Es muy conocido aquel pasaje de los evangelios en donde Jesús, pasando cuarenta días en el desierto, es tentado por el diablo. Cuando él le pide a Cristo convertir piedras en panes para saciar su hambre, la respuesta es categórica: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4). Si bien hay muchas formas de interpretar esta frase, en este caso nos puede ayudar a entender porqué la importancia de esta parte de la Misa: La Liturgia de la Palabra (nótese que hablamos de Liturgia, no Rito…).
Su finalidad es tener una conversación más íntima con Dios, es escucharlo y hablarle: Dios mismo habla a su pueblo y, Cristo, presente en su palabra, anuncia el Evangelio.
a) Las lecturas.
Las lecturas deben leerse o proclamarse en el ambón. En las lecturas, nos alimentamos de la “Palabra que sale de la boca de Dios” (1ª, 2ª y Evangelio), en tanto en que en el Salmo Responsorial le damos una respuesta a la Palabra que nos ha transmitido.
El leccionario (distribución, o libro donde se encuentra ésta, de las lecturas de la Misa) actual, reformado por el Concilio Vaticano II y dividido en años pares e impares (para las misas entre semana) y en Ciclos A, B y C (para los domingos) contiene el 90% (aprox.) de la Biblia.
b) Las moniciones.
Juegan un papel importante en la celebración, pues busca suscitar una participación común y consciente. Podemos distinguir básicamente cuatro tipos de moniciones:
· Ambiental: Busca tomar contacto con la asamblea, romper el ritualismo provocado por las fórmulas y crear un ambiente propicio a la oración: Monición Inicial.
· Introductoria a las lecturas: Son las que ayudan a los fieles a escuchar más atenta e inteligentemente los textos que se escucharán. En ocasiones será mejor hacer una sola monición para todas las lecturas en vez de una para cada una.
· Mistagógicas: Nos ayudan a comprender los signos litúrgicos para poder participar mejor. Un ejemplo es esta monición durante la misa de confirmaciones: “Por la imposición de manos, el ministro lo marcará con la cruz gloriosa de Cristo para significar que es propiedad del Señor. Lo ungirá con óleo perfumado, es decir, dar testimonio de la verdad y ser, por el buen olor de las buenas obras, fermento de santidad en el mundo”.
· Conclusiva: Nos muestra que la celebración debe proyectarse hacia la vida.
c) El Evangelio y las lecturas.
Las lecturas no reciben el mismo trato. De entre ellas distinguimos de una manera especial al Evangelio con signos concretos:
· Preparación: El que va a proclamar el Evangelio, si es sacerdote, dice en secreto (voz baja): “Purifica mi corazón y mis labios para que anuncie dignamente tu evangelio”. Si es diácono, pide la bendición del sacerdote.
· Postura: Las lecturas del “profeta y apóstol” (Antiguo y Nuevo Testamento) se escuchan sentados (actitud de escucha), en tanto que el Evangelio se escucha de pie, como signo de respeto.
· Saludo: “El Señor esté con ustedes…”.
· Signación: Ante la lectura del Evangelio, todos nos signamos, no nos persignamos. Trazamos con el pulgar tres cruces (dice el ceremonial de los obispos, “Sin decir nada”), una sobre nuestra frente, nuestros labios y nuestro pecho, queriendo significar, de alguna manera “que entienda, proclame y viva este Evangelio”.
· Incensación: Al ser signo de Cristo Palabra, al Evangelio se le tributa el honor debido a Él.
· Palabra del Señor: Las lecturas no evangélicas concluyen con “Palabra de Dios”. ¿Es que Dios y Señor no son lo mismo? Señor, como ya dijimos, es Dios. En este caso nos referimos no a las Tres Divinas Personas, sino a una especial: Jesucristo, el Señor. Las lecturas de la Biblia son inspiradas por Dios y, por tanto, tienen origen divino. Sin embrago, los cuatro evangelios son, por así decirlo, “más directamente” palabra del Señor [Jesús], pues es Él quien nos habla por medio de su Palabra.
· El beso: Se le tributa es beso de reverencia al Evangelio. En tanto que el que proclamó el Evangelio besa el libro, dice en secreto “Las palabras del Evangelio borren nuestros pecados”.
d) La homilía.
Es la actualización del misterio que hoy se ha leído y escuchado, a ejemplo de Jesús en la sinagoga (Lc 4,16-30). Se reserva al sacerdote o al diácono, pues es Cristo mismo quien nos explica su Palabra y nos ayuda a comprenderla y vivirla mejor.
e) La respuesta a la Palabra: Credo y oración de los fieles (universal).
No podemos quedarnos mudos ante la Palabra, debemos responder a Ella. Con el Credo (Solemnidades y algunas fiestas especiales) proclamamos nuestra Fe de manera solemne.
Con la Oración de los fieles u oración universal expresamos la catolicidad de la Iglesia porque pedimos por todos los hombres, ya que por todos nosotros murió Cristo. Se le llama “de los fieles” porque antiguamente el diácono, en este momento, despedía a los catecúmenos (quienes se preparaban para el bautismo) para que participaran de ella los bautizados exclusivamente.
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