miércoles, 28 de octubre de 2015

Brujo rico, brujo pobre



No hablaremos de un nuevo best-seller de superación personal. Tradicionalmente, la gente habla de dos tipos de "magia": la blanca y la negra. Mientras que la primera busca hacer el bien, curar y sanar, la segunda busca dañar, perjudicar, enfermar, matar, pues viene totalmente del poder de Satanás. La prueba de que la magia blanca es buena, insisten, está en que sueñen usar objetos religiosos (agua bendita, el cirio pascual, rosarios, crucifijos, imágenes de santos, etc.) e incluso usan oraciones (es común que, mientras te hacen una limpia con hierbas, recen el credo o la salve). La magia blanca es, terminarán diciendo, el contrapeso de la magia negra, que sólo busca dañar.
Lamento informar que, tanto la magia negra como la blanca no son en absoluto compatibles con la fe cristiana, en pocas palabras, constituye un pecado grave contra el Primer Mandamiento acudir a la magia (sea del color que sea).
¿Por qué esta prohibición tajante? ¿Qué tiene de malo librarme de las malas vibras o del mal de ojo con una limpia? ¿O por qué no debo encender las velas o colocar ciertos objetos para lograr riquezas, bienestar, salud, etc., si no perjudico a nadie? ¿La maldad de la magia no está nada más en la intención?
Al igual que lo que sucede con la adivinación, la magia implica recurrir y poner la fe en el poder de alguien diferente a Dios. El brujo o el mago tienen un "poder" que no viene directamente de Dios (aunque simulen invocarlo a través del uso de objetos religiosos o de oraciones), sino que hunde sus raíces en el poder (limitado, pero real y poderoso), del demonio. A diferencia de los dones de curación, por ejemplo, o de la taumaturgia (Dios, a través de una persona concreta, realiza milagros), que siempre tienen una finalidad específica en el plan de salvación y están relacionados también con una amistad con Dios, la magia se ve como un poder sobrenatural, cuya fuente no es Dios.
Es verdad que una intención mala corrompe hasta el acto más bueno, pero también lo es que una intención buena jamás hará que un acto de suyo malo se vuelva bueno: no importa que quieras curar, beneficiar, etc. a alguien, la magia sigue siendo mala porque, insisto, su fuente no es Dios. Por muchos litros de agua bendita que usen y credos que reciten, el resultado es el mismo: estás cometiendo un pecado grave.
Dos pasajes del Evangelio nos pueden ilustrar en este tema: Satanás es llamado por Jesús como el Padre de la Mentira (Jn 8,44) y, por otro lado, cuando a Jesús se le acusa de expulsar los demonios con el poder de Satanás, Él responde “Un reino donde hay luchas internas va a la ruina y sus casa caen una sobre otra. Si Satanás lucha contra sí mismo, ¿cómo podrá subsistir su reino? Porque –como ustedes dicen– yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul. Si yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul, ¿con qué poder los expulsan los discípulos de ustedes? Por eso, ustedes los tendrán a ellos como jueces” (Lc 11, 17-19). La impresión de que la magia blanca "combate" a la magia negra es sólo eso, una impresión falsa. Así como en la naturaleza ciertas plantas o animales tienen una apariencia que engañan a sus presas para atraerlas (pienso, por ejemplo en las plantas carnívoras que atraen a las moscas), el demonio usa la "magia blanca" para atraer a las personas que, de otro modo, no lo harían: no veo a la mosca entrando gustosa a la planta carnívora si supiera lo que es, así como tampoco mucha gente recurriendo a la magia si supiera su auténtica naturaleza.
Por otro lado, también es verdad que no todo el que dice ser brujo lo es. Dado que la gente que recurre a un brujo es porque suele tener una necesidad urgente o está desesperada por lograr algo, es fácil aprovecharse de ello. Demasiados timos se han dado por falsos brujos que prometen multiplicar el dinero, curar enfermedades, atraer el amor, deshacer maldiciones, etc. Pero el hecho de recurrir a un falso brujo, no cambia en absoluto la moralidad del acto, puesto que mi intención sigue siendo la misma.
Recurrir a la magia, por otro lado, abre las puertas a la presencia del demonio en nuestra vida. Se trata de una presencia sigilosa, como un cáncer silencioso que sólo se manifiesta cuando es demasiado tarde para operar y ha invadido todo el cuerpo. 
La magia existe, es un hecho. ¿Qué debes hacer si sospechas que han usado magia contigo? Antes que nada, recuerda que si bien la magia proviene del poder del demonio y, por tanto, es peligrosa (especialmente para quien dice controlarla), el poder de Dios es infinitamente mayor. Acude con un sacerdote, quien te ayudará a descubrir, en primer lugar, si detrás de todo está el poder del demonio y, en caso que se trate de ello, realizar la liberación correspondiente. ¿No es una especie de magia blanca? No, puesto que a diferencia de cualquiera, el sacerdote ha recibido la ordenación sacerdotal que lo hace configurarse plenamente con Cristo, de forma que cuando actúa, es Cristo mismo quien actúa y, con su poder, libera.


Puedes, si gustas, compartir esta entrada en Facebook o Twitter en los iconos que se encuentran en la barra de la derecha. Además te pido que dejes un comentario con sugerencias de temas, para ayudarte a conocer más sobre nuestra fe.

miércoles, 21 de octubre de 2015

Cartas marcadas


El presente es paradójico: apenas nos damos cuenta y ya se convirtió en pasado. Lo esperamos con ansia y llega con rapidez y es efímero. Sin embargo, vivimos en el presente siempre. El tiempo se escurre de nuestras manos con facilidad, nos da la sensación de estar fuera de nuestro control, es esquivo. El Hecho de no poder ver más allá del presente, de no saber con certeza qué sucederá en el futuro, nos genera una sensación de angustia y, de alguna forma, nos sentimos indefensos ante los vaivenes del destino. La fortuna, según los versos de "O Fortuna!", perteneciente a la cantata escénica Carmina Burana (que es muy usada como "canción" de terror) es “como la luna, variable de estado, siempre creces o decreces; ¡Que vida tan detestable! ahora oprime después alivia”. En muchas representaciones de la diosa fortuna, se le ve como una dama con una rueda (a veces te toca estar arriba, a veces abajo).

Tal vez por esta serie de sensaciones, el hombre siempre desea saber qué es lo que le depara el destino, para no ser destrozado por las ruedas de la caprichosa diosa fortuna.
La diosa Fortuna
Mientras los científicos se empeñan en generar una "Teoría del todo", o buscan incansablemente leyes que, a decir de Stephen Hawking, permitan determinar el 100% de los eventos sucedidos en el universo (“si conociésemos el estado inicial de nuestro universo, conoceríamos su historia completa”, Historia del tiempo, del Big Bang a los Agujeros Negros), otras personas recurren a la lectura de las cartas, del café, de la mano, a invocar a los muertos y una larga lista de prácticas adivinatorias.
Para los antiguos griegos, los hombres éramos juguetes en manos de los dioses, quienes determinaban nuestro destino en su totalidad. Por eso las pitonisas y oráculos escudriñaban el futuro para encontrar la voluntad de los dioses. El ser humano, carente de libertad, debía obedecerlos totalmente y, si como en el drama de Edipo de Tebas, intentaba escapar a su destino, lo acabaría cumpliendo inevitablemente. 
Uno de los dones más preciados que tenemos y al cual definitivamente no podemos renunciar, es la libertad. No me refiero a la capacidad para ir de un lado a otro, o de expresar lo que siento, o de asociarme con otras personas. La auténtica libertad es la capacidad de autodirigirme hacia el bien, de usarla para escoger lo correcto moralmente hablando. No debemos entender la libertad como la capacidad de elegir lo que es bueno, pues no es nuestro papel decidir qué es bueno y qué no. El pecado original (“serán como dioses”) consiste precisamente en que el hombre quiso tomar el papel de Dios para decidir sobre la moral.
Edipo y la esfinge
Recurrir a la adivinación en cualquiera de sus formas, implica negar la posibilidad de la libertad, pues el futuro “ya está escrito” (es un destino, al cual, como Edipo, estoy condenado a llegar y cumplir) y no un proceso de construcción derivado de mis decisiones personales y de las decisiones de los demás. Pretender que astros, cartas, granos de café, líneas de la palma de las manos pueden determinar infaliblemente mi futuro, es tanto como considerarme una especie de robot que no puede hacer otra cosa que su código no le indique.
Renunciar a la libertad tiene demasiadas implicaciones, pues nos hace totalmente “amorales”, es decir, incapaces de cometer actos morales, pues no tenemos responsabilidad alguna sobre lo que hagamos (bueno o malo) y no debemos recibir ni castigo ni premio por nuestras acciones, pues son “los hilos del destino” los que nos mueven. Vamos a suponer que en la lectura de cartas aparece que voy a morir pronto y saliendo de ahí, sufro un asalto y por resistirme, me disparan y muero. ¿Los asaltantes deben ser procesados? Ellos actuaron para que se cumpliera mi destino indicado por las cartas. En sentido estricto, yo no podía dejar de morir en ese día y ellos no podían dejarme de matar.
Otro ejemplo, supongamos que en la lectura del café aparece que alguien recibirá un beneficio inesperado y yo hago una donación que beneficia a dicha persona. ¿Debo ser reconocido públicamente? No tengo mérito alguno, pues yo sólo soy un medio del destino para que éste se cumpla.
En cualquiera de estos supuestos, estamos olvidando algo importante. El “Señor del tiempo” no es otros que Dios mismo. Así lo confesamos en la Solemne Liturgia del Fuego Nuevo, al inicio de la Vigilia Pascual. El sacerdote, antes de encender el cirio (signo de la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte), realiza unos signos sobre el mismo diciendo: “Cristo ayer y hoy, principio y fin, alfa y omega. Suyo es el tiempo, y la eternidad, a Él la gloria, y el Poder, por los siglos de los siglos”. Dios es el dueño del tiempo, no al estilo dios griego, sino que tiene un plan para todos: “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”. (1 Tmt 2,4). La “cúspide” o el fin de la historia humana, es el mismo que su inicio: convivir en amistad con Dios por toda la eternidad. Para ello, Él envío a numerosos profetas que prepararan a su pueblo y se entregó Él mismo en la Cruz para redimirnos, y para continuar su obra, nos dejó su Iglesia, a la cual asiste con el don de su Espíritu. Pero Él no “forza” a nadie para que lo ame. Respeta la libertad y ese plan de salvación puede o no cumplirse en mí, según me “esfuerce”.
Cristo Ayer, Hoy y Siempre (jubileo del año 2000)
Confiar en la adivinación en cualquiera de sus formas, constituye una falta contra el Primer Mandamiento, pues estás poniendo tu confianza en alguien más, estás pensando que hay alguien con un poder tal que te quita uno de los dones más preciados (la libertad). ¿Quieres en verdad conocer el futuro? Ponte de rodillas ante el Santísimo Sacramento del altar, ora con frecuencia, ten un sacerdote que te aconseje y te dé dirección espiritual, comulga con frecuencia, lee la Sagrada Escritura, y aprenderás a descubrir “los signos de los tiempos”, es decir, a interpretar la voluntad de Dios y su plan para que tú seas feliz. Cuando lo descubran y lo aceptes, no necesitarás nada más para lograr la felicidad plena.


Puedes, si gustas, compartir esta entrada en Facebook o Twitter en los iconos que se encuentran en la barra de la derecha. Además te pido que dejes un comentario con sugerencias de temas, para ayudarte a conocer más sobre nuestra fe.

martes, 13 de octubre de 2015

Jugando con las estrellas


A través de Facebook, redes sociales, televisión, radio, periódico, revistas y cuanto medio de comunicación tenemos al alcance, es sumamente frecuente que nos encontremos lo que promete ser la llave de nuestro futuro, que nos da pistas de cómo comportarnos y de qué hacer en cada caso: los horóscopos. Esta práctica, junto con la adivinación, se remonta a tiempos inmemoriales, pero trataremos a cada una por separado.
Actualmente, revestidos de pseudociencia (astrología), los horóscopos intentan predecir el futuro. Parte del supuesto que las estrellas influyen, por el equilibrio cósmico y las leyes de la ciencia, en nuestro comportamiento, en nuestras acciones y, por ende, en las de los demás. Los hay basados en los signos zodiacales griegos, chinos, y en cuanta cultura haya observado el cielo. Sin embargo, esta “ciencia” omite, asumo por error, algunos datos importantes.
El primer hecho científico de relevancia es simplemente que las estrellas ya no están en la posición aparente donde las vemos: de acuerdo con los postulados actuales de la ciencia, la luz viaja aproximadamente a 300,000 km por segundo (dependiendo del medio, varía en el vacío, en una atmósfera o en la presencia de un cuerpo grande, como un planeta). Esto significa, por ejemplo, que si el sol se "apagara" repentinamente, en la tierra nos daríamos cuenta de ello... 8 minutos y 19 segundos después, que es el tiempo que la luz tarda en recorrer la distancia que hay de la superficie del sol a la tierra.
La constelación de Géminis
Después del sol, la estrella más cercana hasta el momento conocida (que no es, ni remotamente, integrante de las constelaciones del zodiaco) es Alfa Centauri. Si viajáramos a la velocidad máxima que alcanza la luz, tardaríamos en llegar 4.37 años. De esta forma, cuando la apreciamos en el cielo, representa la posición que tenía hace 4.37 años. En cuanto a las estrellas de las constelaciones del zodiaco, la más cercana es Pólux (de Géminis), a la que podríamos llegar (viajando a la velocidad de la luz, obvio) en tan sólo en 33.7 años, en tanto que la más lejana (Beta Aquarii, de Acuario), pues tan sólo tardaríamos la insignificante cantidad de 610 años. Esto significa, en primer lugar, que la posición que tiene en el cielo Beta Acuario fue la que tenía en 1405. Lástima que el rey Ladislao I de Nápoles (que en 1405 cumplía 29 años y aún le quedaban 9 más de vida) no pudo leer su horóscopo. Dejando de lado la ironía y el sarcasmo, me surgen dos preguntas: ¿Beta Aquarii aún existe? ¿Puede, entonces, determinar mi conducta tanto tiempo después? 
Otro dato importante a considerar es que, si bien hay un "equilibrio" cósmico, éste suele regirse a través de las leyes de la física. Las famosas alineaciones de planetas pueden generar campos gravitacionales importantes que afectan la materia: afectan a las mareas, cuerpos de agua, etc., pero sus efectos se derivan de que, de acuerdo con la Teoría de la Relatividad, un cuerpo con masa "curva" el espacio: imagina que sobre una red extendida pones un balón, éste hará que la red se deforme en su alrededor fruto de su peso y hará que lo que pase cerca d él se desvíe. La teoría de la Relatividad indica, además, que la luz es desviada por dicho cuerpo, y si éste es lo suficientemente grande, será tan grande la fuerza de atracción que impedirá que la luz escape de él (ese es un agujero negro). Siendo verdad lo anterior, ¿Cómo es capaz de tener efectos en mi conducta?
La posición real de la estrella es la izquierda,
la derecha es la "posición aparente" debida
a que la masa del sol curvó el espacio
y desvió la trayectoria de la luz.
Se habla, incluso, de cartas astrales, signos a los que pertenecemos, etc., determinados por nuestra fecha de nacimiento. ¿Cómo una misma configuración del cielo afecta diferente a cada persona? ¿Por qué no hay un único horóscopo si son los mismos astros? Insisto, esa estrella ya no se encuentra ahí o, incluso, es probable que ya ni siquiera exista. ¿Cómo es que los fotones emitidos por ella y que viajan por el espacio determinan la conducta de cada uno? Acaso los rayos de luz emitidos por cada constelación "reconoce" quién pertenece a cada signo zodiacal para causarle efectos diferentes? Más aún, si las “constelaciones” son grupos de estrellas que desde la tierra se ven en un mismo plano, pero en realidad se encuentran distribuidas a diferentes distancias (por ejemplo, mientras Pólux está a 33.7 años-luz, Castor lo está a 51.55; ambas son estrellas de la constelación Géminis), ¿Es posible hablar de que “Acuario” se alineó con x o y cuerpo celeste?
Dejando de lado de la evidencia científica que claramente nos indica lo absurdo que puede llegar a ser esto, vayamos más allá: ¿Qué implicaciones tiene esto para el cristiano? Pensemos en el siguiente caso: bajo la influencia de la lectura del zodiaco, tomo una decisión importante. Por ejemplo, uno de los tantos horóscopos (no hay uno solo igual, en cinco páginas de internet hay cinco diferentes) dice que, en los diferentes puntos de vista, el mío es el correcto. Resulta que mi jefe, que es del mismo signo que yo, tiene un punto de vista contrario al mío. ¿Ambos son correctos? Si es así, ¿dónde queda la noción de verdad? Más aún, ¿Soy yo responsable de lo que sucede o son los astros y, por tanto, soy sólo un títere de las fuerzas cósmicas?
Una tentación del ser humano es intentar zafarse de la responsabilidad moral. Es muy fácil para mí basar mi decisión en el horóscopo, pues si fallo, si me equivoco, pues fue “culpa de los astros que se alinearon en mi contra”. La libertad queda suprimida: no puedo ser “parcialmente” libre, o lo soy o no lo soy. Los astros que rigen mi conducta y ser totalmente libre no son compatibles. Alguien podrá decir, qué bien, así el pecado es imposible, pero yo le respondería tampoco el mérito. Si no eres libre, tampoco puedes “alcanzar” la santidad, no puedes hacer el bien, sólo sigues las influencias de los astros.
No te engañes. Además de las razones científicas de fondo, al creer en los horóscopos estás negando uno de los dones más grandes que Dios te ha dado, el de tu libertad. El hecho que la niegues no significa que por eso ya se te elimina. Tu responsabilidad sigue estando presente.
Además, no debemos olvidar que al confiar en la astrología, estás dejando de confiar firmemente en Dios y crees que alguien más es capaz de conocer el futuro, de regir los destinos de los hombres. No estás amando a Dios por sobre todas las cosas.
En la siguiente entrada, cerraré con la adivinación. 


Puedes, si gustas, compartir esta entrada en Facebook o Twitter en los iconos que se encuentran en la barra de la derecha. Además te pido que dejes un comentario con sugerencias de temas, para ayudarte a conocer más sobre nuestra fe.

lunes, 5 de octubre de 2015

El Sínodo de la familia


El día de hoy, en Roma, dio inicio la Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos para abordar el tema de la familia. Los medios de comunicación, usando su ya conocida objetividad y pasión por difundir la verdad, nos han presentado una imagen del mismo, que, desgraciadamente, corresponde a cualquier cosa menos al Sínodo de los Obispos de la Iglesia Católica, como podremos ver en esta entrada (interrumpo, por esta semana, la reflexión sobre el Primer Mandamiento).
En primer lugar, debemos clarificar qué es un Sínodo. Etimológicamente proviene del griego y significa caminar juntos. Si bien fue instituido por el beato Pablo VI en 1965, desde el Colegio de los Apóstoles se entendió que la Iglesia debía seguir ese camino. Basta recordar el capítulo 15 del libro de los Hechos de los Apóstoles: Pablo y Bernabé, preocupados porque a los bautizados no judíos se les quería imponer la Ley de Moisés (a través de someterlos al rito de la circuncisión), acudieron a los Apóstoles, que reunidos en Jerusalén, debatieron sobre el tema. Quien da la "palabra final" es el mismo san Pedro: no se les someta a la circuncisión. No fue una "votación", elección democrática, mayoría o consenso: en la Última Cena, el Señor lo dejó muy claro:  "Yo he rogado por ti para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos" (Lc. 22, 31-32). 
Esta sinodalidad, presente muy fuertemente en Oriente, se vivió en la Iglesia a través de sínodos locales y Concilios Universales, en los que se buscaba resolver temas urgentes, casi siempre relacionados con la Doctrina de la Fe o la Disciplina de los Sacramentos. Después del Concilio Vaticano I (1869), pasó casi un siglo para que hubiera otro concilio (Vaticano II, 1962-1965). Fue entonces cuando Pablo VI decidió instituirlo en la vida de la Iglesia nuevamente, para tratar cuestiones que le preocupan en cuanto al gobierno de toda la Iglesia.
El Sínodo (al igual que el Concilio Ecuménico), a pesar de lo que los medios de comunicación nos quieren hacer creer no puede actuar por sí mismo, se convoca, se mantiene, se aprueba y se disuelve bajo la autoridad del Papa: incluso si la Sede Papal quedara vacante (por renuncia o muerte del Papa), el Sínodo (y el Concilio) quedan suspendidos hasta que el nuevo Papa los apruebe (o disuelva). 
El Sínodo, de acuerdo con el Código de Derecho Canónico (Canon 343) puede "debatir las cuestiones que han de ser tratadas, y manifestar su parecer, pero no dirimir esas cuestiones ni dar decretos acerca de ellas", pues se trata de un órgano consultivo. El Papa, escuchando el parecer de los Padres Sinodales, puede pronunciarse sobre el tema. 
Entonces, ¿Cuál es la función del Sínodo? Pablo VI, en la Carta Apostólica con la que instituye el Sínodo de los Obispos (Apostolica sollicitudo), indica lo siguiente:
Le corresponde la tarea de informar y aconsejar al Papa. 
Debe fomentar la íntima unión y colaboración entre el Papa y los Obispos de todo el mundo.
Debe procurar que se tenga conocimiento directo y verdadero de las cuestiones y de las circunstancias que atañen a la vida interna de la Iglesia y a su acción propia en el mundo actual.
Debe facilitar la concordia de opiniones, por lo menos en cuanto a los puntos fundamentales de la doctrina y en cuanto a al modo de proceder en la vida de la Iglesia.
Lo que es claro, es que en ningún  momento el Sínodo puede "cambiar" (por sí solo) alguna norma de la Iglesia, como por ejemplo, permitir que los divorciados vueltos a casar puedan recibir la Eucaristía, o que se acepten las uniones entre personas del mismo sexo, por citar algunos ejemplos.
Dado que el Sínodo busca representar a todos los Obispos (no es posible reunirlos a los más de 5000 obispos del mundo), es natural que haya diversos puntos de vista entre ellos, incluso diferentes percepciones teológicas, puesto que el análisis de la situación actual siempre requiere de diversos puntos de vista. Sin embargo, el hecho de que un obispo (como es el caso de Walter Kasper) o un grupo de obispos estén en desacuerdo con la normativa de la Iglesia o con ciertos postulados teológicos no significa que por ello vaya a haber un cambio.
Nos encontramos, como Iglesia, en un momento crucial en la historia: la familia se encuentra amenazada desde múltiples frentes: el divorcio (cada vez más fácil de obtener), la unión libre, las uniones entre personas del mismo sexo (tratadas anteriormente en el blog en dos entradas: entrada 1 y entrada 2), la adopción de niños por parte de parejas homosexuales (también ya abordada), la anticoncepción, el aborto ("Cuando la vida es un delito" y otras entradas siguientes), la pérdida, en muchos países, del derecho a que los padres eduquen a sus hijos en la religión (prohibición de los crucifijos en las escuelas, de la enseñanza de la religión, etc.), unos medios de comunicación que a través de películas, series, personajes, etc. presentan la sexualidad como algo separado del matrimonio, por citar las amenazas más graves. Si a esto le sumamos la distorsión, por parte de los medios informativos, de la auténtica misión y contenido del Sínodo, así como el "amarillismo" en las noticias: sacar de contexto declaraciones del Papa, encuentros con personas particulares o, incluso, casos como el del sacerdote que se declara homosexual y reniega de la doctrina de la Iglesia al respecto, presentan un serio reto para nosotros como católicos. 
El Papa Francisco, en la homilía de la Misa de apertura del Sínodo, dijo: "El amor duradero, fiel, recto, estable, fértil es cada vez más objeto de burla y considerado como algo anticuado. Parecería que las sociedades más avanzadas son precisamente las que tienen el porcentaje más bajo de tasa de natalidad y el mayor promedio de abortos, de divorcios, de suicidios y de contaminación ambiental y social”.
Según palabras del Papa, “en este contexto social y matrimonial bastante difícil, la Iglesia está llamada a vivir su misión en la fidelidad, en la verdad y en la caridad” (me permito resumir y parafrasear estos puntos):
Defender el amor fiel y animar a las familias a defender el valor sagrado de cualquier vida y la indisolubilidad del matrimonio (no al aborto y al divorcio)
La verdad no cambia según las modas o las opiniones dominantes, nos protege de transformar el amor fecundo en egoísmo estéril, la unión fiel en vinculo temporal. «Sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo» (Benedicto XVI, Enc. Caritas in veritate, 3): el matrimonio es indisoluble, es una unión entre el hombre y la mujer (exclusivamente) y la doctrina de la Iglesia no puede cambiar.
La Iglesia debe buscar y curar a las parejas heridas, con las puertas abiertas para acoger. Esto no significa “relajar” la disciplina con respecto al divorcio, sino encontrar soluciones pastorales para que las personas que se encuentran en una situación de pecado (unión libre, divorciado vuelto a casar), reciban un cuidado y una atención pastoral que les permita avanzar en el camino del auténtico arrepentimiento.
Si bien son los Obispos los que están reunidos en el Sínodo, nosotros también tenemos mucho que hacer: orar por ellos, para que sean dóciles a la inspiración del Espíritu Santo, informarnos sobre el contenido del Sínodo (consulta la página oficial del Sínodo), defender la familia en primer lugar con nuestro testimonio... porque atacar a la familia es atacar el fundamento de la sociedad y de la Iglesia, es destruir toda posibilidad de construir el Reino de Dios, es, como alguna vez diría san Juan Pablo II, el ataque de la cultura de la muerte que busca destruir la Cultura de la Vida.


Puedes, si gustas, compartir esta entrada en Facebook o Twitter en los iconos que se encuentran en la barra de la derecha. Además te pido que dejes un comentario con sugerencias de temas, para ayudarte a conocer más sobre nuestra fe.