El viernes 3 de junio de 2011 falleció Jack Kevorkian, conocido internacionalmente como el “Doctor Muerte”, debido a que durante los años 90 ayudó a morir alrededor de 130 enfermos terminales administrándoles una alta dosis de potasio vía intravenosa auxiliándose de un aparato rudimentario llamado “la máquina de la misericordia”. Su vida fue llevada a la pantalla chica por Al Pacino bajo el nombre de "You don't know Jack" (2010).
Este doctor fue condenado y encarcelado en 1999 por el asesinato (según la terminología legal, él diría por ayudar a morir) de un enfermo terminal llamado Thomas Youk. Una de las pruebas que fueron determinantes para el caso fue la videograbación del suicidio asistido (que el mismo doctor se encargó de entregar a una cadena televisiva en Estados Unidos). Previamente ya había enfrentado (y librado) otros cuatro juicios por suicidio asistido y la revocación de su licencia médica en 1991.
La "Máquina de la Misericordia" |
El suicidio asistido o eutanasia es un tema de ética sumamente debatido (junto con otros como la anticoncepción, el aborto y la eugenesia), y en el que hay muchos malos entendidos (de ambos lados). Es un tema para varias entradas, así que por el momento me limitaré a dar algunas pinceladas y dejaré a un lado el aspecto de la legislación, puesto que es un campo diferente a lo ético (no todo lo ético está contenido en la ley positiva humana y no todo lo legal es ético, por desgracia).
Entenderemos por eutanasia al conjunto de acciones que se realizan con la finalidad de interrumpir la vida humana en pacientes bajo algún tipo de enfermedad incurable o en fase terminal y que de otra forma no morirían; es decir, la acción que se realiza trae necesariamente como consecuencia la muerte de la persona.
Se argumentan como motivos “suficientes” el dolor (en gran cantidad) del paciente o su calidad de vida producto de la enfermedad. Ante esto, el paciente solicita la asistencia médica para concluir con su existencia (a lo que se conoce como suicidio asistido) o simplemente él procura los medios necesarios para hacerlo por sí. El punto clave aquí es que el paciente se siente con el derecho de decidir sobre cuándo concluir su vida al encontrarse con un panorama digamos poco halagador por su enfermedad.
No obstante lo anterior, la eutanasia es un grave atentado en contra de la dignidad humana, en contra del valor de la persona: yo puedo decidir qué hacer con mi vida (profesión, matrimonio, hijos, etc.), pero, ¿Soy el dueño absoluto de la vida? ¿Tengo el derecho de decidir cuándo quitármela? En el fondo, ¿Cuál es el concepto de vida humana que tengo? ¿Qué significado tiene en la vida el sufrimiento?
La dignidad humana (ontológica) es el valor que tiene la persona por el simple hecho de ser persona (independientemente de lo que haga o deje de hacer. En este sentido, la más inocente de las personas tiene la misma dignidad que el peor de los criminales (ojo, es bajo el aspecto ontológico, es el valor que tienen como personas). Para efectos prácticos, la dignidad se traducirá como la imposibilidad de utilizar a la persona como un medio, pues siempre deben ser un fin en sí mismas.
Creo que la persona que decide optar por la eutanasia (y aquí quiero ser claro que respeto a las personas, aunque no estoy de acuerdo con su decisión) está perdiendo de vista el valor que ella misma tiene como persona y el papel que el sufrimiento tiene dentro de la vida humana.
La persona va más allá de lo que hace: tiene un valor por sí misma y esto no puede ni debe ser perdido de vista. El hecho de perder el ejercicio de facultades en mi cuerpo no me resta valor como persona; el depender de otras personas o el no poder realizar lo que antes me gustaba disminuye lo que nosotros conocemos como “calidad de vida”, pero no quita ni un ápice de dignidad humana. Cuando nosotros ponemos erróneamente el sentido de la vida (la felicidad) en las cosas, en lo que hacemos, en lo que tenemos, entonces toda la vida pierde por completo su sentido cuando nos enfrentamos a esta situación. Si mi felicidad depende de hacer más que de ser, me estoy auto-convirtiendo en un medio, porque me despojo del valor que tengo, porque el sentido de mi vida es lo que está afuera de mí, en vez de lo que está dentro.
Es verdad que el dolor, en ocasiones, puede ser francamente insoportable y que los avances médicos no siempre alcanzan a mitigarlo, en especial cuando el dolor es moral. Para ilustrar esto, me viene el ejemplo del Beato Juan Pablo II en sus últimos días: debido a la infección que sufría perdió la voz a pesar de que los médicos hicieron todo lo posible para evitarlo; sin embargo, se podía leer en su rostro un dolor que iba más allá de lo físico, era la impotencia de alguien para quien su voz era algo valioso (recordemos que su papado giraba en torno a hablar a la gente sobre Dios…) y que se veía imposibilitado para hacerlo. Sin embargo, en vez de optar por la salida fácil (muchas voces se levantaron pidiendo que renunciara), quiso dar testimonio de su propia creencia y continuar hasta el último momento.
El valor humano, bajo el punto de vista cristiano, tiene un gran valor, tanto que ha sido el sufrimiento de Uno (Cristo) lo que nos ha valido la salvación. El sufrir, que es lo que Cristo en muchas ocasiones nombró como la Cruz, es un medio de purificación, pero también es un sigo del amor de Dios, que quiere compartir un poco de su Pasión con la persona que sufre, de forma que ese dolor transformado por la oración se convierte en una fuerza redentora, constructiva, en un acto de amor a Dios que acerca más a la persona a la felicidad.
No hablo aquí del estoicismo, de soportar el dolor, sino de darle un sentido nuevo, una finalidad. Esto no está peleado con los cuidados paliativos, sino todo lo contrario: si puede mitigarse (o eliminarse) con asistencia médica, pues qué mejor.
Sin duda que hace falta mucho acompañamiento a los enfermos en estas situaciones, pues ante la situación difícil que enfrentan sólo se les abre la puerta de la eutanasia, y sin una correcta orientación y acompañamiento integral (por médico, psicólogo y sacerdote), no tienen la fuerza de voluntad para continuar adelante a pesar de las dificultades.
Un tema complicado y difícil, que tiene posiciones irreconciliables.
ResponderEliminarA veces ver pacientes terminales encamados, que están conscientes, les es difícil aceptar su condición. El paciente oncológico se encuentra habitualmente en este grupo.
También esta el que no se entera, pero esta la familia...Muy duro desde este punto de vista también.
Intento conciliar. Mi condición de médico hace muy difícil la conversación, porque nadie es libre de determinar el final de la vida.
Como ves un tema muy duro.
Saludos
Hola Manuel:
ResponderEliminarEs muy complicado este tema, porque como bien lo dices no hay un "término medio" entre las posturas. En especial, creo, que a los médicos les es difícil pues no en todos los países les tienen permitida la objeción de conciencia, y de ser un servidor de la vida (vocación médica original) a estar obligado a relaziar algunas de estas cuestiones sin duda es difícil.
Saludos