domingo, 31 de mayo de 2015

El deber de votar

NOTA PREVIA: Esta entrada no pretende, en ningún momento, generar una discusión sobre la legalidad de proceso electoral alguno ni discutir las propuestas y plataformas de ningún partido político. Todo comentario que no siga este tenor, será eliminado.



En México, están próximas las elecciones para diputados federales (dentro de una semana se efectuarán). Las cifras (con en otros países) son alarmantes en el tema participación ciudadana. De acuerdo con datos recogidos el Instituto Nacional Electoral, en el proceso 2012 (donde se eligió al actual Presidente de la República), votó un 63.34% de los ciudadanos con credencial para votar vigente, en tanto en que en 2009 (elección sólo de diputados federales), la participación fue del 44.61% y en la elección presidencial de 2006, fue de 58.55%, en 2003 de 41.19% y en 2000 de 63.23%.
La mayoría de las veces, la gente no acude a votar porque no cree en la clase política, porque espera poco e, incluso, porque cree que con un alto abstencionismo las elecciones podrán anularse o que esto afectará en el presupuesto de los partidos. De acuerdo con el marco legal mexicano, abstencionismo o número de votos nulos ni son causa de anulación de elección ni mucho menos reduce el presupuesto de los partidos políticos (sino todo lo contrario). Si consideramos fríamente las cifras, el actual Presidente de la República obtuvo un 38.21% de los votos, en realidad sólo el 17.04% de los mexicanos con derecho a voto lo eligieron. No es, aclaro, mi intención, discutir sobre la validez del proceso ni cuestionar las instituciones que participaron en la elección.
El voto, ¿Es un derecho u obligación? No abordaré este tema desde la cuestión legal, sino desde el punto de vista religioso. El cuarto Mandamiento (Honrarás a tu padre y a tu madre), como todos los mandamientos, no debe tomarse en sentido literal, sino entender la realidad de fondo que transmite: padre y madre se refieren a figuras de autoridad, a las cuales se les tributa obediencia y respeto. De manera análoga, la Patria (y sus instituciones legítimamente constituidas) es nuestro “padre y madre”.
De mi relación de nacionalidad nacen derechos (los consagrados en la constitución de cada país) y deberes. El Catecismo de la Iglesia Católica, editado en 1192, dice al respecto: “La sumisión a la autoridad y la corresponsabilidad en el bien común exigen moralmente el pago de los impuestos, el ejercicio del derecho al voto, la defensa del país” (n. 2240). Obviamente, el respeto a las instituciones (el denostar a quienquiera que sea es, al fin de cuentas, denostar a la propia padre) y la obediencia a las leyes (bajo ciertas condiciones que abordaré más adelante) están implícitas en este deber.
Desde el punto moral, no ejercer mi deber al voto (es a la vez derecho y deber) sin una causa legítima (enfermedad, viaje, actividad laboral) es un pecado de omisión (significa de dejo de hacer un bien que debería hacer).
Participar da el derecho a decidir. Es muy fácil criticar las decisiones del gobierno y traspasar la culpa del “no voto” hacia ellos, cuando en realidad somos nosotros quienes libremente decidimos por quién votar. El abstencionismo no es la forma idónea de expresar el descontento con el sistema político: en términos prácticos, no significa absolutamente nada, pues no anula elecciones ni reduce el presupuesto de los partidos. Es más, si nos atenemos a las cifras, la poca participación a lo largo de los procesos electorales no ha generado cambios significativos en la política del país, sino que ha agravado los problemas, por el bajo apoyo que se tiene hacia los gobernantes.
No se trata tampoco de votar por votar, de decidir al azar. Debemos ser conscientes que nuestra condición de bautizado exige una congruencia entre nuestra fe y nuestra vida, exige que construyamos el Reino en este mundo desde nuestro trabajo cotidiano. El mismo Catecismo, en el n. 2242 dice que “el ciudadano tiene obligación en conciencia de no seguir las prescripciones de las autoridades civiles cuando estos preceptos son contrarios a las exigencias del orden moral, a los derechos fundamentales de las personas o a las enseñanzas del Evangelio”. Esto implica el rechazo (insisto, por congruencia con la propia fe) hacia propuestas claramente violatorias de los derechos fundamentales de la persona (aborto, eutanasia, eugenesia, clonación, investigación con células madre embrionales, propiedad privada, libertad de conciencia, de asociación, de expresión, por citar algunas) o contrarias al Evangelio (uniones equiparables al matrimonio entre personas del mismo sexo, legalización de drogas, etc.).
La condición de bautizado (y confirmado) implica un compromiso personal con el Reino de Dios, que se fundamenta en los Mandamientos, las Bienaventuranzas, las Obras de Misericordia, las Virtudes, los Consejos Evangélicos. Mi condición, como laico, es irrenunciable. Debo apoyar y promover iniciativas que sean una auténtica promoción de la persona humana y no que la destruyan bajo una falsa apariencia de “modernidad”, “apertura”, “tolerancia”.
La participación política es muy importante, y ésta no se reduce simplemente a ir y votar. Hay que razonar el voto, sí, pero también “darle seguimiento”, a través de asociaciones civiles, asociaciones empresariales, participación en foros de consulta, opinión pública informada, involucramiento en la educación de la propia familia… No se vale no participar.
La invitación es que este día de elecciones (y cualquier otro), vayas a votar, y lo hagas congruentemente,

Por otro lado, te invito a seguir este otro blog (no es de mi autoría) llamado "De chile, de dulce y de manteca". 


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lunes, 25 de mayo de 2015

Veni Creator



Hay un antiquísimo himno en latín (alrededor del siglo IX) llamado Veni Creator (Ven, Espíritu Creador). Hoy, que se celebró en toda la Iglesia el domingo de Pentecostés (la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles), me parece adecuado complementar la reflexión que hice en una entrada anterior (El dinamismo del Paráclito) con algunos fragmentos de este hermoso Himno (el cual puedes escuchar en este enlace, tiene subtítulos en latín y español):


Accende lumen sensibus, (Enciende con tu luz nuestros sentidos,)
Infunde amorem cordibus, (infunde tu amor en nuestros corazones)
Infirma nostri corporis, (y con tu perpetuo auxilio,)
Virtute firmans perpeti. (fortalece nuestra frágil carne.)

Hostem repellas longius, (Aleja de nosotros al enemigo,)
Pacemque dones protinus; (danos pronto tu paz,)
Ductore sic te praevio, (siendo Tú mismo nuestro guía)
Vitemus omne noxium. (evitaremos todo lo que es nocivo.)

Muchas veces, dentro de nuestro caminar como cristianos, tenemos muchas dificultades en seguir el camino de la santidad (que no se reduce exclusivamente al cumplimiento de los 10 mandamientos, sino que implica una perfección mucho mayor), y esto se debe precisamente a que abandonamos la vida de gracia. Desde el Bautismo, recibimos al Espíritu Santo, quien luego habitará en plenitud gracias al Sacramento de la Confirmación. A lo largo de nuestra vida, con la recepción frecuente de la Eucaristía y la Confesión además de una vida de oración, el Espíritu actuará tal y como dice el Himno:
·         Enciende con tu luz nuestros sentidos: el mundo se percibe de un modo diferente, los acontecimientos se leen desde el plan salvador de Dios. No significa que tendremos visiones o apariciones, significa que podremos percibir la mano de Dios en nuestras vidas y así seremos capaces de cooperar con Él en la salvación de todos los hombres.
·         Infunde tu amor en nuestros corazones: amor a Dios y a los demás, pues ese fue el mandato de Jesús. El auténtico amor, del que “da la vida por sus amigos” (Jn 15,13) según palabras de Cristo. La caridad, la piedad, la misericordia, el perdón, sólo son posibles desde el amor de Dios.
·         Con tu perpetuo auxilio, fortalece nuestra frágil carne: “Velen y oren, porque el espíritu está pronto y la carne es débil” (Mt 26,41). Solos, poco podemos hacer. Con su perpetuo (es decir, interrumpido, siempre presente) auxilio, es posible lograr alcanzar la santidad. Somos fortalecidos, es decir, no actúa sin nosotros, sino junto con nosotros. Exige un compromiso personal por parte nuestra.
·         Aleja de nosotros al enemigo: En primer lugar, se refiere a la influencia del diablo sobre nosotros. No es un amuleto, no es un talismán que impide físicamente que se acerque; en realidad Su presencia es la presencia de Dios mismo, que llena completamente nuestro ser. Cuando lo recibimos conscientemente, lo invocamos con constancia y nos esforzamos por vivir en estado de gracia, no hay lugar para el demonio en nosotros.
·         Danos pronto tu paz: vivimos en medio del mundo y entre tantas preocupaciones y problemas (“A cada día le bastan sus propios problemas”, Mt 6,34) en los cuales debemos discernir entre lo que es bueno y lo que no, donde estamos llamados a ser más perfectos cada día, el Espíritu es la clave para que, como san Pablo, podamos decir “si Dios está conmigo, quién está contra mí” (Rm 8,31). La paz auténtica del que se sabe salvado, que dios está de nuestro lado, que sólo falta poner el granito de arena personal. La paz del que, como Job, se sabe en manos de Dios y que nada podrá hacernos daño. Esa paz que también transmitimos a los demás y que es tan necesaria en nuestro mundo.
·         Siendo Tú mismo nuestro guía evitaremos todo lo que es nocivo: El Espíritu es fuego, pero también es brisa suave. No es alguien que se posesiona de nosotros y nos guía contra nuestra voluntad, al contrario, es un susurro que si escuchamos, nos conducirá a los verdes pastos y las aguas tranquilas. Nunca actuará sin nosotros, sino junto con nosotros. Cuando en los Evangelios se dice que “al que hable contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este mundo ni en el futuro” (Mt 12,32), se refiere precisamente a alguien que ha renunciado a la guía del Espíritu, ya sea porque cree que es imposible salvarse (desesperanza) o porque cree que no lo necesita en absoluto (presunción). En ambos casos, renunciamos a su guía.

Espero que esta pequeña reflexión nos ayude a acercarnos más al Consolador, Aquél que ha sido derramado sobre todos nosotros como un reglado del Padre, y así, a través de Él “sciamus da Patrem, Noscamus atque Filium; Teque utriusque Spiritum Credamus omni tempore” (conozcamos al Padre y también al Hijo y que en Ti, que eres el Espíritu de ambos, creamos en todo tiempo).


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domingo, 10 de mayo de 2015

La evangelización de México (2)

Fray Junípero Serra (Misión de Tancoyol)

El beato (en unos meses más será declarado santo) Fray Junípero Serra fue un religioso franciscano que emprendió la ardua tarea de evangelizar una buena parte del Virreinato de la Nueva España.

Nació en España, en la isla de Mallorca, y fue bautizado con el nombre de Miguel José. Profesó con los franciscanos y destacó como profesor de teología en la Universidad de Palma. Sn embargo, sintió el llamado misionero y partió para la Nueva España en 1749.Al llegar al puerto de Veracruz, decide hacer el trayecto a la ciudad de México a pie (446 km) y llega al Colegio Misionero de san Fernando.

A lo largo de la historia, numerosos grupos seminómadas poblaron la región central de México, llamados genéricamente chichimecas, quienes se opusieron a la conquista armada por parte de los españoles, de forma que en 1550 comenzó la llamada Guerra Chichimeca, misma que duró casi 50 años, sin que la Corona Española pudiera lograr su objetivo.

Sin embargo, comenzó un paulatino proceso de mestizaje y asimilación que llevó a los indios a refugiarse en la zona conocida como la Sierra Gorda, en el norte del estado mexicano de Querétaro. A pesar del envío de misioneros franciscanos, agustinos y dominicos, la región no había podido ser pacificada y cristianizada, por lo que entre 1742 y 1748, el capitán José de Escandón, primer conde de la Sierra Gorda, emprendió una campaña de exterminio y aniquilación que culminó con la batalla del Cerro de la Media Luna, en la cual perdieron los chichimecas y fueron prácticamente exterminados. Escandón solicitó que las misiones, que anteriormente estaban a cargo de los agustinos, fueran transferidas a los franciscanos, y es aquí cuando fray Junípero aparece.

En 1750 es enviado a la, para evangelizar a los indios pame (de la rama de los indios otomíes) en 5 misiones que habían sido establecidas ahí cinco años antes, pero que no habían podido rendir los frutos deseados. Con la compañía de Fray Francisco Palou, hace los 150 kilómetros a pie desde la ciudad de México hasta su destino.

Fray Junípero tenía un panorama adverso: la reciente campaña de exterminio, lo inhóspito de la región, el estar sometido a Escandón (pues el virrey le había dado al conde, en 1744, la autoridad para fundar misiones, remover misioneros, etc.) y la oposición de los indios a la evangelización. No obstante lo anterior, durante los 9 años que duró en las misiones, transformó su entorno, llegando a reunir a unos 3500 indios. Aprendió la lengua propia de ellos, perfeccionó sus métodos de catequesis, bautizó incansablemente, pero también se convirtió en un promotor de los derechos de los indios.

Los ángeles parecen tocar un huapango (Misión de Tilaco)
Desarrolló cooperativas sociales de ayuda entre los indios, les enseñó a cultivar la tierra, a desarrollar artes y oficios, a defenderse de los abusos de los españoles, incluso llegó a repartir tierras entre ellos.

Al ser involucrados en las construcciones de los templos de las misiones, los indios aportaron muchos elementos propios de su cultura en un llamado “barroco mexicano” (presente en varias partes del país como fruto de la síntesis entre el catolicismo y la cultura local), pues muchos de los templos no existían y entonces se edificaron totalmente entre 1750 y 1762.

Las cinco misiones franciscanas (Santiago de Jalpan, San Miguel Concá, Santa María del Agua de Landa Nuestra Señora de la Luz de Tancoyol y San Francisco de Tilaco) se convirtieron en oasis de progreso y promoción de los derechos humanos.

En 1759, Fray Junípero es enviado a evangelizar a los apaches en la alta California (hoy California, Estados Unidos). Es hasta 1770 que las misiones comienzan a ser abandonadas y perdieron mucho de su esplendor.

Hay dos errores comunes en la propagación del Evangelio: pensar que es un tema aparte de la promoción humana (derechos humanos, calidad de vida, mejora personal, etc.) o pensar que se le puede reducir solamente a la mejora de las condiciones (transformar la realidad terrena, luchar a través de las armas para vencer la injusticia, los “sacerdotes-obreros”, las ramas más extremas de la “teología de la liberación”) y debemos entender que ambos son extremos y, por tanto, no son lo mejor.

La auténtica evangelización conlleva mejorar la vida espiritual y material de las personas, y eso no es exclusivamente misión de los sacerdotes, obispos y diáconos: es misión de cada uno de nosotros. El trabajo en el “mundo”, ir eliminando la injusticia, generar condiciones de trabajo, vivienda, seguridad dignas son tarea de cada uno de los fieles.

El ejemplo de Fray Junípero Serra (que en un clima adverso supo sintetizar maravillosamente estas ideas) debe motivarnos a, que como fieles cristianos, promovamos también la mejora de vida de nuestro entorno, comenzando, en primer lugar, en nuestra familia, para ir influenciando, poco a poco, en los círculos sociales donde nos desenvolvamos.

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domingo, 3 de mayo de 2015

La evangelización de México (1)

Las misiones Franciscanas son Patrimonio Universal
Hace algunos días, tuve la oportunidad de realizar un viaje por el estado de Querétaro, en México, y conocer uno de los legados más importantes en la historia de mi país, declarado como Patrimonio Universal de la Humanidad desde el año 2003, pero desgraciadamente poco conocidas y muchas veces mal entendidas: las Misiones Franciscanas de la Sierra Gorda, construidas entre 175 y 1760 bajo la dirección del Beato Fray Junípero Serra (quien será canonizado en septiembre de 2015).
Frecuentemente, en los libros de historia, se presenta erróneamente como “la Colonia” al período histórico comprendido entre 1521 y 1821 (tiempo que duró la dominación española en México). No es mi objetivo entrar en una discusión acerca de lo que realmente sucedió en dicho período (pues es tema de un blog de historia mucho más amplio), pero me limitaré a decir un par de palabras al respecto, para así poder evaluar en su justa dimensión el legado de dichas misiones.

El Beato Junípero Serra
Después del Descubrimiento de América, en 1492, por Cristóbal Colón, y ante las diferencias entre los indígenas americanos y los españoles (idioma, costumbres, religión, etc.), se juzgó erróneamente por parte de los conquistadores que no gozaban de la condición racional, justificando de esta forma ser tratados como animales. Este hecho no pasó desapercibido por los grupos de religiosos (franciscanos, agustinos y dominicos) que llegaron a América: estuvieron en desacuerdo con todos los abusos cometidos y contantemente reportaban a sus superiores y a Roma esa conducta inadecuada, pues consideraban que la tarea evangelizadora que se les había encomendado incluía el mejoramiento de las condiciones de vida de los evangelizados.
Ante la insistencia constante, en especial del primer obispo de Tlaxcala (primera diócesis de México), el fraile dominico Julián de Garcés y de fray Bernardino de Minaya (también dominico), el Papa Pablo III revisa la situación de lo que sucedía en América y a través de la Bula Sublimis Deus (1537) declara que, dado que los indios de América poseen la condición de seres humanos, deben ser respetados y no tratados como bestias. Me permitiré copiar unos fragmentos de la Bula:
Cuando [Jesucristo] dijo: "Id y enseñad a todas las gentes", a todas dijo, sin excepción, puesto que todas son capaces de ser instruidas en la fe; lo cual viéndolo y envidiándolo el enemigo del género humano que siempre se opone a las buenas obras para que perezcan, inventó un método hasta ahora inaudito para impedir que la Palabra de Dios fuera predicada a las gentes a fin de que se salven y excitó a algunos de sus satélites, que deseando saciar su codicia, se atreven a afirmar que los Indios occidentales y meridionales y otras gentes que en estos tiempos han llegado a nuestro conocimientos -con el pretexto de que ignoran la fe católica- deben ser dirigidos a nuestra obediencia como si fueran animales y los reducen a servidumbre urgiéndolos con tantas aflicciones como las que usan con las bestias.
Prestando atención a los mismos indios que como verdaderos hombres que son, no sólo son capaces de recibir la fe cristiana, sino que según se nos ha informado corren con prontitud hacia la misma; y queriendo proveer sobre esto con remedios oportunos, haciendo uso de la Autoridad apostólica, determinamos y declaramos por las presentes letras que dichos Indios, y todas las gentes que en el futuro llegasen al conocimiento de los cristianos, aunque vivan fuera de la fe cristiana, pueden usar, poseer y gozar libre y lícitamente de su libertad y del dominio de sus propiedades, que no deben ser reducidos a servidumbre y que todo lo que se hubiese hecho de otro modo es nulo y sin valor, [asimismo declaramos] que dichos indios y demás gentes deben ser invitados a abrazar la fe de Cristo a través de la predicación de la Palabra de Dios y con el ejemplo de una vida buena, no obstando nada en contrario.

De esta manera, los evangelizadores tenían herramientas para defender a los indígenas de los abusos cometidos por parte de algunos de los españoles y tenían mayor libertad para evangelizar y mejorar la condición humana de los indios. Dicho sea de paso, la clásica visión de “la Cruz junto al cañón” (evangelizar por medio de la fuerza o violencia) no es exacta en modo alguno. Sin negar que se cometieron algunos abusos en este proceso, en realidad fue la Iglesia quien defendió y promovió los “derechos humanos” (recordemos que la noción de derechos humanos es posterior a esta época) de los indios.
La Corona Española, por su parte, le dio la categoría de “Territorio de Ultramar” a la Nueva Española, de tal forma que no era una “colonia”, sino una “extensión” del territorio peninsular, gobernada por el Rey a través del Virrey. Entre las normas emitidas por la Corona relacionadas con este punto están las siguientes:
·         Las Indias Occidentales se incorporaban a la Corona de Castilla, siendo el derecho castellano el que debía regirlas cuando en la ley india hubiera algún vacío legal.
·         Las leyes de los indios deberían respetarse siempre y cuando no fueran irreconciliables con la legislación hispana.
·         Las autoridades podían no acatar alguna regulación de la Corona española cuando ésta no resultara conveniente en su aplicación (el conocido “obedézcase pero no se cumpla”).
·         En cuanto a la conquista de nuevos territorios, debía hacerse previo requerimiento pacífico y, en todo caso, no debía esclavizarse a los indios ni tratárseles mal, lo cual debería ser certificado por clérigos.
·         Por increíble que parezca, una de las normas estipulaba una jornada de trabajo de 8 horas con dos de descanso (mucho más justa que la Ley Federal del Trabajo en México)
Si bien las leyes no se cumplieron en su totalidad, los frailes, sacerdotes, obispos constantemente denunciaban los abusos y defendían a los indios en contra de las injustas e ilegales agresiones.
En este contexto (del cual sin duda puede hablarse mucho más) se da la evangelización de América, en donde más que una imposición de la fe, se logró hacer una síntesis entre la cultura de los indios y la religión, expresadas tanto en lo artístico (el llamado “barroco mexicano”, que es el barroco con elementos indígenas), como en lo religiosos: no olvidemos que los misioneros les enseñaban el español pero primero aprendían la lengua del pueblo indígena, enseñaban y oraban en dicha lengua, algunas formas de religiosidad popular tienen sus orígenes en las costumbres indígenas (como los danzantes) y, tal vez uno de los ejemplos más claros, Santa María de Guadalupe como la Evangelizadora de América, pues en su iconografía expresó la fe cristiana en el lenguaje que los indígenas pudieron entender.
Un ejemplo del barroco mexicano, en Jalpan de Serra, Querétaro
En próximas entradas hablaré sobre las Misiones Franciscanas de la Sierra Gorda de Querétaro, la gran figura de los Evangelizadores como Fray Junípero Serra y algunos elementos importantes de la evangelización en la Nueva España.


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