El día de hoy, en Roma, dio inicio la Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos para abordar el tema de la familia. Los medios de comunicación, usando su ya conocida objetividad y pasión por difundir la verdad, nos han presentado una imagen del mismo, que, desgraciadamente, corresponde a cualquier cosa menos al Sínodo de los Obispos de la Iglesia Católica, como podremos ver en esta entrada (interrumpo, por esta semana, la reflexión sobre el Primer Mandamiento).
En primer lugar, debemos clarificar qué es un Sínodo. Etimológicamente proviene del griego y significa caminar juntos. Si bien fue instituido por el beato Pablo VI en 1965, desde el Colegio de los Apóstoles se entendió que la Iglesia debía seguir ese camino. Basta recordar el capítulo 15 del libro de los Hechos de los Apóstoles: Pablo y Bernabé, preocupados porque a los bautizados no judíos se les quería imponer la Ley de Moisés (a través de someterlos al rito de la circuncisión), acudieron a los Apóstoles, que reunidos en Jerusalén, debatieron sobre el tema. Quien da la "palabra final" es el mismo san Pedro: no se les someta a la circuncisión. No fue una "votación", elección democrática, mayoría o consenso: en la Última Cena, el Señor lo dejó muy claro: "Yo he rogado por ti para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos" (Lc. 22, 31-32).
Esta sinodalidad, presente muy fuertemente en Oriente, se vivió en la Iglesia a través de sínodos locales y Concilios Universales, en los que se buscaba resolver temas urgentes, casi siempre relacionados con la Doctrina de la Fe o la Disciplina de los Sacramentos. Después del Concilio Vaticano I (1869), pasó casi un siglo para que hubiera otro concilio (Vaticano II, 1962-1965). Fue entonces cuando Pablo VI decidió instituirlo en la vida de la Iglesia nuevamente, para tratar cuestiones que le preocupan en cuanto al gobierno de toda la Iglesia.
El Sínodo (al igual que el Concilio Ecuménico), a pesar de lo que los medios de comunicación nos quieren hacer creer no puede actuar por sí mismo, se convoca, se mantiene, se aprueba y se disuelve bajo la autoridad del Papa: incluso si la Sede Papal quedara vacante (por renuncia o muerte del Papa), el Sínodo (y el Concilio) quedan suspendidos hasta que el nuevo Papa los apruebe (o disuelva).
El Sínodo, de acuerdo con el Código de Derecho Canónico (Canon 343) puede "debatir las cuestiones que han de ser tratadas, y manifestar su parecer, pero no dirimir esas cuestiones ni dar decretos acerca de ellas", pues se trata de un órgano consultivo. El Papa, escuchando el parecer de los Padres Sinodales, puede pronunciarse sobre el tema.
Entonces, ¿Cuál es la función del Sínodo? Pablo VI, en la Carta Apostólica con la que instituye el Sínodo de los Obispos (Apostolica sollicitudo), indica lo siguiente:
Le corresponde la tarea de informar y aconsejar al Papa.
Debe fomentar la íntima unión y colaboración entre el Papa y los Obispos de todo el mundo.
Debe procurar que se tenga conocimiento directo y verdadero de las cuestiones y de las circunstancias que atañen a la vida interna de la Iglesia y a su acción propia en el mundo actual.
Debe facilitar la concordia de opiniones, por lo menos en cuanto a los puntos fundamentales de la doctrina y en cuanto a al modo de proceder en la vida de la Iglesia.
Lo que es claro, es que en ningún momento el Sínodo puede "cambiar" (por sí solo) alguna norma de la Iglesia, como por ejemplo, permitir que los divorciados vueltos a casar puedan recibir la Eucaristía, o que se acepten las uniones entre personas del mismo sexo, por citar algunos ejemplos.
Dado que el Sínodo busca representar a todos los Obispos (no es posible reunirlos a los más de 5000 obispos del mundo), es natural que haya diversos puntos de vista entre ellos, incluso diferentes percepciones teológicas, puesto que el análisis de la situación actual siempre requiere de diversos puntos de vista. Sin embargo, el hecho de que un obispo (como es el caso de Walter Kasper) o un grupo de obispos estén en desacuerdo con la normativa de la Iglesia o con ciertos postulados teológicos no significa que por ello vaya a haber un cambio.
Nos encontramos, como Iglesia, en un momento crucial en la historia: la familia se encuentra amenazada desde múltiples frentes: el divorcio (cada vez más fácil de obtener), la unión libre, las uniones entre personas del mismo sexo (tratadas anteriormente en el blog en dos entradas: entrada 1 y entrada 2), la adopción de niños por parte de parejas homosexuales (también ya abordada), la anticoncepción, el aborto ("Cuando la vida es un delito" y otras entradas siguientes), la pérdida, en muchos países, del derecho a que los padres eduquen a sus hijos en la religión (prohibición de los crucifijos en las escuelas, de la enseñanza de la religión, etc.), unos medios de comunicación que a través de películas, series, personajes, etc. presentan la sexualidad como algo separado del matrimonio, por citar las amenazas más graves. Si a esto le sumamos la distorsión, por parte de los medios informativos, de la auténtica misión y contenido del Sínodo, así como el "amarillismo" en las noticias: sacar de contexto declaraciones del Papa, encuentros con personas particulares o, incluso, casos como el del sacerdote que se declara homosexual y reniega de la doctrina de la Iglesia al respecto, presentan un serio reto para nosotros como católicos.
El Papa Francisco, en la homilía de la Misa de apertura del Sínodo, dijo: "El amor duradero, fiel, recto, estable, fértil es cada vez más objeto de burla y considerado como algo anticuado. Parecería que las sociedades más avanzadas son precisamente las que tienen el porcentaje más bajo de tasa de natalidad y el mayor promedio de abortos, de divorcios, de suicidios y de contaminación ambiental y social”.
Según palabras del Papa, “en este contexto social y matrimonial bastante difícil, la Iglesia está llamada a vivir su misión en la fidelidad, en la verdad y en la caridad” (me permito resumir y parafrasear estos puntos):
Defender el amor fiel y animar a las familias a defender el valor sagrado de cualquier vida y la indisolubilidad del matrimonio (no al aborto y al divorcio)
La verdad no cambia según las modas o las opiniones dominantes, nos protege de transformar el amor fecundo en egoísmo estéril, la unión fiel en vinculo temporal. «Sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo» (Benedicto XVI, Enc. Caritas in veritate, 3): el matrimonio es indisoluble, es una unión entre el hombre y la mujer (exclusivamente) y la doctrina de la Iglesia no puede cambiar.
La Iglesia debe buscar y curar a las parejas heridas, con las puertas abiertas para acoger. Esto no significa “relajar” la disciplina con respecto al divorcio, sino encontrar soluciones pastorales para que las personas que se encuentran en una situación de pecado (unión libre, divorciado vuelto a casar), reciban un cuidado y una atención pastoral que les permita avanzar en el camino del auténtico arrepentimiento.
Si bien son los Obispos los que están reunidos en el Sínodo, nosotros también tenemos mucho que hacer: orar por ellos, para que sean dóciles a la inspiración del Espíritu Santo, informarnos sobre el contenido del Sínodo (consulta la página oficial del Sínodo), defender la familia en primer lugar con nuestro testimonio... porque atacar a la familia es atacar el fundamento de la sociedad y de la Iglesia, es destruir toda posibilidad de construir el Reino de Dios, es, como alguna vez diría san Juan Pablo II, el ataque de la cultura de la muerte que busca destruir la Cultura de la Vida.
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