Cuando una madre está encinta, es todo un
acontecimiento. No sólo porque está a la espera de una nueva vida y es partícipe
de la obra creadora de Dios, sino porque debe prepararse adecuadamente para
ello. No sólo la familia decora el cuarto y van comprando ropa, juguetes,
muebles, etc. para recibir al nuevo integrante de la familia, sino que ella misma
se prepara de forma rigurosa, pues debe abstenerse de ciertos alimentos y
hábitos, como la sal, bebidas alcohólicas, cigarro, además de que debe tener
una dieta especial, balanceada, rica en nutrientes, en calcio consumir ácido
fólico, acudir seguido al médico, evitar automedicarse, hacer ejercicio moderado,
entre otras cosas. A pesar de los sacrificios, ella lo hace con gozo, pues vale
la pena porque la recompensa será grande.
¡Qué grosero soy! Debí haber comenzado felicitándote,
querido lector por el inicio del año nuevo. No, no estoy equivocado. No busques
en qué cultura extraña se festeja el inicio de un nuevo año. Es muy simple, con
el Adviento, comienza el Año Litúrgico.
Voy a hablar muy breve del Año Litúrgico: se
trata del “calendario” que sigue la liturgia (Cfr. El idioma de Dios). Comienza
con el Primer Domingo de Adviento y concluye con la Solemnidad de Cristo Rey.
Su eje es el Domingo de Resurrección, que le da sentido a nuestra fe (“Si
Cristo no hubiera resucitado vana sería nuestra fe”, 1Co 15,14). A lo largo del
Año, celebramos los grandes Misterios de nuestra fe, a través de cinco tiempos
litúrgicos: Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua y el Tiempo Ordinario.
La Navidad, donde celebramos el Nacimiento de
Cristo y la Pascua (volvemos a vivir su Pasión, Muerte, Resurrección Gloriosa y
su Ascensión a los cielos) están precedidas por dos tiempos importantes de
preparación: el Adviento y la Cuaresma. Aunque ambos son considerados tiempos
penitenciales y de preparación, en los que predomina el color litúrgico morado
(el de la penitencia), los dos tienen un tono distinto. Mientras que la
mortificación de la cuaresma es más larga y busca unirnos con la Pasión del
Señor, el Adviento es más breve (cuando mucho 4 semanas) y es más como la
preparación de una mujer embarazada.
Así como la mujer embarazada debe abstenerse
de ciertas cosas y realizar otras para recibir a su hijo, la Iglesia (que te
recuerdo que la integramos todos los bautizados, no nada más los sacerdotes y
obispos) también se prepara para recibir al Salvador, haciendo pequeños
sacrificios, realizando obras de misericordia, incrementando la oración,
frecuentando el sacramento de la confesión, aumentando su oración y siguiendo
el ejemplo de las tres grandes “voces” del Adviento: La Virgen María, San Juan
Bautista y el Profeta Isaías.
Durante los 4 domingos de Adviento,
escucharemos constantemente “enderecen sus senderos”, “preparen los caminos”, “velen
y oren”, “allanen los montes”, “arrepiéntanse”, “prepárense para comparecer
ante el Hijo del Hombre”. Porque nos preparamos no nada más para recibir “simbólicamente”
a Jesús en la Navidad. Nos preparamos para recibirlo en nuestro corazón y, en
especial, para la última venida, donde vendrá con toda su gloria, pero sobre
todo, donde nos encontraremos cara a cara con Él.
Las primeras comunidades cristianas tenían una
exclamación para esto: “Maranathá”, que literalmente significa “El Señor viene”
(1Co 16,22). Para ellos, la venida de Cristo (que representaba el final de los
tiempos, no representaba algo a qué temerle, sino un evento gozoso, el
encuentro con el Señor que significaría el triunfo definitivo sobre el pecado y
sobre la muerte, y por eso estaban ansiosos de que llegara. Se preparaban con
una vida recta, intensificando la oración y la penitencia.
Ante la violencia, la desigualdad, la injustica,
las voces de Isaías y de san Juan Bautista siguen resonando con fuerza,
invitándonos a la conversión del corazón. Quejarse de la injusticia, publicar
hashtags y poner filtros en la foto de perfil de Facebook no ayudan mucho en la
preparación para recibir a Cristo.
Construir su Reino es responsabilidad de
todos, no sólo de los dirigentes políticos. El Reino se construye en el día a
día, por cada uno de nosotros. No es sólo “hacer”, sino también orar. Separar
la vida interior de la labor social es uno de los más grandes errores. No somos
activistas de causas sociales, somos la Iglesia que sabe descubrir en el
hermano a Cristo hambriento, sediento, desnudo, sufriendo injusticia, y por
amor a Él atiende esas necesidades.
Este año que comienza, sería una excelente
preparación que no sólo vayas y compres todo lo necesario para la cena, las
posadas, el árbol, el nacimiento, y compres unos carísimos regalos. Regala tu
tiempo a tu familia, convive con ellos, pongan juntos el árbol y el nacimiento,
preparen una auténtica posada cristiana, preparen un extra de comida en la cena
de Navidad que puedan regalarle a algún necesitado, compra regalos para los
indigentes, dale un sueldo justo a tus empleados, regálale una despensa a la
señora que hace el aseo, o al que limpia tu oficina. Acércate a la confesión,
aprovecha que el Año de la Misericordia comienza, reza el Rosario en familia,
acude a Misa con frecuencia. Si haces esto, estarás ayudando más que con un
hashtag y habrás comprendido que el Adviento es una espera gozosa que se
comparte.
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