosotros es claro que si me hago pasar por otra persona, puedo ser acreedor a una demanda. No puedo, tampoco, escribir algo y atribuírselo a otra persona.
Estas cosas que nos quedan hoy muy claras, en la antigüedad no lo eran tanto. Pongo un ejemplo. Durante mucho tiempo se atribuyó a san Pablo la Carta a los Hebreos, pero un análisis detallado de la redacción da a entender que fue alguien más quien la escribió pero firmó como san Pablo. Así sucedió también con el Apocalipsis de san Juan (que no es el mismo Juan que el de los evangelios) y con otros libros más. A este fenómeno los estudiosos de la Biblia le llaman “pseudoepigrafía”, es decir, que el libro se le atribuye a alguien más.
Esto sucedía principalmente porque entonces tendría mayor “peso” en la comunidad si se decía, por ejemplo, que venía del apóstol san Juan que si venía de un “ilustre desconocido”. Como ya insistí anteriormente, la autoridad de un libro de la Biblia no deriva de su autor humano, sino de Dios mismo.
El caso es que mucha gente comenzó a escribir acerca de Jesús (aunque no siempre cosas verdadera) y, en vez de “asumir” la autoría, se le colgaba el “milagro” a un apóstol, evangelista o personaje muy conocido en la Iglesia Antigua. Así nacieron los evangelios de Felipe, Tomás, Marción, María Magdalena, Judas, Juan (un evangelio apócrifo, no el de la Biblia), el pseudo-Mateo, Nicodemo, Bartolomé y un largo etcétera.
El concepto de “apócrifo” para nosotros tiene un significado muy relacionado a “malo, perverso, secreto, perjudicial”, cuando en realidad el significado original (y que es el que por lo menos usa la Iglesia cuando se refiere a estos escritos) es “separado”, es decir, son todos aquellos libros que no han entrado en la lista de los reconocidos como inspirados por Dios (canon) pero que no necesariamente quiere decir que sean “malos” y debe evitarse terminante su lectura.
Para muestra, un botón. ¿En dónde se dice que los padres de la Virgen María son san Joaquín y santa Ana? Si leemos al derecho y al revés, jamás encontraremos ni la más mínima alusión al respecto. Pero si leemos el “Evangelio de la Natividad de María”, ahí encontraremos ese dato (junto con otros más). ¿Eso quiere decir que es malo? No. Simplemente que, en su origen, no es Dios quien inspira al escritor.
¿Cómo se distingue al inspirado del no inspirado? Muy buena pregunta. Hay varios criterios. Algunos de ellos son:
  1. Unidad y coherencia interna: algunos libros están en franca discordancia con el resto de los demás. Esto es inadmisible teniendo en cuenta que sólo hay un autor (Dios) aún y cuando haya diferentes escritores. Algunos evangelios de la infancia de Jesús nos lo presentan como un niño berrinchudo que incluso llegó a matar a uno de sus compañeros porque destrozó unas palomitas de barro que él hizo. Creo que es más que evidente que no es el Jesús que vino a predicar y vivir el amor hasta el dar la vida por todos. Cuando un libro simplemente no está de acuerdo con los 73 de la Biblia, no es inspirado.
  2. Antigüedad: Evidentemente un evangelio debe ser cercano a su redacción a la fecha en que Jesús vivió (no esperaría que alguien redactara con validez un evangelio en pleno s. XX, aunque hay quien asegura haberlo hecho). Hay evangelios apócrifos que datan de la Edad Media.
  3. Uso de la comunidad: Este es un criterio sumamente importante. Las primeras comunidades cristianas comenzaron a usar para su oración y su liturgia textos que ellos reconocían como inspirados por Dios y quedaron consignados en leccionarios y otros documentos. Se dio una cierta uniformidad entre numerosas comunidades sobre los libros que ellos usaban. Se generan “listas” de los libros, algunas tan antiguas como el Fragmento Muratoriano (s. II o IV, sólo NT) Concilio de Roma (llamado decreto de Dámaso, 382) o el de Hipona (393) que incluyen todos los libros que actualmente usamos. Es muy importante este criterio, porque no es el de la “jerarquía” (como muchas veces se nos ha hecho creer), sino de la comunidad que, inspirada por el mismo Dios, lo reconoce a Él como autor de ciertos libros.
Si bien la lista “definitiva” se promulgó en el Concilio de Trento (8 de abril de 1546), lo único que se hizo fue poner por escrito la usanza de siglos de la Iglesia, recopilando los textos que ya desde las primeras comunidades se usaban, tomando en cuenta evidencias antiguas (códices, leccionarios), listas (como el Decreto de Dámaso) que evidenciaban que, desde su inicio, la fe de la Iglesia los reconocía como inspirados por Dios.
Hay unos cuantos evangelios apócrifos que abordaré con mayor detenimiento (uno de ellos lo leía completo, el otro aún no del todo), pero que fueron motivo de controversia en los últimos años: el de Tomás (abordado en la película Estigma) y el de Judas (que la revista National Geographic publicó con bombo y platillo hace pocos años).

miércoles, 23 de febrero de 2011

Una larga historia jamás contada


El viernes pasado falleció un familiar muy querido. Debido a esta situación, no me fue posible preparar la entrada del domingo, por lo cual agradezco su comprensión. Les pido una oración por el eterno descanso de Guadalupe López de Mendoza, a cuya memoria dedico la presente entrada.

La forma con que la Biblia fue escrita no es semejante a, por ejemplo, uno de literatura, o de texto escolar, sino que siguió varios procesos.
Códice Vaticano
Casi todo comienza con las “tradiciones orales”, que bien pueden ser las predicaciones (directamente de los apóstoles y profetas) o de relatos orales (como el caso de algunos libros del género histórico) los cuales van siendo puestos por escrito. Con esto quiero decir que, por ejemplo, el libro del profeta Isaías no necesariamente fue escrito por él.
Como cada escritor tiene un estilo propio de redacción (y eso lo podemos distinguir no sólo en la literatura, sino en la vida diaria, desde la forma en tomar los recados), es posible, con un estudio detallado, identificar las diversas “manos” que intervienen en la redacción. ¿En qué se fijan los estudiosos? En formas verbales (uso de voz activa o pasiva, de ciertos tiempos o modos), en estructura gramatical, en palabras que el autor gusta usar (en san Juan por ejemplo “verdad”), el uso de ciertos “modismos”, de estructuras de discursos, temas, referencias históricas, etc.
De esta forma podemos identificar a varios autores en el mismo libro. Por ejemplo, el libro del profeta Isaías fue redactado al menos por tres diferentes profetas, separados no sólo por el estilo, sino por el tiempo: los primeros 39 capítulos son del s. VIII a.C., del 40 al 55 en el s. VI a.C. (durante el destierro en Babilonia) y los últimos capítulos son del s. V a.C. (al regreso del exilio), lo cual significaría que el profeta… ¡vivió alrededor de 400 años!
Creacion de sol y luna (Miguel Ángel)
El libro del Génesis tiene dos relatos de la creación. El primer capítulo estructura en seis días la creación (y el séptimo día, el sábado judío, “descansó” Dios), en donde el punto final es el hombre. Pero en el segundo, el hombre es el inicio de la creación, los cielos y la tierra y todo fue hecho para él. ¿Entonces se contradice la Biblia? ¿Cuál de los dos relatos es verdadero? ¿Primero el mundo y luego el hombre o al revés? Nuevamente, regresamos al punto que el fondo es lo importante, no la forma: el mensaje es “todo depende de Dios”.

León de San Marcos (Venecia)
Se dice, por ejemplo, que el Evangelio de san Marcos en realidad es fruto de la predicación del apóstol Pedro. ¿Cómo se sabe? El capítulo 10 del libro de los Hechos de los Apóstoles narra una predicación de san Pedro a Cornelio, un centurión romano. El “esquema” (contenido) de dicha predicación es prácticamente el índice del Evangelio de san Marcos (que de hecho, en tiempo, es anterior al todos los libros del Nuevo Testamento), por lo cual asumimos que Marcos fue el secretario de Pedro durante su ministerio en la ciudad de Roma.
Otro ejemplo más es el Evangelio de san Juan. En el último versículo del capítulo 20 el autor da por concluido el evangelio, sin embargo todavía se le adiciona un capítulo extra, con un estilo muy similar, pero no idéntico. Más aún, el libro del Apocalipsis del Apóstol san Juan muy probablemente no sea de él, sino de alguien más, sobre todo por el estilo de redacción, las diferencias en la gramática y algunos otros puntos más.
El Apóstol san Juan
El punto fino aquí es que no siempre el redactor es el mismo que el predicador (en casi todo el Nuevo Testamento sí corresponde, excepto tal vez algunos fragmentos y el Apocalipsis), pero no debe ser motivo para desdecir la validez del texto, porque el origen o valor del contenido no depende directamente del escritor, sino de la inspiración divina. El garante, en último caso, es Dios mismo, no “Isaías”, “Oseas”, “Baruc” o “Moisés”.
Esto nos conecta a un punto escabroso, que abordaremos en la próxima entrada (que prometo será en domingo): los libros apócrifos, o lo que es lo mismo, ¿Cómo distingo un libro inspirado de uno que no?

domingo, 13 de febrero de 2011

¿Dónde está el original?

Códice Sinaítico

Nunca he tenido la oportunidad de estar frente al documento original del Acta de Independencia de México, pero estoy seguro que hacerlo sería una experiencia maravillosa. No porque las copias que se han hecho no valgan, sino porque pensar en el momento histórico completo, en los actores involucrados y en los sucesos posteriores me ayuda a valorar mejor la independencia de la que gozamos.
Tal vez, en algún momento, nosotros hemos pensado, ¿dónde están los documentos “originales” de la Biblia? Es decir, queremos saber si en alguna biblioteca se encuentra el pergamino donde Moisés escribió “de su puño y letra” el libro del Génesis, o en donde san Juan escribió su Apocalipsis.
La mayoría cree, erróneamente, que dichos documentos se guardan celosamente en el Vaticano, o en Jerusalén, o en algún museo británico (ya que ellos tienen la costumbre de coleccionar artículos de otras culturas). Digo erróneamente porque hay un “pequeño” detalle: no existe el documento original. Lo repito, no existe ningún pergamino, manuscrito, estela o lo que se le parezca que haya sido escrito por el autor de cada libro.
Entonces, ¿de dónde viene nuestra Biblia? ¿Cómo sabemos que es verdad lo que dice y que no se le han agregado cosas? Para eso vienen a nuestro rescate los códices, papiros, leccionarios y versiones y claro, la crítica bíblica, rama científica de la teología bíblica que se encarga de estudiar dichos documentos y discernir el contenido “original”.
Los idiomas originales del Antiguo (AT) y Nuevo Testamento (NT) son:
  1. Hebreo: Casi todo el AT, con excepción de algunos pasajes.
  2. Arameo: Algunos pasajes de Esdras y Daniel fueron escritos en esta lengua que sustituyó al hebreo aproximadamente el siglo VI.
  3. Griego: Algunos pasajes de Daniel y Ester, los libros de la Sabiduría, el Segundo de los Macabeos, y todo el Nuevo Testamento. Hay una traducción del AT llamada de los LXX (porque, de acuerdo con la leyenda, fueron 72 ancianos los que la tradujeron por separado pero con resultado idéntico) que se realizó en Alejandría de Egipto en el s. III a.C. para los judíos egipcios de habla griega.
Como podemos apreciar, NO hay ningún libro escrito en latín ni mucho menos en inglés, francés, alemán, etc., por lo que, al revisar una Biblia, si ésta dice “traducida del inglés” (o alguna lengua no-original), podemos asumir que es la traducción de una traducción (y será menos fiel que una traducida directamente del idioma original).
Moisés (Miguel Ángel)
Se estima que hacia el año 1000 a.C. se realiza la primera puesta por escrito de algunos fragmentos del Génesis, Éxodo, Levítico, Deuteronomio y Números (el Pentateuco), lo cual significaría que el original tendría aproximadamente 3,000 años, sin el tratamiento adecuado dudo mucho que pudiera sobrevivir tanto tiempo. Los últimos libros se escribieron en el año 100 ó 150 de nuestra era (Apocalipsis y la Segunda Carta de Pedro). Pero aún no he respondido a la pregunta ¿Cómo ha llegado a nosotros la Biblia?
Si bien no existen originales, sí tenemos disponibles copias de los originales en el idioma original: una vez que el o los escritores (pues algunos libros, como Isaías tienen más de un autor, pero eso lo abordaremos en otra entrada) realizaron su redacción, se hicieron copias de las mismas para poderlas leer en las reuniones de oración.
De esas copias, a su vez, se hicieron otras, y así siguió la cadena hasta nuestros días. Pero entonces, ¿Qué o quién garantiza que no se haya desvirtuado? Por un lado, tenemos al Espíritu Santo que, al ser Él quien ha transmitido su Palabra, continúa asistiendo a los transcriptores para que no traicionen el texto original, pero por otro lado, entran en acción los estudiosos de la Biblia.
Las copias más antiguas e importantes de las que disponemos son las siguientes:
  1. Manuscrito de Leningrado: data del año 1009, es el texto más antiguo de la Biblia en hebreo completo.
  2. Códice de Aleppo: De Damasco, de alrededor del año 930. Mutilado en 1947 por disturbios antijudíos. Está en hebreo.
  3. Códice del Cairo: del año 895, recopila los libros de los profetas, también en hebreo.
  4. Los fragmentos de Qumrán: comunidad esenia cercana al Mar Muerto, tiene manuscritos del s. III a.C. al I de nuestra era que contienen fragmentos de casi todos los libros del AT y fragmentos del NT. Fueron encontrados en 1947 y ayudaron a verificar la fidelidad de las demás copias. Están en hebreo.
  5. Códice Vaticano: al parecer proviene de Egipto o Cesarea de Palestina, y fue copiado en el s. IV. Le faltan los primeros 46 capítulos del Génesis, algunos salmos y cartas del NT. Resguardado en la Biblioteca Vaticana y está escrito en griego.
  6. Códice Sinaítico: Al parecer tiene el mismo origen geográfico y la misma fecha que el anterior, contiene el NT completo y el AT con lagunas. Descubierto originalmente en el monasterio de Santa Catalina, al pie del monte Sinaí (de ahí el nombre del Códice), se “repartieron” las hojas del mismo en el British Museum (la mayoría), en Leipzing y en el mismo monasterio. Actualmente está en marcha un proyecto muy importante de digitalización del contenido. En el siguiente link ustedes pueden ver el manuscrito digitalizado, su transcripción en griego y, para algunos versículos, su traducción al inglés: http://www.codexsinaiticus.org/en/manuscript.aspx 
  7. Códice Alejandrino: en griego, del s. V, actualmente en el Museo Británico. Contiene AT y NT con muchas lagunas.
Captura de pantalla de la página del Códice Sinaítico

Lo que la crítica textual (bíblica) hace es comparar cada uno de los textos anteriores (junto con traducciones antiguas como la Vulgata de san Jerónimo) y buscar la redacción más fiel, en base a la antigüedad, autoridad y coincidencias de los manuscritos, apoyándose claro está en elementos lingüísticos de las lenguas originales.
Más que preocuparnos las inexistencia del manuscrito original, debemos valorar nuevamente nuestras traducciones que disponemos, que son fruto de un arduo trabajo científico, pues créanme, no es cosa de poca monta hacer un estudio tan exhaustivo y con tanta delicadeza como éste: se requiere un conocimiento profundo de las lenguas originales (hebreo, arameo y griego) que ya no se hablan en la forma que tenían en ese tiempo, también de la cultura, historia, geografía propias de cada época, así como el estudio de cada uno de los códices y documentos para poder hacer una edición que busca fidelidad al original. Ocasionalmente encuentran “diferencias” entre los códices (uno dice “los”, otro “estos” y uno más simplemente lo omite), pero esto no afecta el fondo, el contenido, el mensaje, sólo la forma.
En las siguientes entradas profundizaremos más en el cómo estos textos han llegado a nosotros y abordaremos un asunto controvertido: los escritos apócrifos, tema de discusión de películas, libros y revistas.
Gran parte de esta entrada lo saqué del libro “Escucha Israel” del Dr. Carlos Junco Garza.

lunes, 7 de febrero de 2011

Cada estilo es un mundo


El primer libro que leí de Gabriel García Márquez no fue “Cien Años de Soledad”, sino “El otoño del patriarca”, que pertenece al realismo mágico, género literario que mezcla de forma admirable y verosímil elementos mágicos y fantásticos con elementos de la realidad. La novela trata de un dictador sudamericano (sin aludir a ningún gobernante actual… la novela se publicó en 1975) que incluso ha vendido el mar a los extranjeros, por lo que de la noche a la mañana, su país se quedó sin litoral, pues se llevaron (literalmente) el mar. Este hecho en la novela se pinta como “real”, aún cuando sabemos que físicamente no sería posible.
Para la gran mayoría de nosotros es obvio que cuando leemos El Señor de los Anillos, Cien Años de Soledad, las Crónicas de Narnia, el Código Da Vinci y muchos etcéteras, nos encontramos ante libros fantasiosos, de ficción, cuyo género literario (épico, realismo mágico, novela policiaca) implica que no puedan ser leídos (e interpretados) de la misma forma que un libro de texto por ejemplo, o de poesía, o novela histórica.
Cada género literario tiene tres elementos que lo hacen diferente de los demás: un tema (ordinariamente la fábula busca una enseñanza), una estructura (la poesía usa rima, ritmo, métrica, etc.) y un estilo propio (ciertas formas de expresión, como las metáforas).
¿Esto también sucede con la Biblia? ¿Todos los libros son del mismo género literario? ¿Se deben leer del mismo modo?
Hay numerosos estilos literarios dentro de la Biblia, lo que hace aún más compleja la interpretación y actualización del mensaje. Los más importantes son:

1. Mítico.
Mito no se considera “falso”, sino que busca responder a interrogantes profundas del hombre (el origen del mundo, de sí mismo, etc.) y se caracteriza por usar un lenguaje simbólico.
Ejemplo claro son los relatos de la creación (sí, en plural, porque hay dos en el libro del Génesis), del pecado original y la torre de Babel. Lo importante del mito no es la historia (es el elemento simbólico), sino el mensaje que transmite: todo ha sido creado por Dios, el hombre lo desobedeció, etc.


2. Evangélico.
San Juan Evangelista
Podemos pensar que el Evangelio es la “biografía” de Jesús, pero no es así. Es la transmisión del mensaje que Él vino a darnos (Evangelio en griego significa buena noticia). Por esa razón, muchos datos biográficos se omiten y lo importante es el mensaje (el Reino de Dios ha llegado, y todo lo que ello implica) y la figura del Jesucristo (Jesús es el Cristo, Hijo de Dios y Salvador).
Los evangelios son el testimonio de quienes lo vieron y lo oyeron, por eso no hay un Evangelio escrito por Jesús y buscan transmitirnos sus enseñanzas, no su biografía. Cada uno de los evangelistas tiene su visión, su público y su estructura definida, por eso hay diferencias entre ellos. Por ejemplo, Juan le escribe (alrededor del año 100) a una comunidad ya madura en su fe, en tanto que Marcos pone por escrito la predicación que escuchó a san Pedro en forma de evangelización fundamental.

3. Histórico.
Aquí hay que ponerle entre comillas, paréntesis y muchas anotaciones, pues no se trata de historia en el sentido riguroso del término (investigación, fuentes, hechos concretos, datos…).
En ellos se narran acontecimientos pasados, donde lo importante no es la precisión histórica, sino el hecho de que en medio de la vida diaria Dios se hace presente y actúa a favor de todos los hombres. El error consiste en tomarlos como una crónica de los acontecimientos.
En el caso de los Hechos de los Apóstoles, narra los primeros pasos de la comunidad cristiana y cómo eran capaces de descubrir la mano de Dios en cada acontecimiento.

4. Legal o Jurídico.
Dicta normas, preceptos, leyes, como el Levítico y el Deuteronomio. Debe entenderse en el contexto histórico, social y cultural en el que fue escrito.

5. Epistolar.
Son cartas y epístolas (bíblicamente la primera se dirige a una comunidad y la segunda a una persona en específico) escritas con la finalidad de transmitir una enseñanza y profundizar en la fe de los destinatarios. Ordinariamente tiene una parte dirigida a resolver una problemática muy específica de la comunidad.

6. Profético.
El profeta Miqueas
El profeta habla en nombre d<e Dios (con su autoridad) y gira en torno a dos verbos: anunciar y denunciar.
Anuncia que viene la salvación, que Dios ama a su pueblo, que Él es fiel a sus promesas y que ama al hombre, que enviará a su Mesías a rescatarnos.
Denuncia la opresión, la injustica, el pecado, lo que ofende y aparta de Dios, y confronta al hombre para que cambie su conducta, “enderece” sus caminos y regrese a Dios. Ordinariamente el profeta usará su propia vida (o elementos de ella), visiones e imágenes para ilustrar su predicación.
Se mueve en dos dimensiones del tiempo: le recuerda al pueblo que tiene una promesa de Dios (que vendrá Él a salvarlo, es dimensión futura) pero que para ello necesita desde ya prepararse para recibir esa salvación (dimensión presente): en resumen, “si quieres salvarte, cambia tu vida”.

7. Sapiencial.
A este género pertenecen el libro de la Sabiduría, Job, Eclesiastés, Eclesiástico, Proverbios, y guían a la persona para que adquiera virtudes religiosas partiendo de la reflexión sobre lo cotidiano. Es la sabiduría del pueblo.

8. Novela didáctica.
Son narraciones que, más que perfilar la biografía de una persona, buscan transmitir una enseñanza religiosa basándose en la figura de una persona. Por ejemplo, Ester, Tobías y Jonás.
¿Jonás fue tragado por una ballena? El objetivo del libro no es disertar sobre los cetáceos del mar Mediterráneo, sino sobre la importancia de la conversión y del amor que Dios tiene a todos los hombres: recordemos que la misión que Jonás tenía era anunciar a los paganos de Nínive que si no se arrepentían, iban a ser destruidos.


9. Apocalítptico.
Este género lo dejé para el último porque es el más incomprendido, malinterpretado y más manipulado de todos. Me explico. Lo que el Apocalipsis busca no es engendrar miedo ante el fin del mundo caracterizado por una destrucción masiva y señalas prodigiosas, sino algo mucho más simple y noble: dar confianza a los creyentes, reavivar la esperanza de que pase lo que pase, Dios siempre triunfa sobre el mal.
Entonces, ¿No es el checklist de lo que sucederá al final de los tiempos? Me temo que no. El género apocalíptico es el más simbólico de todos y su lectura e interpretación requieren de mucho estudio, pues tal parece que proliferan (en cada generación) gente que afirma que el fin del mundo es inminente porque las señales del Apocalipsis están cerca. Prometo abundar más sobre este tema en futuros blogs.

Para concluir esta larga entrada, quiero decirles que un mismo libro puede tener géneros literarios mezclados. Además de los obvios (Génesis y los Evangelios), por ejemplo el libro de Daniel tiene pasajes proféticos, apocalípticos, históricos y sapienciales mezclados. De esta forma, interpretar el libro como un todo requiere un análisis más profundo.