Hay un antiquísimo himno en latín (alrededor del siglo IX) llamado
Veni Creator (Ven, Espíritu Creador).
Hoy, que se celebró en toda la Iglesia el domingo de Pentecostés (la venida del
Espíritu Santo sobre los apóstoles), me parece adecuado complementar la
reflexión que hice en una entrada anterior (El dinamismo del Paráclito) con algunos
fragmentos de este hermoso Himno (el cual puedes escuchar en este enlace, tiene
subtítulos en latín y español):
Accende
lumen sensibus, (Enciende con tu luz
nuestros sentidos,)
Infunde
amorem cordibus, (infunde tu amor en
nuestros corazones)
Infirma
nostri corporis, (y con tu perpetuo
auxilio,)
Virtute
firmans perpeti. (fortalece nuestra frágil
carne.)
Hostem
repellas longius, (Aleja de nosotros al
enemigo,)
Pacemque
dones protinus; (danos pronto tu paz,)
Ductore
sic te praevio, (siendo Tú mismo nuestro
guía)
Vitemus
omne noxium. (evitaremos todo lo que
es nocivo.)
Muchas veces, dentro de nuestro caminar como cristianos,
tenemos muchas dificultades en seguir el camino de la santidad (que no se
reduce exclusivamente al cumplimiento de los 10 mandamientos, sino que implica
una perfección mucho mayor), y esto se debe precisamente a que abandonamos la
vida de gracia. Desde el Bautismo, recibimos al Espíritu Santo, quien luego
habitará en plenitud gracias al Sacramento de la Confirmación. A lo largo de
nuestra vida, con la recepción frecuente de la Eucaristía y la Confesión además
de una vida de oración, el Espíritu actuará tal y como dice el Himno:
·
Enciende con tu luz nuestros sentidos: el mundo
se percibe de un modo diferente, los acontecimientos se leen desde el plan
salvador de Dios. No significa que tendremos visiones o apariciones, significa
que podremos percibir la mano de Dios en nuestras vidas y así seremos capaces
de cooperar con Él en la salvación de todos los hombres.
·
Infunde tu amor en nuestros corazones: amor a
Dios y a los demás, pues ese fue el mandato de Jesús. El auténtico amor, del
que “da la vida por sus amigos” (Jn 15,13) según palabras de Cristo. La
caridad, la piedad, la misericordia, el perdón, sólo son posibles desde el amor
de Dios.
·
Con tu perpetuo auxilio, fortalece nuestra frágil
carne: “Velen y oren, porque el espíritu está pronto y la carne es débil” (Mt
26,41). Solos, poco podemos hacer. Con su perpetuo (es decir, interrumpido,
siempre presente) auxilio, es posible lograr alcanzar la santidad. Somos fortalecidos,
es decir, no actúa sin nosotros, sino junto con nosotros. Exige un compromiso
personal por parte nuestra.
·
Aleja de nosotros al enemigo: En primer lugar,
se refiere a la influencia del diablo sobre nosotros. No es un amuleto, no es
un talismán que impide físicamente que se acerque; en realidad Su presencia es
la presencia de Dios mismo, que llena completamente nuestro ser. Cuando lo
recibimos conscientemente, lo invocamos con constancia y nos esforzamos por
vivir en estado de gracia, no hay lugar para el demonio en nosotros.
·
Danos pronto tu paz: vivimos en medio del mundo
y entre tantas preocupaciones y problemas (“A cada día le bastan sus propios
problemas”, Mt 6,34) en los cuales debemos discernir entre lo que es bueno y lo
que no, donde estamos llamados a ser más perfectos cada día, el Espíritu es la
clave para que, como san Pablo, podamos decir “si Dios está conmigo, quién está
contra mí” (Rm 8,31). La paz auténtica del que se sabe salvado, que dios está
de nuestro lado, que sólo falta poner el granito de arena personal. La paz del
que, como Job, se sabe en manos de Dios y que nada podrá hacernos daño. Esa paz
que también transmitimos a los demás y que es tan necesaria en nuestro mundo.
·
Siendo Tú mismo nuestro guía evitaremos todo lo
que es nocivo: El Espíritu es fuego, pero también es brisa suave. No es alguien
que se posesiona de nosotros y nos guía contra nuestra voluntad, al contrario,
es un susurro que si escuchamos, nos conducirá a los verdes pastos y las aguas
tranquilas. Nunca actuará sin nosotros, sino junto con nosotros. Cuando en los
Evangelios se dice que “al que hable contra el Espíritu Santo, no se le
perdonará ni en este mundo ni en el futuro” (Mt 12,32), se refiere precisamente
a alguien que ha renunciado a la guía del Espíritu, ya sea porque cree que es
imposible salvarse (desesperanza) o porque cree que no lo necesita en absoluto
(presunción). En ambos casos, renunciamos a su guía.
Espero que esta pequeña reflexión nos ayude a acercarnos más
al Consolador, Aquél que ha sido derramado sobre todos nosotros como un reglado
del Padre, y así, a través de Él “sciamus
da Patrem, Noscamus atque Filium; Teque utriusque Spiritum Credamus omni
tempore” (conozcamos al Padre y también al Hijo y que en Ti, que eres el
Espíritu de ambos, creamos en todo tiempo).
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