Juan el Bautista señalando a Jesús |
Juan y la política
El día 29 de agosto, en toda la Iglesia, se conmemora el martirio de san Juan Bautista. De pocos santos se celebra una “doble fiesta” (San José, san Pedro, san Pablo, san Juan Bautista), es decir, dos veces al año se celebra su memoria; en el caso de san Juan Bautista, el 24 de junio (nacimiento) y el 29 de agosto (su martirio).
San Juan es una figura importantísima en la vida de la Iglesia; de él Cristo dice que “no hay entre los nacidos de mujer profeta más grande que Juan” (Lc 7, 28). Primo de Jesús (Isabel era pariente de la Virgen María), es anunciado a su padre Zacarías mientras ejercía las funciones dentro del santuario del Templo de Jerusalén, con una misión muy clara, de acuerdo con las palabras del arcángel Gabriel: “a muchos de los hijos de Israel convertirá al Señor, su Dios, y caminará delante del Señor en el espíritu y poder de Elías (…) a fin de preparar al Señor un pueblo bien dispuesto” (Lc 1, 16-17). Al nacer, el mismo Zacarías, inspirado por el Espíritu Santo, dijo: “Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor para preparar sus caminos, para dar a conocer la salvación a su pueblo y el perdón de sus pecados” (Lc 1, 76-77). De ahí que también se le conozca como el “Precursor”.
Este mismo Juan, al que Jesús acudió para ser bautizado, esa voz que clama en el desierto “preparen los caminos del Señor” (Jn 1, 23); ese asceta que gritaba a los pecadores la necesidad de conversión, de penitencia, de arrepentimiento, cuya función en el plan de Dios era anunciar que la salvación era inminente, él que, cuando sus discípulos discutían si él o Jesús era más grande dijo: “conviene que el crezca y yo disminuya” (Jn 3, 30), también tuvo sus problemas con la clase política.
Con el inicio de la vida pública de Jesús (con el Bautismo en el río Jordán recibido de Juan), la figura del “Precursor” pasa a un segundo término, pero no por eso deja de predicar la conversión y el arrepentimiento.
El Reino de Herodes el Grande |
Herodes el Grande, gobernó un gran territorio, lo que en ese tiempo era Judea, Galilea, Samaria e Idumea (el antiguo reino de Edom), que corresponde al actual territorio de Israel, parte de Líbano y Palestina, según podemos apreciar en el mapa (el área comprendida por la línea punteada era el Reino de Herodes).
Fue un gobernante con luces y sombras, puesto que por un lado se caracterizó por ser un opresor sanguinario (eliminando a varios de sus familiares que podrían contender por la corona) pero por otro supo ganarse el favor romano, de forma que su reino era vasallo de Roma y eso le permitió realizar grandes obras, como la reconstrucción del Templo de Jerusalén, la fortaleza Antonia, la fundación de las ciudades, impulsó el comercio, llegó incluso a usar su riqueza personal para comprar alimento para su pueblo.
A su muerte, su reino fue repartido entre sus tres hijos que sobrevivieron (algunos de ellos fueron eliminados por él ante la sospecha de conspiración en su contra): Herodes Arquelao, Herodes Antipas y Herodes Filipo (la división del territorio se puede apreciar en el mapa). Desgraciadamente, según el parecer de los historiadores, sus hijos no heredaron la sagacidad y las habilidad como gobernantes y diplomáticos que tuvo su padre; prácticamente con sus hijos acabó su reino, que pasó a manos de los romanos en el año 70 (con la destrucción de Jerusalén en el año 70 por el futuro emperador Tito).
Su hijo Herodes Antipas, quien gobernaba Galilea y Perea, se casó con la mujer de su hermano Filipo (ella se llamaba Herodías), hecho que llegó a conocimiento de Juan el Bautista (recordemos que su predicación se realizó en el área de Galilea).
A pesar de que ya había iniciado el ministerio público de Jesús (lo que significaba el “ocaso” del de Juan), él no se quedó callado y le dijo a Antipas que no le era lícito casarse con la mujer de su hermano (Mc 6, 18). A pesar de que Antipas lo “respetaba” (que no significa que le hiciera caso, pues el evangelio dice que lo dejaba perplejo, Mc 6 20), Herodías deseaba su muerte, y con motivo del cumpleaños de Antipas y aprovechando un baile que su hija hizo para deleitar a los presentes (el texto completo lo puedes leer en Mc 6, 14-27) pidió la cabeza de Juan en “bandeja de plata”, y fue así que Juan murió degollado por enfrentar al poderoso.
En ningún momento Juan se metió con la forma de gobierno de Herodes; de hecho su papel no era ese. Cuando descubrió que algo no era correcto de acuerdo con la moral, lo denunció sin temor a las consecuencias. El evangelio no habla de un plantón que desquiciaba la vida de la ciudad para exigir que dejara a Herodías, ni que sus seguidores quemaron las puertas del palacio, o que hayan usado la violencia para protestar. Simplemente, con la autoridad que le daba el ser congruente con su propia fe, denunció el hecho inmoral.
Ahora como ayer, en la vida actual (tanto en el gobierno como en las empresas, asociaciones civiles, etc.), frecuentemente se presentan situaciones contrarias a la moral católica; y no me refiero solamente al hecho de la corrupción, sino de salarios injustos, despidos injustificados, acoso laboral, leyes abiertamente contrarias a la ley natural, desobediencia a las leyes, evasión fiscal y un largo etcétera. Nuestra función como bautizados no sólo es no participar de las (que ya eso es ganancia), sino que además debemos denunciar esas conductas poco éticas.
No se trata, insisto, de llamar a la desobediencia, convocar al paro nacional o a insultar aprovechándose del anonimato de las redes sociales. Se ven con frecuencia “memes” insultando a figuras públicas (como el poder ejecutivo o legislativo), publicados y republicados hasta el hartazgo y yo me pregunto, ¿Cuántas de esas personas votaron (sin anular) en las elecciones? ¿Cuántos han participado de actos de corrupción? ¿Cuántos de ellos pagan correctamente sus impuestos? ¿Cuántos han realizado propuestas útiles a la vida pública? ¿Cuántos dan ejemplo con su propia vida de la fe que profesan? ¿Desde cuando el insulto es la mejor forma de exigir el respeto?
Sí, debemos denunciar lo que está mal, pero siguiendo el ejemplo del Bautista. No es simplemente quejarse, no es señalar lo que está mal y denigrar a la persona. No es exclusivo del sector gubernamental. Para que la corrupción exista, se requieren dos, el que pide y el que da. Debemos comenzar por un cambio personal, una conversión que nos haga ser el pueblo “bien dispuesto”, el pueblo que vive una congruencia con su fe y por eso mismo la exige a los demás.
Juan no tuvo miedo a las consecuencias, de hecho, denunciar lo llevó a la muerte. Pero ese testimonio sigue gritando, a casi 2000 años de distancia, que debemos ser congruentes, que no hay nada más valioso que vivir por el camino recto del Señor.
Te invito, amable lector, a que en vez de “darle like” o “compartir” ese meme que insulta a quienes representan a nuestras instituciones, te involucres más en primer lugar en la vivencia de tu fe, para después participar en asociaciones civiles, que exijas y te opongas a lo que es contrario a tu fe. Entonces, y sólo entonces, estaremos haciendo correctamente las cosas.
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