lunes, 21 de enero de 2013

Creo




Es una palabra sencilla, cuatro letras, una sílaba. Se pronuncia con facilidad y no parece implicar ninguna complicación importante. Los Domingos y Solemnidades, al asistir a Misa, repetimos “Creo…”, muchas veces con cierto automatismo. Se le relaciona con la fe, y, por desgracia, también se le suele oponer a la práctica (“soy creyente, pero no practicante” dice mucha gente de sí misma).
Tal vez esta percepción tenga su origen en la reforma protestante. Uno de los principales postulados es precisamente que la fe y las obras son diferentes, a tal grado que la sola fe es capaz de alcanzar la salvación sin que por esto haya una implicación en la vida personal: basta con creer para ser salvos, dicen.
Pero tal parece que hay alguien que no está de acuerdo con esa postura: Dios. El hombre es muy dado a dividir, a fraccionar, a separar, pero no siempre es posible. Así lo ha dicho Jesús: “No todo el que me diga: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial” (Mt 7,21). El Señor es muy claro: “hacer la voluntad de mi Padre”. ¿Cómo puedo creer en Dios y no cumplir lo que me pide?
“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16,24). Esto es más radical. Negarse a sí mismo es renunciar al pecado, a lo que me aleja de Dios, pero por sobre todo, es renunciar a hacer mi propia voluntad, querer definir yo mismo qué es bueno y qué no. El pecado original, la desobediencia a Dios, en realidad fue el pecado de la soberbia (“serán como dioses”, dijo la serpiente, Gn 3,5), fue que el hombre quería definir lo que es bueno y lo que no. en lenguaje moderno, vivir como un creyente pero no practicante.
Creer es un acto individual (la fe la han definido como la respuesta personal al Dios que se revela) aunque se expresa y se traduce en comunidad. Ante ciertas verdades que el hombre por sí sólo no puede conocer y que les son dadas en forma de regalo, la única respuesta posible es la fe, el creo. Pero esa respuesta compromete. Ya lo dice el apóstol Santiago: “Muéstrame tu fe sin obras, que yo con mis obras te mostraré mi fe” (St 2,18). O dicho en términos más coloquiales “A Dios rogando y con el mazo dando”.  
No es posible ser “creyente y no practicante”: creer significa que acepto aquello que me ha sido revelado por Dios, es decir, que confío o acepto su autoridad, y, por tanto, implica el hecho de cumplir con aquello que nos viene de Él. En primer lugar, el Mandamiento del Amor: Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. "Obras son amores, y no buenas razones” dice el refrán. Una fe sin obras se convierte en una campana sin badajo, ya lo dice san Pablo en la Primera Carta a los Corintios: “aunque mi fe fuera tan grande como para cambiar de sitio las montañas, si no tengo amor, nada soy”.
Una fe sin obras se convierte en algo vacío, en fariseísmo. Los fariseos se sabían toda la Ley de Moisés y la exigían al pueblo, pero ellos mismos no la cumplían, y por ello fueron duramente criticados por Jesús en numerosas ocasiones.
Por otro lado, una vida de obras sin una fe verdadera se convierte en activismo, en hacer pero sin un sentido trascendental, lo que hace que el esfuerzo humano sea hueco. Cuentan que una vez la Beata Teresa de Calcuta visitó un convento y las hermanas le pidieron que les disminuyera el número de horas de oración que tenían que hacer a diario, pues no se bastaban para atender tanta necesidad. La madre Teresa les aumentó las horas de oración, pues estaba consciente de que si la disminuía, perdería el sentido la labor que hacían. Fe y obras no son separables.
De esta forma, si queremos pasar de una “fe superficial”, que no se compromete, a una que se vive y que permea cada aspecto de la propia vida, es necesario que el “Creo” no sea una mera frase pronunciada automáticamente. Debemos conocer a qué nos comprometemos cuando decimos “creo”, debemos estar conscientes, dentro de nuestras posibilidades, del contenido de ese acto de fe.
¿Conocemos el contenido del Credo? Credo, en latín, significa “Creo”. ¿Qué significa o qué representa cada uno de los “artículos de fe” contenidos en él y que recitamos cada Domingo? ¿A qué nos comprometemos cuando digo “creo”?
Durante las siguientes entradas, estaremos revisando de manera rápida el contenido de las diversas partes del Credo. Aunque el Catecismo de la Iglesia Católica lo aborda de manera muy profunda, práctica y clara, no está de más revisar nuevamente estos temas teniendo la intención de que, en este Año de la Fe, verdaderamente conozcamos lo que profesamos y lo llevemos a los demás a través del Testimonio de la vida conforme a lo que esta fe nos demanda.

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