martes, 8 de septiembre de 2015

Hasta en la sopa


A lo largo de la historia, el hombre ha necesitado siempre sentirse cerca de Dios y ha buscado encontrarlo en su vida. Sin embargo, también es verdad que ha buscado “adaptar” el mensaje divino a su conveniencia. Es relativamente común el hecho de las constantes “apariciones” de la Virgen María, de Jesucristo, los ángeles o los santos en los lugares más insólitos y en los que, francamente, se requiere mucha imaginación y algunas veces hasta algún problema visual para “ver” la aparición.
Recuerdo, hace tiempo, que en una comunidad de mi estado a la que fui para apoyar durante la Semana Santa, cuando visitaba a una enferma de cáncer, que sus familiares me llevaron a una habitación donde tenían, guardada cual reliquia auténtica de algún santo, un ladrillo en el cual se adivinaba (ese es el termino correcto) una figura ovalada que, a decir de todos ellos, era la Virgen de Guadalupe. Según lo que ellos me contaban, durante la construcción de la casa descubrieron ese ladrillo y lo tomaron como una señal del acompañamiento de la Virgen en su vida.
La "Virgen" del metro Hidalgo
Pero ese no es el único caso, puesto que ni siquiera las grandes urbes se salvan de las apariciones. En la estación Hidalgo del Metro de la ciudad de México “apareció” en el piso la Virgen de Guadalupe, seguramente porque la gente va a su trabajo va tan rápido que ha olvidado pensar en ella, y qué mejor que ir al encuentro de ellos para hacerse presente.
Ante la indiferencia de la gente, la Virgen se “aparece” en el comal, en el plato del horno de microondas, en una pared, en las nubes, ya hasta en la sopa, moviendo a la gente a… nada.
Las falsas apariciones nacen de una necesidad de sentir a un dios (con minúscula) hecho a mi medida, que no exige nada más que ponerle una veladora al lado, un ramo de flores, y hacerle la publicidad necesaria para que la gente venga y “generosamente” deposite una moneda en la alcancía o la canasta “para el cuidado de la imagen”.
Después de la redacción de los últimos libros del Nuevo Testamento (en específico, el libro del Apocalipsis cuyo tema no es el fin del mundo), se considera que la Revelación Pública es definitiva: no “hay que esperar otra revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo” (Constitución Dogmática Dei Verbum, n. 4), de forma que cualquier tipo de aparición o revelación se considerará como “privada” y deberán ser discernidas correctamente.
¿El Cristo de la tortilla?
En todo momento, cualquier “revelación” o “aparición” nunca deben “mejorar o completar la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en cierta época de la historia” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 67). Ciertas apariciones, después de un minucioso estudio, han sido reconocidas como auténticas, y el común denominador es exigir una conversión de corazón y un seguimiento más profundo y comprometido a la Palabra de Dios.
Por ejemplo, el eje de las apariciones de Fátima, no es “revelar” lo que sucederá al final de los tiempos, sino resaltar la necesidad de una conversión profunda del corazón y de vivir correctamente la fe, aun sabiendo que esto implica que habrá un sufrimiento y una persecución (real o figurada) por ser fieles al Evangelio. Hoy en día vemos como oponerse al aborto, al divorcio, a la unión entre personas del mismo sexo, a la adopción de niños por parte de parejas homosexuales, la clonación, la investigación sobre células madre y un largo etcétera implica ser tachados de retrógrados, homofóbicos, de atentar contra los derechos humanos, fanatismo y una larga lista. Pero ser testigo, cuesta.
¿Qué pensar de las “apariciones” en objetos comunes? En primer lugar, la función de una aparición no es “generar asombro”, sino acercar más a Dios. Tomemos el ejemplo de la única aparición reconocida de la Virgen de Guadalupe. El mensaje que le dice a san Juan Diego es este: “yo soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios, por quien se vive. Deseo vivamente que se me construya aquí un templo, para en él mostrar y prodigar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa a todos los moradores de esta tierra y a todos los que me invoquen y en Mí confíen”. Debemos recordar que esta aparición surge en un momento crucial de la historia de América: A sólo 10 años de la caída de Tenochtitlán ante los conquistadores españoles, la evangelización ha sido una tarea difícil, puesto que los indígenas se resisten a abandonar sus tradiciones. Sólo cuando la Virgen se aparece, le habla a san Juan Diego (uno de ellos) y se presenta con una serie de símbolos que ellos reconocen, entonces, y sólo entonces, es cuando deciden abrazar libremente la fe.
¿Qué sentido tienen estas “apariciones” en los lugares u objetos más insólitos? Francamente, a reserva de que la autoridad eclesiástica investiga y decida sobre cada uno de ellos, es poco probable que se trate de una aparición auténtica. Las “formas” suelen ser poco claras, requieren de la “imaginación” del creyente que, hasta cierto punto, debe sugestionarse un poco para creer. Además, en ningún caso se acompaña de algún mensaje salvífico, no deja en claro el propósito de la aparición.
Por lo general, son motivadas por la ignorancia, por el vacío de Dios y la necesidad de tenerlo sin tener que comprometerse a un cambio radical de vida. Es muy sencillo ponerle una veladora y un ramo de flores (y que no falte la alcancía a un lado) sin tener que convertirme de corazón, recibir con mayor frecuencia los sacramentos, leer asiduamente la Escritura y crecer como católico. 
La próxima vez que sepas (o que veas) de una “aparición” en un insólito lugar, o que alguien recibió “línea directa” de Cristo Jesús, algún ángel o santo (el típico “El Señor me dio palabra”), lo que como católico debes hacer es, ante todo, acercarte a un sacerdote para que te ayude a discernir la verdad del hecho. Recuerda que siempre que una aparición es autentica, se ve reflejada en una mejor vivencia de la propia fe. 


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