domingo, 17 de julio de 2011

¿Dónde estás, corazón?


El profeta Elías
Hace mucho tiempo (alrededor del 850 a.C.) existió un profeta llamado Elías. A pesar que no existe directamente un libro llamado “del profeta Elías”, es el máximo representante del profetismo bíblico: cuando la Transfiguración de Cristo en el monte Tabor, aparecen Moisés y Elías a su lado como un símbolo de la Ley (tradicionalmente se dice que fue Moisés el redactor de la Torah, que contiene los preceptos de la Ley) y de los profetas, es como una forma de decir que Jesús es respaldado por ambos.
Además de esto, se decía que Elías debía venir antes del Mesías a preparar su camino, como una señal que el cumplimiento de la promesa de Dios estaba por realizarse, y en varios pasajes se le pregunta a Juan el Bautista y a Jesús mismo si ellos eran Elías (o alguno de los profetas). Con esto lo que se quiere resaltar es el gran significado que él tenía en el contexto bíblico.
Su ministerio se realizó en una época difícil: siendo Acab rey de Israel (874-853 a.C.) se casó con una cananea llamada Jezabel, siendo ella el “prototipo” de la mujer malvada en la Biblia, ya que manda asesinar a los profetas que había en Israel y hace que la mayor parte del pueblo vuelva sus corazones hacia el dios Baal (muy venerado en la región). Elías, como uno de los últimos, se enfrenta con ella con signos prodigiosos (y también eliminando a los profetas de Baal; 1Re 18) y esto le vale la enemistad de la Reina, quien lo manda asesinar. Ante esto (el relato lo encuentran en el capítulo 19 del Primer Libro de los Reyes), Elías huyó al desierto y sintió deseos de morir, pero recibió ayuda de un ángel junto con la orden de encontrarse con Dios en el monte Horeb (que no es otro que el Sinaí, donde Moisés recibió la Ley). Ahí sucedió lo siguiente:
«Allí entró en una cueva y pasó en ella la noche; y he aquí, vino a él la palabra del Señor, y Él le dijo: ¿Qué haces aquí, Elías? Y él respondió: He tenido mucho celo por el Señor, Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han abandonado tu pacto, han derribado tus altares y han matado a espada a tus profetas. He quedado yo solo y buscan mi vida para quitármela.
Entonces Él dijo: Sal y ponte en el monte delante del Señor. Y he aquí que el Señor pasaba. Y un grande y poderoso viento destrozaba los montes y quebraba las peñas delante del Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento, un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto, un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Y después del fuego, el susurro de una brisa apacible.
Y sucedió que cuando Elías lo oyó, se cubrió el rostro con su manto, y salió y se puso a la entrada de la cueva. Y he aquí, una voz vino a él y le dijo: ¿Qué haces aquí, Elías?» (1Re 19,9-13)

La Transfiguración
A partir de ahí, Él recibió una misión importante: ungir un nuevo rey de Israel (pues el actual ya no era digno de la confianza de Dios) y un profeta que lo sustituyera (Eliseo).
Cuando alguien me pregunta cómo se encuentra a Dios, nunca he podido dejar de pensar en este pasaje: no es en los hechos prodigiosos, ruidosos, notorios (el viento, el terremoto y el fuego), sino en medio de la vida cotidiana, en los pequeños signos que pueden pasar desapercibidos donde precisamente está presente (la brisa suave).
Una tendencia muy común es pensar que, para poder encontrar a Dios, es necesario tener una experiencia extraordinaria (una visión, un milagro), o que hay que buscarlo exhaustivamente fuera de uno, o que Él se hará notar de una manera tan aparatosa que no habrá lugar a duda de su existencia.
A Dios lo encontramos en la brisa apacible. Elías lo sabía, y por eso salió cuando la escuchó. Ahí tuvo un encuentro personal, cara a cara, con Dios. Cuando nosotros sinceramente lo buscamos, debemos hacerlo en esos pequeños detalles cotidianos, debemos eliminar todo ruido que nos impida encontrarlo en la suave brisa. Pienso que si Elías hubiera estado platicando con alguien más en la cueva, jamás habría percibido la suave brisa.
Encontrarse con Dios no es fácil, implica una apertura hacia Él, que yo me despoje de prejuicios con respecto a Él y que comience a explorar en la soledad y en el silencio; no sólo exteriores, sino también interiores. No basta con apagar la televisión, la radio, la internet y encerrarse en un cuarto para lograr el silencio y la soledad: me tengo que despojar de todos mis “ruidos internos” (preocupaciones, proyectos, la imaginación, etc.) y enfocarme en tener un contacto en primer lugar conmigo para poder descubrir cómo Él ha actuado en mi vida.
Recuerdo una película (La Historia sin fin, basada en el libro homónimo, me refiero a la película de 1984) donde el protagonista debe pasar por varias pruebas para llegar a cierto lugar. Una de ellas es que él debe verse en un espejo donde se refleja no su exterior, sino su interior. Nadie (hasta ese momento) había podido superar la prueba, pues algunos huían antes por el miedo a saber lo que había en su interior, otros lo hacían una vez que lo conocían. Sólo Atreiu, el héroe, pudo enfrentar su propia realidad, verse al espejo tal y como era y seguir adelante.
Orar en soledad
De la misma forma, buscar a Dios nos pone en contacto con nosotros mismos: al ver nuestros defectos, limitaciones, errores, cualidades, virtudes, aciertos comenzamos por descubrir que es Dios quien actúa en nuestra propia historia de un modo que no nos habíamos percatado.
Demostrar la necesidad de la existencia de Dios es labor del filósofo, ya que con el razonamiento es posible concluir que es necesaria la existencia de un ser supremo, pero no le basta al hombre la certeza de que es necesario que exista, siempre se formulará la pregunta ¿Dónde estás, corazón?, siempre buscará experimentar la existencia de Dios, y eso sólo se logra en el silencio, el recogimiento y la soledad. Una vez que lo descubrimos en nuestra vida, es fácil descubrirlo en los demás, en el mundo… pero por un lado debemos empezar.

1 comentario:

  1. Toño:

    No se porque me cuesta tanto entrar en el blog. Esta semana ha sido laboriosa, no me dejaba entrar. Me decía que no existía el blog...

    Los filósofos tendran como labor demostrar la existencia de Dios, pero les voy a dejar otra adicional: Si blogger existe ;D

    Fuera de broma interesante escrito

    Saludos

    ResponderEliminar