domingo, 30 de enero de 2011

Problemas de lenguaje


Betún de chocolate

Entre todos los hispanohablantes hay diferencias en ciertos términos. No hablo de política, sino de lenguaje. Si en algunos países, por ejemplo, hablo que voy a comer un “pastel con betún de chocolate” me verán con cara fea y se alejarán de mí, porque de acuerdo con el Diccionario de la real Academia de la Lengua Española, el betún puede ser:

  1. Mezcla de varios ingredientes, líquida o en pasta, que se usa para poner lustroso el calzado, especialmente el de color negro.
  2. Mezcla de azúcar y clara de huevo batidas, con que se bañan muchas clases de pasteles y dulces.
En este caso, me refiero precisamente a la mezcla dulce… pero en algunos lugares pensarán que mis gustos son bastante raros: ¿Cómo es posible que me guste comer grasa para zapatos?
En México acostumbramos decir “voy a tomar el camión”. Lo que queremos expresar es que nos subiremos a un autotransporte para varias personas (autobús, ómnibus)… pero en algunos países es para transporte de carga.
Bolillo, telera, etc.
Pero sin irme tan lejos, en algunos estados de México al mismo tipo de plan blanco se le llama de diversas formas: bolillo, telera (Sonora), virote (Guadalajara), Michas (Veracruz)… y hablamos de regiones geográficas cercanas.
Esta entrada no trata sobre lingüística y gramática. Lo único que quiero hacer ver es que pueden surgir problemas de comunicación entre personas del mismo idioma (o incluso, país, como el caso del “bolillo”) donde hay un legado cultural común, una cierta historia, idioma, etc. que compartimos. Si esto pasa a veces dentro del mismo país, ¿Qué no pasará con otra cultura?
Digo esto porque, del escritor bíblico, el hagiógrafo, nos separan muchas cosas: la cultura, la geografía y los años. No nos es posible hacer una interpretación completa de la Biblia si no hacemos un estudio concienzudo de la realidad sociocultural, política, histórica, geográfica, lingüística, etc. del escritor.
Por poner un ejemplo. En fechas recientes, la Santa Sede hizo un cambio en las palabras de la consagración del cáliz durante la misa. En vez de decir “que será derramada por ustedes y todos los hombres”, dice “que será derramada por ustedes y por muchos”. ¿Significa eso que hay algunos “elegidos” y que por los otros la Sangre preciosa de Cristo no fue derramada? A primera vista eso parece. Pero si vamos al arameo que hablaba Jesús, la noción universal “todos” no formaba parte del vocabulario, lo más cercano era “muchos”, y entonces en la Última Cena, las palabras que Jesús pronunció eran en arameo (él no hablaba latín, como en la película de Mel Gibson nos lo presentaron), esto es, “muchos”, aún cuando quería decir “todos”.
Un fanático religioso sin duda alguna interpretaría el “muchos” como una predestinación de parte de Dios hacia algunos hombres y formaría su propia secta argumentando ser él el depositario de esa promesa (cualquier parecido con la realidad, que me perdonen los Testigos de Jehová).
De hecho los famosos “144,000” de los que habla el libro del Apocalipsis (y he aquí que el Cordero estaba de pie sobre el Monte Sión, y con Él ciento cuarenta y cuatro mil que tenían el nombre de Él y el nombre de su Padre escrito en la frente, Ap 14,1) y que se supone que es el número de los salvados, y que después, según los testigos de Jehová, son los miembros de su religión… en realidad no es un número real, sino simbólico.
Me explico. En México, no sé en otros lados, solemos decir: “he hecho esto miles de veces”, para expresar que lo hemos hecho muchas veces (no necesariamente mil). Para los judíos, había varios números sagrados, simbólicos, que en sí mismo representaban un contenido extra al expresado. Por ejemplo el 3 y el 7, usados para expresar la perfección divina, o el 6 para la simbolizar la imperfección del mal (que intenta imitar a Dios, el 7, pero se queda en el intento).
El 12 para ellos era sumamente importante: las tribus de Israel. Recordemos que, a la entrada a la tierra prometida, se constituyen “doce tribus” de los descendientes de José (“El Soñador”), y el número volverá a aparecer cuando Jesús elige sus apóstoles (doce también). A la muerte de Judas, ellos lo “reponen” con san Matías, porque el número doce para ellos es claro: representa al pueblo escogido por Dios.
Con una calculadora en mano, nos encontramos que el número de los salvados es la multiplicación de 12 por 12 por 1000, es decir, representa la plenitud del pueblo escogido por Dios (es decir, todos los que hemos recibido el bautismo), no un número fijo, predestinado, no es un “cupo limitado”.
En la muy conocida parábola del hijo pródigo (Lc 15), se nos narra que el hijo comía lo mismo que los cerdos (Lc 15, 16). Para nosotros, ese detalle significa poco, pero para los judíos representaba demasiado: el cerdo era considerado el más impuro de los animales, y bajo su concepto que los alimentos podían hacer impuro (pecador) al hombre, pues entonces comer lo mismo que un inocente cerdito era lo mismo que asimilarse a él, es decir, caer hasta lo más profundo del pecado.
Cuando Jesús llama a sus apóstoles, no les dice “vengan a predicar la palabra conmigo”. Les dice “los haré pescadores de hombres” (Mt 4, 19). ¿Por qué? Simplemente porque ellos eran pescadores. Les habló en el idioma que ellos entendían.
Ejemplos como estos hay muchos, muchísimos, que no alcanzaría a cubrir en varias entradas. Lo que quiero dejar en claro es que el papel cultural tanto de escritor como del pueblo al que se dirige, y por eso es necesaria la función de estudio de lo que el texto original quiso decir (a lo cual se le llama exégesis) para después hacerlo actual (hermenéutica). Pero no cualquiera puede hacer eso, se necesita mucho estudio de las lenguas originales: hebreo, arameo y griego.
En alguna ocasión me encontré una Biblia en un hotel que se preciaba de haber sido “traducida del inglés”; sin embargo, el único problema es que el inglés no es idioma original, por lo tanto, al traducir (en el mejor de los casos) del griego (pues era un Nuevo Testamento) al inglés y de ahí al español, se pierde mucha riqueza del contenido y, sobre todo, del sentido.
Hay algo que no hemos considerado y lo haremos en la siguiente entrada: el estilo literario, pues no es lo mismo leer “poesía” que “crónica”, “épica” o “prosa”.

domingo, 23 de enero de 2011

¿Libro Divino o humano?

“La Biblia es considerada el libro sagrado de varias religiones y es la misma para todos”. Eso es lo que usualmente creemos, aunque en realidad, sea falso. Hay detalles (a veces aparentemente pequeños e inofensivos, pero con trascendencia enorme) que hacen que no todas las Biblias sean iguales. Aquí es cuando surge la pregunta, ¿Cuál es la verdadera?
Para afrontar esta pregunta (y sin el ánimo de descalificar o de entrar en una discusión estéril) en las siguientes entradas del blog pienso abordar algunos temas relativos a la Sagrada Escritura que pocas veces tenemos la oportunidad de conocer.
Algo en lo que todas las religiones están de acuerdo, es que se trata de un libro “inspirado por Dios”. Miguel Ángel, en los frescos que pintó en la célebre Capilla Sixtina, nos muestra a los lados de cada profeta un ángel que representa este hecho.
¿Significa entonces que un ángel o Dios mismo en persona dictó a cada uno de los escritores de la Biblia (llamados hagiógrafos, del griego “escritor sagrado”) lo que debían escribir?
La respuesta, por más que nos sorprenda, es no. No es un dictado, es una moción, una verdadera inspiración. Por ejemplo, los artistas conciben una idea en su mente y la plasman en obras bellas (bueno, casi todos… últimamente el arte bello está escaseando y sólo queda el “arte” contemporáneo), le dan forma a esa inspiración o idea que concibieron. De la misma forma, el escritor sagrado ni recibe un pergamino directamente del cielo ni tampoco transcribe un dictado, tan sólo plasma por escrito esa inspiración.
Cabe señalar que el hagiógrafo es alguien escogido por Dios, alguien que tiene relación cercana con Él (no es cualquier hijo de vecino), es un hombre de oración y de experiencia de Dios y, por tanto, es dócil a sus inspiraciones.
Pero aquí surge un segundo problema: ¿Y si se equivoca? ¿No le hará caso a otra fuente de inspiración? Para resolver esta cuestión, sale a la luz el término “inerrancia” (no se equivoca).
Grabado de Gustave Doré.
Durante mucho tiempo, y de forma errónea he de decir, se consideró absolutamente imposible que la Biblia “se equivocara”. Así, si decía que el sol salía y el sol se metía, o que Josué ordenó al sol “detenerse” (Jos 10,12), entonces era que el sol se movía (si no, ¿Cómo se detendría?). Criterios como éste fueron usados para desechar las teorías heliocéntricas (la tierra gira alrededor del sol) y otras muchas teorías científicas más que han resultado verdaderas.
¿Entonces sí se equivoca la Biblia? Nuevamente, la respuesta es no. Hay que entender cuál es la finalidad de Ella para saber qué debemos buscar ahí:
  • No es un libro de historia, puesto que no ofrece los datos científicos que cualquier libro decente haría.
  • No es un libro de astronomía.
  • No es un libro de botánica, zoología, ciencias naturales, matenáticas, etc.
  • Es un libro de salvación. Es una historia, sí, pero salvífica: relata cómo Dios ha buscado salvar al hombre del pecado, cómo Él ha entrado en nuestra historia y nos ha elegido con amor (el nos hace referencia a todos los hombres).

La Biblia no se equivoca, repito, en el mensaje que quiere transmitirnos: “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1Ti 2,4). No es la verdad de la ciencia (para eso está la razón), es la verdad de Dios, del fin último del hombre, de lo que es el Bien (y para eso, la ciencia poco puede ayudarnos).
Dios se asegura que el hombre escribe (inspirado) todo y sólo aquello que Él quiere (inerrancia), porque de lo contrario, su mensaje llegaría distorsionado hasta nosotros, su mensaje estaría corrompido y no lograría su finalidad. Quien tome a la Biblia como libro de texto de cualquier ciencia, está en un error garrafal.
De este modo, inspiración e inerrancia van de la mano. La garantía, si podemos verlo, es Dios mismo. Él es quien envía su mensaje y procura que llegue bien. Científicamente no hay forma de demostrarlo, porque es algo que escapa a lo sensible (la ciencia necesita datos que obtiene por los sentidos, sin ellos no puede operar), y aquí es cuando se requiere nuevamente el ala de la fe.
 Se ha comparado al escritor sagrado con la pluma (cada vez más en desuso) en las manos del escritor, pero a mí no me parece tan afortunada la comparación, puesto que la pluma es un instrumento totalmente pasivo, que simplemente hace lo que le manda la mano y no aporta más que la tinta, pero la idea y la forma literaria con la que se plasma, es enteramente de la persona.
En el caso del escritor sagrado, en cambio, él no es un instrumento totalmente pasivo en manos de Dios: aporta su cultura, su historia, su lenguaje, su experiencia de Dios, su propia vida; todos estos elementos los usa para plasmar el mensaje de Dios, lo reviste de humanidad. Al final, y respondiendo a la pregunta que lleva por título esta entrada, es un libro divino (y por lo tanto, verdadero en el qué), escrito por humanos (esto es el cómo).
¿Por qué la Biblia no dice nada de la clonación? No me imagino a Moisés (hace más de 3000 años) hablando a los hebreos sobre la clonación o sobre las células madre o sobre tantos temas modernos que difícilmente una persona de esa época pudiera entender: Dios dirige su mensaje a través de una persona concreta, que tiene unas características muy bien definidas, una historia, un idioma, en fin, una cultura completa que lo envuelve, y entonces el mensaje no puede interpretarse correctamente si no se toma en cuenta la fotografía completa. Esta es la primera razón por la que no todas las Biblias son iguales, porque no todas toman en cuenta la foto completa.
En la siguiente entrada, abundaré más sobre la importancia de la cultura en el escritor y daremos un breve paseo histórico sobre la “redacción” de la Biblia.
Fragmento del Códice Sinaítico

domingo, 16 de enero de 2011

BEATO JUAN PABLO II


La semana pasada, había propuesto como tema de las siguientes entradas una reflexión acerca de la Biblia, sin embargo, en vista de la reciente noticia de la beatificación del Venerable Siervo de Dios Juan Pablo II, he decidido aplazar una semana el inicio de la reflexión.
La BBC publicó la noticia con el título “Juan Pablo II, beato por vía rápida”. El título nos da la falsa de idea de un “atajo”, de apresuramiento, de un saltarse procedimientos, pero en realidad uno de los procesos más minuciosos, delicados e importantes dentro de la Iglesia es precisamente el proceso de canonización (es decir, inscribir a una persona en la lista de nombres de los santos).
Ordinariamente, para iniciar una causa (así se le llama al proceso de canonización de una persona), deben pasar cinco años desde la muerte, pero el Papa puede dispensar (principalmente por la fama de santidad de la persona) este período. Así sucedió, por ejemplo, con la beata Teresa de Calcuta y con Juan Pablo II. La dispensa Papal no significa saltarse requisitos, puesto que solamente autoriza a iniciar el proceso antes de los cinco años, nada más.
Anteriormente (me refiero a antes del siglo V), los santos eran canonizados por simple aclamación popular (como lo que vimos cuando los funerales de Juan Pablo II: “santo súbito”), pero a partir del siglo V, la aclamación popular debía ser respaldada por el obispo del lugar. Fue sólo hasta el año de 1234 que las canonizaciones se reservaron al Papa.
El protocolo actual indica que primero debe haber una fase diocesana (que en este cuso tuvo lugar entre junio de 2005 y abril de 2007), ya sea por virtudes heroicas, ya sea por martirio. Me enfocaré en el caso de las virtudes heroicas.
En la Diócesis donde falleció el candidato (en este caso, Roma), el postulador de la causa reúne y presenta toda la información para promover la beatificación de la persona a la que se llamará desde ese momento “Siervo de Dios”: biografía, escritos (publicados e inéditos), una lista de personas que puedan testificar sobre la vida del fiel, las razones para avalar la petición, etc. Se debe hacer énfasis en las virtudes que vivió cotidianamente: las personas pueden hacer actos notables durante su vida, pero eso no significa que sean virtuosos (hay que recordar que una característica de la virtud es la constancia).
Acto seguido, la Diócesis nombra a los teólogos que revisarán todos los escritos del Siervo de Dios para verificar que no haya nada contrario a la y a la moral en ellos, y, en caso de que no haya nada contrario, se toma declaración bajo juramento a los testigos.
Una vez que se ve viable continuar con el proceso, el Obispo nombra un tribunal, en el cual una de las figuras importantes es el “promotor de justicia” (lo que conocemos como abogado del diablo), el cual no se encarga de “enlodar” al candidato, sino de conocer la verdad sobre su vida: tanto lo bueno como lo malo. El objetivo final es descubrir si la persona vivió las virtudes cristianas (en especial la fe, la esperanza y la caridad) heroicamente. Esto último no es sinónimo de “aparatoso”, sino de la vivencia cotidiana de las virtudes a pesar de las dificultades.
Después de interrogar a los testigos nuevamente (si es posible obviamente) y concluido el análisis de las virtudes y de los escritos, si el Obispo lo ve conveniente, puede concluir la fase diocesana del proceso y enviar a la Santa Sede toda la documentación para iniciar la “fase romana”.
En Roma, el análisis es muy minucioso y riguroso: se requieren dos elementos para que el candidato sea nombrado beato: constatar sus virtudes (nuevamente, ahora por una comisión de teólogos y una de Cardenales) y la obtención por su intercesión de un milagro.
El año 2009, el 19 de noviembre, el Papa después de escuchar a los teólogos y Cardenales, promulgó el decreto sobre la heroicidad de las virtudes de Juna Pablo II, a quien a partir de ese momento se le pudo llamar “Venerable”. Esto significa que vivió en grado heroico las virtudes pero de ninguna forma autoriza que se le rinda culto en celebraciones litúrgicas.
Pero falta el segundo paso, más difícil y meticuloso: el milagro. Para reconocerlo, son necesarios dos aspectos: científico (que sea sensible, inexplicable por la ciencia) y religioso (que haya sido realizado por intercesión del candidato). Nuevamente vemos jugando juntas a la fe y a la razón.
Para el aspecto científico, se necesita que el milagro pueda ser comprobable por los sentidos. Por ejemplo, una persona que cambia de conducta por intercesión de alguien no es un milagro válido para la canonización (porque es moral, no puede ser científicamente auditable). Lo más frecuente suelen ser los milagros médicos, ya que son los más susceptibles de ser sometidos a un riguroso estudio científico, en este caso por una comisión de cinco prestigiosos médicos, los cuales pueden ser o no creyentes.
La comisión debe definir si la curación puede o no ser explicada por causas naturales (de acuerdo con el estado actual de la ciencia y lo que se prevé sea el estado futuro). Más de la mitad de los milagros, al ser atribuibles a causas naturales, son desechados. Esto no significa necesariamente que no haya sido un milagro, sino que no es útil para el proceso.
Si la Comisión Médica define la curación como inexplicable, se turna a una comisión de teólogos y a una de Cardenales, quienes deberán determinar si se dio por intervención del Venerable Siervo de Dios. Si por ejemplo, pedí el milagro por intercesión de un santo y de otra persona, y me es concedido, el milagro no sirve para el proceso porque no es posible determinar a quién de ellos se le debe atribuir la intercesión.
Si las tres Comisiones (Médica, Teológica y Cardenalicia) determinan la validez del milagro, sólo resta que el Papa Decrete la beatificación de la persona (lo cual sucedió para este caso el 14 de enero de 2011).
¿Qué significa la beatificación? La persona es un ejemplo, un modelo de vida que podemos imitar, la forma con que vivió sus virtudes habla de un seguimiento más próximo de la vida de Jesús, indican que procuró vivir el Evangelio más allá de la observancia de los 10 mandamientos: que buscó ser perfecto. Como muestra de ello, intercedió ante Dios por una persona en concreto (milagro), lo que d alguna forma garantiza el favor de Dios hacia él.
A partir de la Beatificación (que sucederá el domingo 1 de mayo de 2011), ya puede darse culto público (es decir, en celebraciones litúrgicas) en Templos, comunidades, diócesis determinadas (lo que no obsta que en otros lugares se pueda dar).
Para la canonización (el reconocimiento explícito de la Iglesia de que una persona es santa, es decir, está en el cielo) se necesita un milagro más, pero ocurrido después de la beatificación. Cabe señalar que esto implica la infalibilidad del Papa (el hecho de que en ciertos temas él es asistido por el Espíritu Santo de forma que no se puede equivocar), por lo cual el proceso se vuelve más riguroso y delicado.
Juan Pablo II en Cuba
En concreto, la pronta beatificación de Juan Pablo II más que hacernos pensar en una “vía rápida”, nos debe hacer recordar los hechos característicos de su vida. Yo tuve la oportunidad invaluable de haber estado en la primera misa que el celebró en Cuba y haber “sentido” su llegada con una oleada de paz (que un ataque de histeria colectiva no creo hubiera podido transmitir). Sabíamos que había llegado porque nos sentimos embargados por una sensación de paz, de tranquilidad, de una alegría que brotaba del interior, de la presencia de Dios.
La vida de Juan Pablo II (independientemente de los errores que tuvo, pues es humano) se caracterizó por el seguimiento de Cristo con un mayor compromiso, de una vida verdaderamente ejemplar. Recordemos los últimos momentos de su vida, cómo vivió con valentía y amor el sufrimiento. No queda más que la certeza que “la vía rápida” no fue omitir pasos, fue el testimonio de santidad dado por Juan Pablo II.
Algunas de las ligas que consulté:

domingo, 9 de enero de 2011

La Estrella


La Virgen, el Niño y los Magos,
San Clemente de Tahull,
Cataluña, España (s. XIII)
En la semana anterior, el seis de enero, niños y adultos celebramos a los “Tres Reyes Magos: Melchor, Gaspar y Baltasar”. La Iglesia Católica celebra esta fiesta bajo el nombre de la Epifanía (del griego ἐπιφάνεια: manifestación), en algunos países (como en México) el domingo entre el 2 y 8 de enero, en otros el día 6. Para la Iglesia Ortodoxa, esta fiesta es mayor aún que la Navidad.
En honor a la verdad, he de decir que hay tres datos digamos no del todo verdaderos al inicio de esta entrada: “tres”, “reyes” y “Melchor, Gaspar y Baltasar”. La tradición (nótese que la pongo en minúscula, luego diré por qué) han creado esos datos, pero en realidad no hay ningún fundamento por el cual afirmarlos.

Los datos que quisiera resaltar del Evangelio de san Mateo (2,1-12) son:
1.    Unos magos del oriente llegaron a Jerusalén.
2.    Vimos su estrella en el oriente.
3.    Hemos venido a adorarle. Postrándose le adoraron
4.    Le presentaron obsequios de oro, incienso y mirra.
Se ha pensado que eran tres, porque llevaban tres regalos, que eran reyes porque le llevaron oro y que eran de tres colores por cada una de las “razas” conocidas hasta ese momento (europea, asiática y africana). Pero el Evangelio no nos indica más, porque otras cosas son mucho más importantes:
a)   Eran magos: no hablamos de ilusionistas, de los brujos o de hechicería (o de los que salen en la televisión…). En el tiempo de redacción del Evangelio, los magos eran las personas sabias, lo que hoy llamaríamos astrónomos (no como los actuales  “astrólogos”), estudiosos, que hacían predicciones basados en el estudio de los astros (pero mucho más científicos que los astrólogos). El Evangelio nos quiere decir que eran hombres de ciencia.
b)   De oriente: si nos centramos en la cultura judía, es de los datos fundamentales y por el cual el nombre religioso de la fiesta es “Epifanía”. Los judíos consideraban impuros (es decir, pecadores) a las personas de otras religiones, culturas, países a tal grado que el sólo hecho de tocarlos, era capaz de hacer impuro a un judío. Que vengan de oriente significa que son de otra cultura, de otra religión, que el Niño al que adoran, vino para todos, ése Niño se manifiesta (epifanía) a todos los hombres (no sólo a los judíos). Por eso los ortodoxos la celebran con mayor solemnidad que la navidad misma.
c)  Adoraron: según la Real Academia, es “Reverenciar con sumo honor o respeto a un ser, considerándolo como cosa divina”. Ellos, hombres de ciencia reconocieron como Dios a un Niño recién nacido. Su ciencia (razón), que de algún modo muy vago los guío a él (se perdieron, tuvieron que preguntarle al rey Herodes), se rinde ante ese Niño. ¡Qué enseñanza tan grande, pues nos demuestra que la ciencia y la fe no están peleadas!
 d) Oro, incienso y mirra: Regalos sumamente significativos, pues nos indican una triple misión del Niño (no tanto el número de los magos): oro porque es Rey, incienso porque es Dios y mirra porque es hombre. Ese Niño es verdadero Dios, verdadero Hombre y ha nacido para ser Rey, pero de un modo muy diferente (mi Reino no es de este mundo, le dijo a Pilatos).
e)   Estrella: La he dejado para el último porque, para efectos de esta entrada, la considero la más importante. Esa estrella que “guía” a los magos, aparece en el cielo, ellos la descubren y al dejarse llevar por ella los lleva ni más ni menos que al encuentro personal, íntimo, con Dios. Gracias a ella han conocido al Salvador.
En la entrada anterior hablé de la ciencia, de su método y de que había una segunda “ala”: la Fe. Pues esa Fe también tiene sus métodos, sus fuentes. La ciencia usa el método científico para conocer, se basa en experimentos, teoremas, demostraciones; la Fe, por su parte, tiene sus propias fuentes de conocimiento, su propia Estrella (como la de los magos).
La primera de las fuentes es la Sagrada Escritura (la Biblia). Es la Palabra que Dios ha revelado directamente a un pueblo concreto a través de escritores, es decir, está escrita por una persona inmersa en un tiempo, espacio, cultura, historia, personalidad… y todo eso hay que tenerlo en cuenta. En entradas posteriores me enfocaré sobre este tema.
La segunda fuente, y no menos importante (de hecho, están a la par) es la Tradición (nótese que uso la mayúscula). Sin querer dar una definición digna de un libro de Teología, baste decir que es una Revelación que Dios ha hecho y confiado a su Pueblo desde los inicios del cristianismo y que bajo ninguna circunstancia puede estar en contra de la Biblia (pues ambas vienen de la misma Persona). El Espíritu Santo es quien asegura que la Tradición no se corrompa, que no se falsee, y se distinga de una simple tradición (costumbre) humana. Sobre ella, abundaré después de hablar sobre la Biblia.
La infalibilidad de las anteriores fuentes está garantizada por Dios. Esta afirmación exige fe, supone que creemos en Dios, porque de lo contrario, carece de validez. Es un dato acientífico (no es objeto de la ciencia, no es demostrable, medible, experimentable, repetible…). Los magos no tenían la certeza de lo que iban a encontrar al final, simplemente fueron y siguieron la Estrella, tuvieron Fe en ella.
Una tercer fuente es el Magisterio de la Iglesia son las enseñanzas del Papa y de los obispos y Concilios en comunión con él que brotan de una reflexión sobre la Biblia y la Tradición y nos ayudan a profundizar más en el conocimiento de Dios.
Esas son las Estrellas que nos propone Dios para seguirlo, para conocerlo, para amarlo. La Fe no es algo irracional, algo anticientífico, no se trata sólo de creer por creer. Hay fundamentos, hay razones, pero ante todo, siempre debe haber fe. 
"Adoración de los reyes magos", Francisco Bayeu, 1791