viernes, 6 de abril de 2012

Árbol noble y espléndido



Es Viernes Santo de la Pasión del Señor. El gozo con el que celebrábamos el Jueves Santo hace apenas unas horas se ve ensombrecido por una dura realidad: Jesús, el Mesías en el que esperábamos, ha sido entregado y murió en una Cruz. Es por esta razón que el Templo está sin adornos, el altar desnudo, no se celebra la Misa (sino hasta la Vigilia Pascual el sábado por la noche).
Hoy es un día en el que la Iglesia guarda recogimiento, silencio. Sabe que un inocente fue condenado a muerte para salvar a los pecadores, a ti y a mí, a los que creen y a los que no, a los que aman a Dios y a los que no lo aman. Todos. Cristo, extendiendo sus brazos en la Cruz abraza a toda la humanidad.
La Liturgia de hoy consta de tres partes: la Liturgia de la Palabra, centrada en la lectura de la Pasión según san Juan, la Adoración de la Cruz y el Rito de Comunión (Cfr. Cruz) .
¿Por qué adorar la Cruz? Es un objeto de madera, utilizado como instrumento de tortura y muerte. En ella fue clavado Cristo, el Salvador del mundo. ¿Quién en su sano juicio recuerda el instrumento de muerte de un ser querido? Nosotros.
La Cruz para Jesús tiene un significado especial, íntimo, único: en sus predicaciones era un tema recurrente: “El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí” (Mt 10, 38; Lc 14, 27), “Si alguno me quiere seguir, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16, 24; Mc 8, 34; Lc 9, 23). La Cruz misma, incluso, es el punto de encuentro con Dios. Simón de Cirene fue obligado a cargarla, pero sus hijos Alejandro y Rufo más tarde se volverían cristianos muy reconocidos en la primera comunidad (Mc 15, 21).
Es que la Cruz no es instrumento de muerte, es un instrumento de vida. Nuestra fe es vana, dice san Pablo, si no creemos en la Resurrección. Cristo ha muerto, sí, pero ha resucitado (vuelto a la vida para nunca más morir). Por eso, himnos compuestos desde hace mucho tiempo, le llaman “Cruz amable y redentora, árbol noble, espléndido”, “dulce leño”, “árbol santo”.
El pecado entró al mundo por la desobediencia de Adán y Eva, que quisieron ser como dioses (Gn 3, 5), es decir, quisieron decidir lo que es bueno y lo que es malo, y comieron del fruto del árbol del bien y del mal. Para reparar la falta, la salvación entró al mundo por la obediencia total de un hombre, Cristo (A pesar de que era el Hijo, aprendió a obedecer padeciendo Hb 5, 8), que voluntariamente fue clavado en un árbol, la Cruz, para que todo aquél que quiera tome los frutos de la salvación.
Por eso hoy, la Liturgia nos pide adorar la Cruz. La adoración se le tributa solamente a Dios, nunca a las creaturas (a ellas se les venera, pero jamás se les adora). En este caso, no es que la Cruz sea Dios, sino que hoy, ahora, está Dios en Ella. No adoramos un pedazo de madera, ni una creación humana, tampoco un instrumento de tortura ni una imagen hecha por hombres. Adoramos a Dios mismo, que sin necesidad alguna quiso entregarse por todos nosotros.
Al pasar hoy a adorar la Cruz, ya sea con una genuflexión completa, con un beso, una reverencia profunda, una mezcla de sentimientos encontrados debe embargarme. Por un lado, un profundo y genuino agradecimiento, pues sin mérito alguno de mi parte Dios ha muerto en la Cruz. Pero también un arrepentimiento profundo, pues con cada pecado, con sólo uno, soy como Judas, que lleva el batallón para crucificar a Jesús.
Por eso la Iglesia hoy nos pide el ayuno y la abstinencia de carne: debo mostrar externamente mi arrepentimiento, debo estar consciente de que es por mí, y sólo por mí, que Dios ha muerto.
Antes de entregar su último aliento, en el momento supremo de su sacrificio, Cristo dice: “Todo está cumplido”. Dios ya ha puesto todo lo que le toca, lo que está de su parte, ya ha enviado a su Hijo, ha fundado una Iglesia, nos ha dejado el Sacramento de su Amor (la Eucaristía), nos ha enseñado el camino para llegar al Padre. ¿Qué falta? Tu respuesta y la mía. ¿Qué esperamos? Que hoy, al acércanos al árbol noble y espléndido a adorarlo, decida dar el paso que falta para negarme a mí mismo, tomar mi Cruz y seguir al Señor.

jueves, 5 de abril de 2012

Entrega Eterna



Hoy es Jueves Santo, en el que recordamos-celebramos-vivimos la Misa vespertina de la Cena del Señor. Con esa Misa comienza el Triduo Pascual, que es el centro de nuestra Fe, el momento más sagrados y el tiempo propicio para el encuentro con Dios. Son días para orar, para el recogimiento, para reflexionar y corregir, para mortificarse. No es un tiempo vacacional cualquiera, no es el momento de festejar: Cristo se ha entregado por ti y por mí, ha pagado por mis pecados y por los tuyos.
En la Oración Colecta de este día, escuchamos “Dios nuestro, que nos has reunido para celebrar aquella Cena en la cual tu Hijo único, antes de entregarse a la muerte, confió a la Iglesia el sacrificio nuevo y eterno, sacramento de su amor, concédenos alcanzar por la participación en este sacramento de la plenitud del amor y de la vida…”.
Brevemente quiero reflexionar sobre dos frases de la oración:

Nos has reunido para celebrar aquella Cena
Una de las características principales de la religión católica es que es Dios quien sale al encuentro del hombre y no viceversa. Dios sabe que el hombre por su sola fuerza es incapaz totalmente de alcanzarlo, así que toma la iniciativa y se hace el encontradizo. Así como en Emaús Dios finge ser un caminante más, de igual modo se aparece en la vida de cada hombre y lo invita a seguirlo.
Muchos estamos convocados hoy, de hecho todos los católicos, pero desgraciadamente pocos atenderemos a esta invitación. ¿Dónde están aquellas multitudes que abarrotaban los templos hace 40 días en el Miércoles de Ceniza?
Hoy no es como cualquier día, de ningún modo. Es el día de la Cena, con mayúscula. Es una auténtica celebración, con un tinte de despedida. Recibimos el regalo más grande, pero sabemos lo que anticipa.

Antes de entregarse a la muerte, confió a la Iglesia el sacrificio nuevo y eterno, sacramento de su amor
Jesús, “sabiendo que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, y habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” leemos hoy en el Evangelio según san Juan. Cristo sabe que ha llegado el momento en el que debe redimir a los hombres, es decir, Él siendo libre de todo pecado debe pagar con su vida por los pecados de todos los hombres (incluso de aquellos que no creen en Él o que están en su contra…). Pero es tanto el amor que tiene hacia nosotros (el extremo… significa que no puede amarnos más), que decidió dejarnos un testimonio, un sacramento (un signo sensible que expresa una realidad que va más allá de lo sensible) que expresara su amor. De hecho, nos dejó tres (Crf. Tres regalos): la Eucaristía, el Sacerdocio y el Mandamiento del Amor.
Los judíos tenían que hacer constantemente sacrificios para expiar sus pecados, tenían que renovar la alianza con Dios. Cristo, en cambio, con su sangre sella definitivamente una alianza con todos los hombres que no necesita renovarse, que no tiene caducidad. Este Sacramento nos recuerda, nos traslada, nos hace vivir de nuevo y nos hace actual (es decir, nos vuelve a “aplicar” el sacrificio de Cristo en la Cruz, su Muerte y su Resurrección lleno de Gloria.
La razón por la que el sacrificio (la Eucaristía) se repite diariamente no es porque sea como la Pascua judía, que tenía que repetirse para seguir surtiendo efecto, sino porque es testimoniar diariamente ante todo el mundo que Dios nos ama, que Él no se puede olvidar de los hombres. Por eso es una entrega eterna, Él decidió donarse a cada uno de nosotros para siempre, de una sola vez por todas… ¿Y qué hay de nosotros?
Este preciso regalo no quedó en el aire: pudiéndolo confiar a los ángeles, seres más dignos sin duda que nosotros, quiso que fuera administrado por humanos. El Cuerpo y la Sangre de Cristo fueron dejados a hombres, comunes y corrientes, con virtudes y defectos, con fallas y aciertos como cualquiera, a los que llamamos sacerdotes. Ellos están llamados a ser la imagen viva de Jesús en medio de nosotros.

Sabiendo lo que hoy celebramos, acudamos a dar gracias a Dios por tan grandes donde y preparémonos para vivir con intensidad y devoción estos días santos.