domingo, 29 de mayo de 2016

¿Cómo destruir una sociedad?


NOTA PREVIA: Esta entrada no tiene como objetivo denigrar, discriminar o emitir un juicio sobre personas concretas, sino entablar un diálogo, basado en la argumentación racional, por lo que cualquier comentario (a favor o en contra) que no siga este tenor, será eliminado.

Destruir a una sociedad no es fácil. No me refiero a matar sistemáticamente a sus miembros. Tampoco me refiero a cambiar sus “instituciones de gobierno”. Sin querer hacer un tratado de sociología, sólo me limitaré a decir que la sociedad va más allá de un conjunto de normas e instituciones. Es, como dice el Catecismo de la Iglesia Católica, “un conjunto de personas ligadas de manera orgánica por un principio de unidad que supera a cada una de ellas. Asamblea a la vez visible y espiritual, […] recoge el pasado y prepara el porvenir. Mediante ella, cada hombre es constituido <<heredero>>, recibe <<talentos>> que enriquecen su identidad” (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica (CICAT) n, 1880). El Concilio Vaticano II, a través de la Constitución Pastoral Gaudium et Spes, nos dice que “El principio, el sujeto y fin de todas las instituciones sociales es y debe ser la persona humana (GS 25). “La sociedad es indispensable para la realización de la vocación humana (CICAT n. 1886).
La célula básica de toda sociedad es la familia. Ninguna sociedad que haya tenido sólida su estructura familiar ha sucumbido. Defender los valores familiares, la unidad y la naturaleza de la familia es un deber de las instituciones políticas, pues “la autoridad sólo se ejerce legítimamente si busca el bien común del grupo en cuestión y si, para alcanzarlo, emplea medios moralmente lícitos. Si los dirigentes proclamasen leyes injustas o tomasen medias contrarias al orden moral, estas disposiciones no pueden obligar en conciencia” (CICAT n. 1903)
Regreso a la pregunta original. ¿Cómo destruir una sociedad? Atacarla de frente, sistemáticamente, no sirve, pues numerosas asociaciones se encargarán de levantar la voz. Hay una forma de destruir a la sociedad desde su base, y es más, hasta de recibir aplausos, elogios, y ser exaltado como un ejemplo de modernidad, inclusión, y tolerancia. Desgraciadamente, el Presidente de México, Enrique Peña Nieto, ha encontrado el modo de destruir nuestra sociedad: atacar a la familia.
En el marco de la celebración del día mundial contra la homofobia, el Presidente anunció, entre otras cosas, dos iniciativas de reforma: una al artículo 4º Constitucional, para “reconocer como un derecho humano que las personas puedan contraer matrimonio, sin discriminación alguna” (dejando de manera explícita el matrimonio “igualitario” en la Constitución) y, por otro lado, una reforma al Código Civil Federal que “moderniza el lenguaje, para evitar las expresiones discriminatorias que aún contiene este Código Federal”. Dando clic en los enlaces anteriores puedes consultar las versiones oficiales publicadas en la página de la Presidencia de México.
Lo que aparenta ser un gran avance en materia de democracia, tolerancia e inclusión (tres de los jinetes apocalípticos de la posmodernidad), en realidad es un ataque a la familia que miles de personas aplauden, sin ver que esto representa la destrucción de la sociedad mexicana tal y como la conocemos. ¿Por qué afirmo esto? Después de leer la propuesta de reformas, puedo señalar como puntos relevantes los siguientes: 
  1. En caso de aprobarse la reforma al Artículo 4º Constitucional, al hablar de la posibilidad de contraer matrimonio por toda persona mayor de 18 años y que “no podrá ser discriminada por […] género, […] preferencias sexuales” hace que, cualquier legislación local del índole que sea que establezca el matrimonio como unión del hombre y la mujer, automáticamente se vuelva inconstitucional y, por lo tanto, carente de sustento legal. Puedes revisar los argumentos de porqué rechazamos este tipo de uniones en las entradas sobre el matrimonio homosexual 1 y 2. Yendo aún más a fondo, en el caso de que cualquier credo religioso (no sólo la Iglesia Católica, puesto que la oposición al mal llamado matrimonio igualitario no es exclusiva de la Iglesia Católica) negase el matrimonio a una pareja homosexual, estaría actuando en contra de esta ley. ¿Dónde queda entonces el derecho a actuar conforme a la propia conciencia? ¿No se está violando el derecho a la libertad de culto?
  2. En el caso del Código Civil Federal, se deroga la referencia a la edad mínima para contraer matrimonio, así como la necesidad de consentimiento por parte de los padres o tutores. Si en el estado actual de las cosas los matrimonios tienen “fecha de caducidad”, pues las tasas de divorcio son altas, sin el correcto acompañamiento por parte de los padres, ¿Qué podemos esperar? Un proceso de divorcio, más allá de los costos que implica por el pleito legal, tiene un impacto irreversible tanto en la afectividad de los cónyuges que se divorcian como en el desarrollo de los hijos, que siempre son perjudicados en un divorcio. ¿De qué manera se les protege de posibles daños si en vez de hacer más exigente el matrimonio, se hace más light?
  3. En el Código Civil también se deroga el período de un año para poder divorciarse de común acuerdo: si regresando de la luna de miel tengo una discusión con mi cónyuge, y decido separarme, ya puedo acudir al registro civil para hacerlo. Nuevamente, estamos abriendo la puerta a la solución falsa del divorcio.
  4. Yo puedo, solicitar si así lo requiero, una reexpedición de mi acta de nacimiento que refleje mi identidad de género. Es decir, si genéticamente (pues eso, lamentablemente para los transgénero, no cambia con ninguna operación) soy hombre pero mi identidad es una de la cada vez más crecientes letras que componen las siglas del movimiento gay (cada día se le agrega una nueva letra), puedo hacerlo y entonces todas las instituciones de la sociedad tienen la obligación de reconocerme como tal. Una cosa es que alguien en su fuero interno sienta que su identidad es diferente a la que indica su genética (lo cual implica una cuestión psicológica por ese desajuste que en raras ocasiones es cuestión hormonal, casi siempre es psicológico) y otra que la sociedad positivamente fomente ese comportamiento. No hay que confundir respeto con permisividad. Suena chusco, pero, ¿Estamos presenciando el fin de los baños de hombres y mujeres?
  5. Finalmente, uno de las reformas más preocupantes está en el artículo 390 constitucional, donde se dice que en la idoneidad para adoptar no puede considerarse la orientación sexual, identidad o expresión de género. Nuevamente, reitero lo que en la entrada las adopciones homosexuales expuse: no se trata de un derecho de nadie a adoptar. Nadie, independientemente de su “orientación sexual, identidad o expresión de género” (para usar las mismas palabras de la reforma) tiene derecho a adoptar. Nadie. La Convención de los Derechos del Niño lo indican como un derecho del niño, por lo que negarle a alguien el adoptar no es negarle un derecho.

¿Por qué se opone la Iglesia a los Derechos Humanos? No es oponerse, no te confundas. No porque una Ley diga que algo es derecho, se convierte en tal. No estamos en contra del respeto. No se puede calificar como homofobia al hecho de llamar a las cosas por su nombre. Si bien moralmente cada quien dará cuentas ante Dios, y sólo ante Él, de sus propios actos, es deber del gobierno mantener el bien común y no ceder ante el capricho de una minoría, cuando en el fondo está atacando las células del tejido social. La Iglesia respeta y acoge como Madre que es a las personas con tendencias homosexuales, porque no estamos hablando sobre la persona sino sobre sus actos, que son moralmente desordenados.
No hay que ver derechos donde no los hay. Por su naturaleza, el matrimonio está orientado a la perpetuación de su especie, lo cual genéticamente es imposible en una unión homosexual. ¿Acusarán de discriminación a la Naturaleza? ¿Es ella la primera que viola los “derechos”? No. Una unión homosexual de suyo está cerrada a la vida. Por eso no puede ni debe ser llamada matrimonio. Eso no está sujeto a discusión. Eso no es discriminación, es ser testigo de la verdad. Puedes consultar las entradas Derechos y persona y El límite de mis derechos para ahondar sobre este tema.
El proceso, de acuerdo con el marco legal mexicano, que sigue una reforma constitucional es que, una vez aprobada por el Congreso de la Unión, debe ser aprobada por las legislaturas estatales. En algunos estados de la República Mexicana hay elecciones para la renovación de poder ejecutivo y legislativo. Es una responsabilidad grave del católico no sólo votar (Cfr. El deber de votar), sino votar correctamente. Contraria a mi costumbre, tocaré el tema electoral brevemente, puesto que no podemos permanecer callados.
Estando en nuestras manos, como electores, el decidir el rumbo que queremos para nuestra sociedad, tenemos el grave deber de conciencia de votar por aquellas personas o partidos cuya plataforma sea claramente de la defensa de los valores evangélicos, en especial, que positivamente defienda a la familia y a la vida. ¿Puedo esperar que el PRI, partido al que pertenece el Presidente de la República, vaya a defender la unidad familiar a nivel legislación? Sería de alguien muy ingenuo pensar lo contrario. Como católico pensante, congruente, ¿Puedo darle mi voto a tal partido? ¿No es acaso un buen momento para mostrarle mi descontento votando por otro partido o candidato que sí respete a la familia?
Desde el punto de vista moral, al emitir mi voto por un partido cuya plataforma política atenta contra los valores del Evangelio, yo adquiero una responsabilidad de colaboración sobre dicho pecado y, en mayor o menor grado, soy responsable de los pecados que se cometan a la luz de esa nueva legislación, puesto que colaboré positivamente con mi voto. No es un pecado de omisión, pues no estoy dejando de hacer algo que debiera, sino de acción, pues estoy positivamente optando por una propuesta que claramente va contra mi fe.
¿La Iglesia no debe hacer política? Distingo. La jerarquía eclesiástica no, de acuerdo con el marco legal mexicano. Pero los laicos, los millones de personas que se dicen católicos sí podemos y debemos. ¿No estás de acuerdo con los planteamientos? ¿Se te hace que vamos en contra hasta de las enseñanzas del Papa? No te confundas, la línea del Magisterio de la Iglesia es muy clara y puedes consultar los llamados a la acción que el Papa y los obispos hacen a los laicos (al final encontrarás los links). La puerta a la salvación es estrecha. Si tú, como católico, sientes que este camino es muy demandante, es el momento que en conciencia decidas si en verdad eres digno de llevar el nombre de católico y debes continuar llamándote así.
Además de votar por quienes promueven y defienden a la familia (no entraré a hablar de matrimonio “natural” contra “igualitario”, uno sólo es el matrimonio) y negar el voto a las opciones contrarias, ¿Qué más debemos hacer? Aquí sí hablaremos de pecados de omisión, pues pudiendo y debiendo hacer un bien, no lo hacemos por diversas razones. Hay numerosas iniciativas en internet como la que puedes firmar en http://www.citizengo.org/es/34641-protejan-familia-no-aprueben-iniciativa-reforma-constitucional-propuesta-por-pena-nieto?tc=wp&tcid=23062914 también puedes acercarte con tu diputado local y federal y expresarle tu preocupación sobre el tema, participar en foros, informarte, apoyar a las organizaciones civiles y religiosas que promueven los valores evangélicos… 
En una entrada anterior, hablé de la necesidad de una nueva Cruzada. Es tu hora, laico, es tu momento. El Señor te llama a defender su Evangelio. Él vino a traer fuego a la tierra, y viene a arder. Es la hora de los laicos, la hora en que podemos y debemos formar los misioneros que el mundo requiere. 
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