domingo, 13 de enero de 2013

El bautismo de Jesús




 

Para la Iglesia Católica, el tiempo de Navidad concluye con la fiesta del Bautismo del Señor, la cual celebramos este domingo.
Durante los 30 años que siguieron a su Nacimiento y Epifanía en Belén, los evangelios poco relatan de la vida privada de Jesús. Este vacío aparente ha intentado ser llenado por los escritores de los evangelios apócrifos. Recordemos que los escritos apócrifos son aquellos que no están reconocidos como inspirados por Dios (cfr Ser o no ser).
El último de los profetas (la misión del profeta era mantener viva la esperanza en el cumplimiento de la promesa de Dios y preparar al pueblo para recibir esa salvación) del Antiguo Testamento es Juan, primo de Jesús. Él bautizaba en el río Jordán y predicaba la conversión para poder recibir al "Cordero de Dios que quita el pecado del mundo". Durante el tiempo de Adviento, escuchamos en el evangelio cómo invitaba a enderezar nuestros senderos y allanar los montes, es decir, a realizar un esfuerzo serio por vivir de acuerdo con lo que Dios nos pide.
En este contexto, Jesús pide ser bautizado. El bautismo hasta ese momento era exclusivamente un signo del arrepentimiento que la persona tenía y su compromiso de cambiar su vida, no era un signo por el cual Dios actuara para salvar a la persona. Por eso, cuando Jesús pide ser bautizado por Juan, causa confusión en él. Pero dentro de los planes salvíficos de Dios, eso era necesario.
Al ser bautizado, Jesús es presentado ante el mundo por el Padre como su Hijo amado, y posteriormente se retirara a un período fuerte de oración y penitencia en el desierto que lo preparará para el inicio de su ministerio. Dentro del contexto de las Teofanías (manifestaciones de Dios) que celebramos en el tiempo de Navidad, esta es la última. En la primera (Navidad), se nos presenta como Hombre, en la Epifanía como aquél que viene para salvarnos a todos y en esta tercera, se nos presenta como el modelo y camino a seguir, como el Hijo Predilecto del Padre.
Juan insistía en que su bautismo era sólo con agua, es decir, no tenia capacidad de ir mas allá del simple signo, pero afirmaba que pronto vendría el que bautizaría con el Espíritu y el fuego, es decir, que ese bautismo tendría eficacia por sí mismo: Dios derramaría su gracia.
Al ser bautizado, Jesús abre para todos los hombres las puertas de la salvación, pues el signo del agua se convierte en un Sacramento, es decir, es algo sensible que representa una realidad espiritual en la que Dios actúa y le comunica su gracia a los hombres.
El agua es un elemento simple y cotidiano: limpia, purifica, calma la sed. Al momento en que Jesús se somete al bautismo de Juan toma estos significados y los plenifica: ya no es solamente limpiar la suciedad exterior, sino que se convierte en un baño de regeneración, limpia a la persona desde dentro. Lo que antes representaba el deseo de una persona por cambiar su vida y orientarla a los mandatos de Dios, ahora representa un auténtico cambio profundo en la persona: el pecado original es borrado, nos hacemos hijos de Dios por adopción y somos incorporados a su Iglesia. Es un cambio tan radical y profundo que imprime carácter, es decir, es imborrable haga lo que haga la persona.
Nosotros, los que hemos recibido el bautismo, estamos llamados a vivir acorde con él. Muchas veces somos bautizados de Misa dominical, nos conformamos solo con cumplir con asistir a Misa una vez a la semana y definimos ser buenos como "no robo, no mato", siendo que Jesús mismo nos pone la muestra: “pasó haciendo el bien” dice san Pedro en el libro de los Hechos de los Apóstoles (leído en la Misa del día).
El bautismo compromete a dar testimonio de la propia fe, en primer lugar con el ejemplo, la vivencia coherente, la dicotomía "creyente pero no practicante" no cabe en un bautizado. Una conversión profunda es lo que debemos hacer. Recordemos que los mandamientos se resumen en Amar a Dios y al prójimo. Pero un auténtico amor, que nace del conocimiento y la vivencia profunda de la fe.
Un momento de oración no le hace daño a nadie. Para orar no se necesita repetir frases de memoria, sino hablar con el corazón. Cinco minutos en mi agenda diaria dedicados exclusivamente a Dios, cinco minutos para "ponerme al día" con él, tal y como lo hacemos con nuestros amigos o familiares. Ese es un buen comienzo si queremos vivir nuestro bautismo, pero no olvidemos que ese encuentro con Dios en la intimidad de nuestro corazón nos debe llevar a mejorar la relación con los demás.
Jesús, después de ser bautizado se retiró al desierto a orar y hacer penitencia, pero luego llevó el mensaje de salvación a todos los hombres “haciendo el bien”. ¿Se puede decir lo mismo de nosotros como bautizados?

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