domingo, 28 de agosto de 2011

Somos ofrenda


Una vez que se ha concluido la Liturgia de la Palabra, comienza la otra gran mesa a la que hemos sido llamados: la Liturgia de la Eucaristía, la cual (junto con la Liturgia de la Palabra) constituye la médula de la celebración.
En la Liturgia de la Palabra, Dios mismo nos habla y nos presenta a Jesús como la Palabra que sale de su boca, y nos alimenta con sus enseñanzas. Pero ahora, Dios mismo se nos da como alimento, para nutrirnos, llenarnos de su fuerza, para ser Él parte de nosotros mismos.
Por una costumbre muy antigua, los catecúmenos (aquellas personas que se preparan para recibir el bautismo) no participan en esta parte de la celebración, la cual abandonaron antes de comenzar la oración de los fieles o universal (de la Liturgia de la Palabra). La razón: sólo los que han recibido el bautismo han sido hechos sacerdotes, profetas y reyes al modo de Jesús y pueden participar (no sólo como espectadores) en esta parte de la celebración, y sólo si reúnen ciertos requisitos, podrán acercarse a recibir al mismo Dios que se entrega en alimento.
La Liturgia de la Eucaristía consta de dos grandes partes:
1.    Ofertorio (presentación de los dones).
2.    Plegaria Eucarística, la cual a su vez consta de:
a.    Prefacio.
b.    Canto del Himno del Santo.
c.    Epíclesis (invocación al Espíritu Santo).
d.    Consagración.
e.    Intercesiones varias.
f.     Doxología (alabanza a Dios).

En esta entrada hablaremos sobre el ofertorio, en las siguientes trataremos sobre la Plegaria Eucarística.

Ofertorio.
En muchos lugares, se realiza una procesión con las ofrendas para simbolizar que somos nosotros quienes ponemos nuestro trabajo en el altar de Dios para que sea ofrecido en sacrificio por todos los hombres.
Este signo es muy importante, en especial si además del pan y del vino que serán utilizados en la celebración se llevan despensas u ofrendas que se entregarán a los pobres, ya que es el signo de que la Eucaristía forzosamente nos lleva al encuentro con los demás.
Como nota al margen, en algunos lugares, esta procesión de ofrendas se ha convertido en un tipo desfile de modas, en donde se “explica” a la comunidad el significado de cada uno de los elementos, cuando son éstos los que deben hablar por sí solos: “ahora viene el pan que se convertirá en el Cuerpo de Cristo, y el vino que el padre transformará en la Sangre de Jesús, y luego viene la Biblia que es la Palabra de Dios y a continuación (esto que sigue es verídico, yo lo vi) vienen los libros que simbolizan que nos esforzaremos mucho por estudiar en este año…”. Sin comentarios.
Una vez que el pan y el vino han sido llevados en procesión (o si no la hay, cuando han sido puestas en el altar), el sacerdote hace una oración de ofrecimiento (ofertorio) sobre los dones del pan y del vino: “Bendito seas, Señor, Dios del Universo, por este pan [vino], fruto de la tierra [vid] y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos; él será para nosotros pan de vida [bebida de salvación]”. Cuando hay canto de ofertorio, esta oración se dice en secreto (el sacerdote la dice para sí mismo), cuando no lo hay, se dice en voz alta y todos respondemos “Bendito seas por siempre, Señor”.
Es ese momento en el que el sacerdote ofrece no sólo el pan y el vino, sino que nosotros debemos poner en ese mismo altar nuestros gozos y tristezas, nuestro trabajo, preocupaciones, alegrías, éxitos y fracasos, nos debemos poner a nosotros mismos como una ofrenda a Dios. Somos ofrenda. Como sacerdotes que somos por el bautismo, podemos ofrecerle a Dios todo lo que somos para mayor aumento de su Gloria. Este momento, por desgracia, pasa inadvertido y perdemos esa valiosa oportunidad de unir nuestros esfuerzos a los méritos de la Cruz de Cristo.
A continuación el sacerdote hace una oración en secreto: “Acepta, Señor, nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde; que éste sea hoy nuestro sacrificio y que sea agradable en tu presencia, Señor, Dios nuestro”. A continuación se hace la incensación de las ofrendas, el altar, del celebrante y los concelebrantes y del pueblo, ya que en todos está presente Cristo.
El sacerdote se lava las manos como signo de purificación (dice: “Lava Señor, del todo mi delito y limpia todo mi pecado”) y a continuación invita al pueblo para que, orando juntos, ofrezcan el sacrificio de Cristo, sacrificio que “es” de los fieles y del sacerdote. El sacerdote (sólo él) reza la oración sobre las ofrendas.

1 comentario:

  1. Toño:

    Lo del desfile de modas...En muchos lugares.

    En mi pueblo de la sagra, solo cuando hay celebraciones tipo comunión o matrimonios

    Saludos

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