domingo, 28 de junio de 2015

El "matrimonio" homosexual (1)

NOTA PREVIA: Esta entrada no tiene como objetivo denigrar, discriminar o emitir un juicio sobre personas concretas, sino entablar un diálogo, basado en la argumentación racional, por lo que cualquier comentario (a favor o en contra) que no siga este tenor, será eliminado.



En días recientes, dos sentencias judiciales han saltado a la opinión pública. El día 19 de junio de 2015, la Suprema Corte de Justicia de México declaró que “Las parejas homosexuales se encuentran en una situación equivalente a las parejas heterosexuales, de tal manera que es totalmente injustificada su exclusión del matrimonio”, permitiendo que, a través de juicios de amparo, parejas homosexuales puedan contraer matrimonio civil. La segunda sentencia, a la cual ciertamente se le dio mayor promoción, proviene de la Suprema Corte de Estados Unidos, con la cual declara inconstitucional la prohibición al matrimonio entre personas del mismo sexo. En términos generales, la opinión pública, activistas, simpatizantes de los derechos de los homosexuales y otras personas lo han calificado como un gran avance y progreso en la lucha de los derechos humanos. Coincidiendo con la fecha del Día Internacional del Orgullo Gay (el sábado más cercano al 28 de junio), muchas personas han manifestado su apoyo a través de redes sociales a través de pintar de arcoiris su foto de perfil. 
En medio de esta euforia colectiva y, a riesgo de ser tachados de intolerantes y retrógrados, la Iglesia y los fieles católicos debemos alzar nuestra voz dejando clara la enseñanza del Evangelio al respecto. La primera de ellas, consagrada de un modo claro dentro del Catecismo de la Iglesia Católica es que las personas con tendencias homosexuales “deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta” (n. 2358). Ante todo, debe hacerse una distinción entre la persona y sus acciones: cuando se habla de la homosexualidad, se refiere al ejercicio de la misma y no a la persona homosexual.
No se debe confundir, como muchas personas con o sin mala intención lo han hecho, el “respeto, compasión y delicadeza” con una aprobación tácita o implícita de la conducta homosexual. Del “no juzgar” o “discriminar” a la persona no se sigue (ni se puede seguir) la aprobación de actos que, de suyo, no van de acuerdo con la Ley Moral Natural,
Dicho lo anterior, surgen varias preguntas que debemos resolver previamente para emitir un juicio informado, racional, sobre este tema: ¿Cuál es la auténtica naturaleza del matrimonio? ¿Es el matrimonio solamente un contrato legal? ¿El matrimonio es, en sentido estricto, un derecho? ¿La unión entre personas del mismo sexo es equiparable al matrimonio? ¿Cuál debe ser el papel de la ley positiva (la legislación humana) en este tema? ¿Es discriminación negarle a las personas del mismo sexo contraer matrimonio? ¿Cuál debe ser la postura que de acuerdo con el Magisterio perenne de la Iglesia, los fieles católicos debemos fijar al respecto? Dada la complejidad y la amplitud de las preguntas, abordaré este tema en varias entradas.
De manera personal, y en consonancia con el Magisterio perenne de la Iglesia, lamento que se haya tomado esta decisión que no hace más que mermar la solidez de la institución de la familia y que declara como algo permitido y aprobado por la ley (y por tanto, que ayudará a lograr el bien común de la sociedad) una conducta que va en contra de la Ley Moral Natural y, por tanto, no sirve para alcanzar la plenitud del Reino de Dios. El por qué de mi postura lo explicaré en esta y las siguientes entradas.

La naturaleza del matrimonio.
Un problema de las definiciones legales es que, finalmente, son dadas por “mayoría” o consenso, lo que implica que, eventualmente, si la mayoría está de acuerdo, pueden ser cambiadas. Definir en realidad es “decir lo que algo es” (etimológicamente es señalar unos límites), y esto implica que no es el ser humano quien decide qué es, sino es quien, al reconocerlo, expresa el ser de las cosas. Por esta razón, el cambio en una “definición” legal no implica el cambio en la naturaleza de algo.
La creación del ser humano (imagen y semejanza de Dios) no sólo fue como “hombre y mujer” (Gn 1,27), sino que naturalmente se complementan: “Dijo Dios, «No es bueno que el hombre esté solo, voy a hacerle una ayuda proporcionada a él». Hizo pues, caer sobre el hombre un profundo sopor; y dormido, tomó una de sus costillas y formó a la mujer” (Gn 2,18.21-22). Aunque el hombre tenía la “compañía” del resto de la creación, estaba “solo”.
Más allá de una lección de biología, el relato bíblico establece la complementariedad que de hecho existe entre el hombre y la mujer. El plan salvífico de Dios considera la complementariedad entre hombre y mujer. Más allá de un “rol” de hombre y un “rol” de mujer, hay una realidad mucho más profunda: la psicología masculina y femenina son diferentes, complementarias, están llamados a ayudarse mutuamente a alcanzar la santidad, a traer el reino de Dios a la tierra por medio de sus diferencias, de su ayuda, de su acompañamiento.
A pesar de la diferencia fisiológica, Adán reconoce a Eva como “huesos de mis huesos y carne de mi carne” (Gn 2,23), expresando por un lado la “igualdad” en cuanto a dignidad y, por otro lado, la diferencia obvia que lo hace ser pleno. Por eso, una de las finalidades del matrimonio es “complementar” y generar una ayuda mutua, pero siempre con miras a alcanzar la santidad. No es una “alianza” cualquiera, es, como el mismo Adán lo dice, “Por esto, «abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne»” (Gn 2,24).
Dios, por su parte, “los bendijo para que fueran fecundos y se multiplicaran” (Gn 1,28), lo cual constituye la segunda característica del matrimonio: apertura a la vida. No es sólo un mecanismo biológico de sustentación o “perpetuación” de la especie humana, es ser partícipes de la facultad creadora de Dios, en donde el ser humano no es visto como una “producción en serie” sino como un ser querido por Dios. La sexualidad encuentra su plenitud y su recto ordenamiento en el matrimonio pues no sólo “une” al hombre y la mujer en el sentido carnal, representa una entrega y una apertura al poder creador de Dios, que a través del amor conyugal continua su obra creadora sobre el mundo. Es algo tan sagrado que Jesús mismo quiso elevarlo a la dignidad de Sacramento y que, para san Pablo, es un signo del amor que Cristo tiene a su Iglesia (Cfr. Ef 5,32).
El matrimonio, lejos de servir para “satisfacer” las pasiones sexuales, sirve para “sublimarlas”, para santificar al mismo ser humano cuando se realiza conforme a la voluntad de Dios. En este sentido, la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe emitió en el año 2003 un documento llamado “Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuales”, del cual cito este fragmento: “El hombre y la mujer son iguales en cuanto personas y complementarios en cuanto varón y hembra. Por un lado, la sexualidad forma parte de la esfera biológica y, por el otro, ha sido elevada en la criatura humana a un nuevo nivel, personal, donde se unen cuerpo y espíritu” (n. 3).

El matrimonio, ¿Vocación o derecho?
De lo anterior, se desprende que el matrimonio es auténticamente una vocación, una llamada personal, única, que Dios hace a un hombre concreto y a una mujer concreta, para que juntos construyan una comunidad de amor en la cual los valores del Evangelio empiecen a florecer, llamada familia. 
Como tal, el matrimonio no debe ser considerado como un “derecho” en sentido estricto, sino como la gozosa aceptación de una vocación en la cual el hombre y la mujer se saben distintos y complementarios y desean comenzar una vida juntos, ser “una sola cosa” o, como decía Tobías “no llevado de la pasión sexual, sino del amor de tu ley, recibo a esta mi hermana por mujer” (Tb 8,7).
De esta forma, más allá de un “contrato” legal, el matrimonio se constituye como signo del amor entre hombre y mujer que, abierto a la fecundidad, proclama la maravilla de la creación y el gran amor que Dios tiene a su Iglesia y a la humanidad entera.

¿Matrimonio y unión homosexual son equiparables?
“No existe ningún fundamento para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia. El matrimonio es santo, mientras que las relaciones homosexuales contrastan con la ley moral natural. Los actos homosexuales, en efecto, «cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso»” (Consideraciones acerca… n. 4, Catecismo de la Iglesia Católica n. 2357).
Insisto, no se está juzgando a las personas homosexuales, el documento es muy claro, el juicio moral se emite sobre los actos. De suyo, un acto que va contra la naturaliza de la sexualidad (la apertura a la fecundidad) no puede ser considerado moralmente correcto. Por mucho que se modifique la estructura fisiológica de la persona a través de operaciones de “cambio de género”, la relación sexual entre dos personas del mismo sexo no está abierta a crear nueva vida. 

En la siguiente semana, seguiremos reflexionando sobre las otras preguntas. Te invito, amable lector, a tener una actitud crítica, objetiva, no visceral, y reflexionar sobre este tema y a compartir de forma respetuosa tus reflexiones.


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domingo, 21 de junio de 2015

Padre sin hijo


Hoy en muchos lugares se celebra el día del Padre. Independientemente de las motivaciones consumistas que la mercadotecnia tiene para “festejar” ciertos días (del amor y la amistad, de las madres, la Navidad misma), debemos festejar la paternidad. Ciertamente el modelo eminente de Padre-Madre lo encontramos en Dios mismo, pero así como la Iglesia y la Virgen María son la expresión visible de la maternidad, así también hay un modelo de la auténtica paternidad responsable en la Iglesia: San José.
Sabemos muy poco de san José, mucho menos que de la Virgen María, razón por la cual podemos pensarlo como una “figura secundaria”. No es así, no es como un extra en el plan de Dios, es una pieza clave. María no era de la estirpe de David, José sí lo era (y de acuerdo con la costumbre judía, es el esposo quien da la estirpe).
El evangelista que nos da algunas pinceladas sobre san José es Mateo. Sabemos que aceptó el voto de virginidad de María (Lc 1,34: “Dijo María al Ángel: ¿Cómo será esto posible si no conozco varón?”), lo cual lo constituyó, según palabras del Beato Pío IX en “testigo de su virginidad y defensor de su honestidad” (Encíclica Quamquam pluries del 15 de agosto de 1889). 
De acuerdo con las costumbres judías, cuando una esposa había sido infiel a su esposo, él debía repudiarla (el repudio es el “rechazo” del varón hacia su esposa y “devolverla” a su casa; incluso, si esto se denunciada públicamente, la mujer podía morir apedreada). Cuando san José se da cuenta del embarazo de su esposa, dado que “era hombre justo, no queriendo ponerla en evidencia, pensó dejarla en secreto” (Mt 1,19). La palabra “justo” en el Antiguo Testamento se refiere al hombre virtuoso, que vive conforme a la voluntad de Dios, a lo que llamaríamos santo actualmente. José prefiere cargar sobre sí la “culpa” que exponer a su esposa a la vergüenza pública e, incluso a la muerte, a pesar que, de acuerdo con las leyes y costumbres de la época, estaba en todo su derecho.
“Mientras pensaba en estas cosas, un ángel del Señor le dijo en sueños: José, hijo de David, no dudes en recibir en tu casa a María, tu esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Cuando José despertó de aquel sueño, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor.” (Mt 1,20.24, este es el pasaje conocido por algunos como la “Anunciación a José”). A pesar de lo que “pudiera parecer”, José es dócil a la voluntad divina. No será la primera vez que un ángel le habla en sueños a José y él es dócil a su mensaje: es alertado de la persecución de Herodes (Mt 3,3-15) e invitado a volver cuando Herodes había muerto (Mt 3,19-23). 
Lo siguiente que sabemos de él, es que Jesús “les estaba sujeto y crecía en sabiduría y edad y gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc 2,51-52). Jesús aprendió no sólo el oficio de la carpintería de su padre (se le conocía como el carpintero), sino que también ese “crecimiento en sabiduría y gracia” se debió a la mano de José y María. No sabemos cuándo murió, pero se asume que fue en algún momento antes de la vida pública de Jesús (de lo contrario, no habría mandado a María con san Juan).
José, le enseñó a Jesús la justicia, el trato digno a su Madre, el saber ver más allá de la ley y tratar con misericordia. Ser trabajador y responsable. Probablemente el primer maestro de oración de Jesús fue él, pues en sueños estaba acostumbrado a escuchar la voz de Dios, le enseñó a escuchar la voluntad de Su Padre. Ese aparente silencio (san José jamás dice una palabra en toda la Escritura) representa el de una vida callada, donde Dios es quien habla y José es quien escucha.
El Papa Benedicto XVI, en el mensaje del Angelus del 19 de marzo de 2006, dijo: “del ejemplo de San José llega a todos nosotros una fuerte invitación a desarrollar con fidelidad, sencillez y modestia la tarea que la Providencia nos ha asignado. Pienso ante todo en los padres y madres de familia, y ruego para que sepan siempre apreciar la belleza de una vida sencilla y laboriosa, cultivando con atención la relación conyugal y cumpliendo con entusiasmo la grande y no fácil misión educadora”. 
No debió haber sido fácil para Él saberse llamado a esa vocación tan grande de cuidar “al Hijo del Altísimo” y a María. Es una vocación porque aunque Dios le propone el Plan en sueños, es José quien libremente decide aceptarlo. Su renuncia a un protagonismo (por eso de él se menciona apenas algo), su renuncia a un hijo de su carne y sangre, su renuncia a hacer su voluntad (sigue las indicaciones de Dios), hacen de él un gran ejemplo en este día del padre.
De manera particular, puedo decir con gran gusto que yo tengo un padre que me ha inculcado valores, para quien la honestidad y el respeto a la ética es invaluable, que me ha enseñado el valor del trabajo duro, que no hay almohada más cómoda que la de la conciencia tranquila, que no puedes exigir sin antes dar, que me ha educado por muy doloroso que sea (no soy hueso fácil de roer), que ha estado en momentos difíciles y duros de mi vida, que ama perdidamente a mi madre y le da su lugar; me ha enseñado más con su ejemplo que con su palabra, me ha corregido cuando ha sido necesario. No es mi amigo, porque no cayó en el error de querer serlo, siempre se supo mi padre y yo me he sabido su hijo, y eso implica que es un modelo para mí.
 Deseo terminar esta entrada con un fragmento del himno a san José de las Laudes de la Liturgia de las Horas del día 19 de marzo:

“Escuchen qué cosa y cosa
tan maravillosa, aquesta:
un padre que no ha engendrado
a un Hijo, a quien otro engendra.

Un hombre que da alimentos
al mismo que lo alimenta;
cría al que lo crió,
y al mismo sustenta que lo sustenta.

Manda a su propio Señor, 
y a su Hijo Dios respeta;
tiene por ama a una esclava,
y por esposa a una reina.

Celos tuvo y confianza,
seguridad y sospechas,
riesgos y seguridades,
necesidad y riquezas.”

Ojalá que en este día revaloremos a nuestros padres, a los que están y a los que ya no nos acompañan y que ellos sepan imitar al gran san José.


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domingo, 14 de junio de 2015

Charlie Charlie


Recientemente apareció en redes sociales un “reto” en el cual se “invocaba” a un demonio llamado “Charlie” (Charlie, Charlie, are you there?)para que respondiera preguntas (una especie de Ouija casera). Se ponían dos lápices (como en la foto de inicio de esta entrada) sobre una hoja con cuatro cuadrantes (Si, SI, NO, NO) y Charlie “movería” el lápiz de acuerdo con la respuesta a la pregunta que le formularas. Al final, todo parece indicar que era una estrategia publicitaria para cierta película próxima a salir.
No es la primera vez que juegos como “Charlie”, “Bloody Mary”, la ouija y otros muchos más aparecen y llenan de euforia a chicos (y no tan chicos) en un afán por “conocer” lo que pasará o simplemente por “divertirse” estando a la moda. dejando de lado la explicación científica que tienen estos fenómenos (sí, la ciencia puede explicar lo que sucede), quiero enfocarme en las implicaciones que, desde el punto de vista de la fe, tienen estos juegos.
Es innegable la existencia del mal en el mundo, no sólo en las acciones humanas, sino a través de personas o seres concretos que a través de múltiples medios buscan “infiltrar” el mal en la vida de las personas. 
Desde tiempos inmemoriales, el hombre ha querido “adivinar” el futuro, anticiparse a lo que sucederá, ya sea para prepararse o para modificarlo. En este afán, ha recurrido a un sinfín de prácticas adivinatorias en las cuales “invoca” a seres (“buenos” o malignos) para que le revelen lo que está oculto. 
No debemos olvidar que el único “Señor del tiempo” es Dios mismo, quien tiene su plan divino para toda la creación desde el principio de los tiempos y que ha llamado a los seres humanos para que con el ejercicio de nuestra libertad colaboremos (o no) en la construcción de su magnífico plan para la creación. Pretender que alguien o algo puede anticiparse a lo que sucederá es, finalmente, querer darle la vuelta al conocimiento y la sabiduría de Dios.
La práctica de la adivinación
El demonio, por su parte, llamado por Jesús como “Padre de la mentira” busca, a través de múltiples formas, engañarnos para extender su influencia y, finalmente, sabotear el plan divino. Con esto no pretendo decir que está detrás de todo lo maligno en el mundo o que esté detrás de “Charlie Charlie”, pero, ciertamente, hay algunos puntos que debemos considerar antes de juzgar.
No se puede negar que tanto la Ouija como Charlie Charlie o Bloody Mary parten de la invocación de un ser maligno (demonio o alma de difunto) al cual se le consulta. Si verdaderamente hay o no la presencia de dicho ser, no es el punto a discusión. Quien juega, deliberadamente está invocando (en broma o en serio) fuerzas que van más allá de su control y de su voluntad. Para ser claros, al jugar este “inocente” juego, se puede estar dejando abierta la puerta para que entren otro tipo de fenómenos (infestación, seducción, posesión, etc.), además de que constituye una falta contra el Primer Mandamiento: “Amarás a Dios sobre todas las cosas”.
Cuando recurrimos a “alguien” para que, con su “poder”, haga lo que de suyo le correspondería a Dios mismo, estamos sin duda alguna poniendo a Dios en un segundo plano. Aún la llamada “magia blanca” no tiene su fundamento en Dios. Su “fuerza” proviene de otra fuente diferente a Él.
Por su parte, el Catecismo de la Iglesia Católica nos dice: “Todas las formas de adivinación deben rechazarse: el recurso a Satanás o a los demonios, la evocación de los muertos (…), la consulta de horóscopos, la astrología, la quiromancia… están en contradicción con el honor y el respeto, mezclados de temas amoroso, que debemos solamente a Dios”.
¿Charlie Charlie verdaderamente es lo que dice ser? Probablemente no, pero la actitud cristiana correcta es rechazarlo, aún y si se trata de un juego. Abrir la puerta a estos fenómenos puede ser algo peligroso, además que no va de acuerdo con el testimonio cristiano que debemos dar.
La oración es la ayuda en las dificultades
La preocupación por el futuro siempre será algo natural a los seres humanos, pero no es la forma correcta de resolverla. Para leer “los signos de los tiempos”, esos susurros con los que Dios nos habla en la vida y que nos ayudan a descubrir Su voluntad, no hay nada como la oración individual cotidiana (que es una auténtica plática con Dios, no solo un repetir palabras o leer a toda velocidad), la dirección espiritual (abrirle mi corazón a un sacerdote para que me guíe en el camino de la perfección), la lectura asidua de la Biblia, la vivencia de los Sacramentos… y, ¿Sabes qué es lo mejor de todo eso que te sugiero? Que es gratis, está al alcance de tu mano y es el testimonio correcto del cristiano.