Es Viernes Santo de la Pasión del Señor. El gozo con el que celebrábamos
el Jueves Santo hace apenas unas horas se ve ensombrecido por una dura
realidad: Jesús, el Mesías en el que esperábamos, ha sido entregado y murió en
una Cruz. Es por esta razón que el Templo está sin adornos, el altar desnudo, no
se celebra la Misa (sino hasta la Vigilia Pascual el sábado por la noche).
Hoy es un día en el que la Iglesia guarda recogimiento,
silencio. Sabe que un inocente fue condenado a muerte para salvar a los
pecadores, a ti y a mí, a los que creen y a los que no, a los que aman a Dios y
a los que no lo aman. Todos. Cristo, extendiendo sus brazos en la Cruz abraza a
toda la humanidad.
La Liturgia de hoy consta de tres partes: la Liturgia de la
Palabra, centrada en la lectura de la Pasión según san Juan, la Adoración de la
Cruz y el Rito de Comunión (Cfr. Cruz) .
¿Por qué adorar la Cruz? Es un objeto de madera, utilizado como
instrumento de tortura y muerte. En ella fue clavado Cristo, el Salvador del
mundo. ¿Quién en su sano juicio recuerda el instrumento de muerte de un ser
querido? Nosotros.
La Cruz para Jesús tiene un significado especial, íntimo,
único: en sus predicaciones era un tema recurrente: “El que no toma su cruz y
me sigue no es digno de mí” (Mt 10, 38; Lc 14, 27), “Si alguno me quiere
seguir, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16, 24; Mc 8, 34; Lc 9,
23). La Cruz misma, incluso, es el punto de encuentro con Dios. Simón de Cirene
fue obligado a cargarla, pero sus hijos Alejandro y Rufo más tarde se volverían
cristianos muy reconocidos en la primera comunidad (Mc 15, 21).
Es que la Cruz no es instrumento de muerte, es un
instrumento de vida. Nuestra fe es vana, dice san Pablo, si no creemos en la
Resurrección. Cristo ha muerto, sí, pero ha resucitado (vuelto a la vida para nunca
más morir). Por eso, himnos compuestos desde hace mucho tiempo, le llaman “Cruz
amable y redentora, árbol noble, espléndido”, “dulce leño”, “árbol santo”.
El pecado entró al mundo por la desobediencia de Adán y Eva,
que quisieron ser como dioses (Gn 3, 5), es decir, quisieron decidir lo que es
bueno y lo que es malo, y comieron del fruto del árbol del bien y del mal. Para
reparar la falta, la salvación entró al mundo por la obediencia total de un
hombre, Cristo (A pesar de que era el Hijo, aprendió a obedecer padeciendo Hb
5, 8), que voluntariamente fue clavado en un árbol, la Cruz, para que todo
aquél que quiera tome los frutos de la salvación.
Por eso hoy, la Liturgia nos pide adorar la Cruz. La adoración
se le tributa solamente a Dios, nunca a las creaturas (a ellas se les venera,
pero jamás se les adora). En este caso, no es que la Cruz sea Dios, sino que
hoy, ahora, está Dios en Ella. No adoramos un pedazo de madera, ni una creación
humana, tampoco un instrumento de tortura ni una imagen hecha por hombres. Adoramos
a Dios mismo, que sin necesidad alguna quiso entregarse por todos nosotros.
Al pasar hoy a adorar la Cruz, ya sea con una genuflexión
completa, con un beso, una reverencia profunda, una mezcla de sentimientos
encontrados debe embargarme. Por un lado, un profundo y genuino agradecimiento,
pues sin mérito alguno de mi parte Dios ha muerto en la Cruz. Pero también un
arrepentimiento profundo, pues con cada pecado, con sólo uno, soy como Judas,
que lleva el batallón para crucificar a Jesús.
Por eso la Iglesia hoy nos pide el ayuno y la abstinencia de
carne: debo mostrar externamente mi arrepentimiento, debo estar consciente de
que es por mí, y sólo por mí, que Dios ha muerto.
Antes de entregar su último aliento, en el momento supremo
de su sacrificio, Cristo dice: “Todo está cumplido”. Dios ya ha puesto todo lo
que le toca, lo que está de su parte, ya ha enviado a su Hijo, ha fundado una
Iglesia, nos ha dejado el Sacramento de su Amor (la Eucaristía), nos ha
enseñado el camino para llegar al Padre. ¿Qué falta? Tu respuesta y la mía. ¿Qué
esperamos? Que hoy, al acércanos al árbol noble y espléndido a adorarlo, decida
dar el paso que falta para negarme a mí mismo, tomar mi Cruz y seguir al Señor.
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