Hay una canción que en México hicieron famosa el trío Los Dandys: Tres regalos (solo basta una sonrisa para hacerte tres regalos, son el cielo, la luna y el mar)… pero no me refiero a esos en este blog, sino a otros más importantes, duraderos y necesarios.
El Jueves Santo, por lo general asistimos al Templo a ver “El lavatorio de pies” (un niño que conocí decía el “laboratorio”) y, por lo menos en México, hacemos la visita a las “Siete Casas” (se visitan siete templos en memoria de las siete lugares a los que fue llevado Jesús preso antes de ser condenado a muerte).
Sin embargo, el sentido profundo del Jueves Santo va más allá de esas dos prácticas, buenas, pero que no reflejan la totalidad del sentido profundo del día.
Misa Crismal en Roma |
Por la mañana, en todo el mundo los sacerdotes acuden a la Catedral a concelebrar junto con su Obispo la Misa Crismal (en algunos lugares, por las distancias que hay entre todas las poblaciones de la Diócesis, esta misa se celebra antes del Jueves Santo). En ella se consagra el Santo Crisma (que será utilizado en los sacramentos del Bautismo, Confirmación y el Orden Sacerdotal y en la Consagración de Templos y Altares), el Óleo de los Enfermos (usado en el Sacramento de la Unción) y el Óleo de los Catecúmenos (empleado durante el Bautismo). Sin embargo, el sentido de esa celebración va más allá de bendecir los Óleos: los sacerdotes renuevan ante su Obispo sus promesas de obediencia y respeto, de vivir la pobreza, la castidad y la obediencia evangélicas. Es una fiesta del sacerdocio.
Esta celebración matutina tiene su fuente en la vespertina: el Jueves Santo o “Misa de la Cena del Señor”. En ella volvemos a vivir lo sucedido aquel Jueves, cuando Jesús celebraba la Pascua Judía con sus discípulos. Antes de padecer, Él nos quiso dejar tres regalos invaluables, que seguimos disfrutando y que están relacionados entre sí.
Primer regalo: La Eucaristía.
En medio del rito de la Cena Pascual, Jesús inserta algunos elementos nuevos, definitorios, que hacen la diferencia: el rito indicaba que quien presidía partiera el pan y lo repartiera a los demás, pero Él no sólo lo hace de ese modo, sino que les dice “Esto es mi Cuerpo que se entrega por ustedes”; al dar la copa de vino Él asegura “Esta es mi Sangre que se derrama por ustedes y por muchos para el perdón de los pecados”.
Cristo (que significa Ungido… ver Entrada Triunfal) sabe que tiene una misión Redentora en este mundo, que su Muerte será la que salve el mundo. Él, como Dios, anticipa su Muerte y su Resurrección en dos signos sencillos: el Pan y el Vino, que se convierten en su Cuerpo y su Sangre.
Él mismo se nos da como Alimento, para fortalecernos en nuestro caminar, para ayudarnos en la lucha contra el mal, para hacernos más semejantes a Él. Es un misterio profundo, que no alcanzamos a comprender. Pero es real. En ese día celebramos que se cumple la profecía (Is 7,14; Mt 1,23), que Jesús es “Dios con nosotros” (Emmanuel), que se ha quedado con nosotros hasta el fin del mundo (Mt 28,20).
Segundo regalo: el Sacerdocio.
Dios pudo haberle confiado a los ángeles (mucho más dignos que nosotros sin duda) el poder hacer presente el Cuerpo y Sangre de Cristo en medio del mundo a través de la Eucaristía, pero no lo quiso así. Él da un mandato: “Hagan esto en memoria mía”. La obra de salvación iniciada por Jesús se prolonga en el tiempo a través del ministerio sacerdotal (entendido como servicio a la Iglesia…) y el sacerdote está unido irremisiblemente al Misterio de su Muerte y Resurrección. Por eso el sacerdote, en la Misa Crismal, renueva su adhesión a este Misterio.
El sacerdote debe buscar hacerse semejante a Cristo, imitarlo y volcar su vida totalmente hacia los demás. Muchos lo han logrado. En un mundo que suele fijarse exclusivamente en los errores y defectos de los sacerdotes (muchos de los cuales no tienen justificación alguna), es importante que veamos que son sólo algunos los que han fallado, que no son todos ni es generalizado. Hay muchos sacerdotes, conocidos y desconocidos que luchan por vivir conforme el mandato de Jesús, que su vida es un ejemplo de santidad y en verdad son más numerosos que los que fallan.
Este regalo es para todos, para la Iglesia, y tenemos la grave responsabilidad de cuidarlo. Muchas veces nos hemos quejado de algún sacerdote, pero pocas hemos hecho algo por tener mejores sacerdotes (orar por ellos, educar bien a nuestras familias, etc.). Sin duda, es uno de los regalos que más hemos desaprovechado.
El mandamiento del amor.
Antes de comenzar la cena, Cristo hizo un signo que para nosotros no reviste mucha importancia, pero que tiene implicaciones muy profundas (Jn 13,4-15): lavó los pies a sus discípulos. Para la cultura judía de la época, esa actividad estaba reservada exclusivamente a los esclavos no judíos, ya que era de lo más denigrante que podía existir, de tal forma que el esclavo que lo hacía era el de más baja categoría.
Bajo esta perspectiva es que entendemos por qué Pedro le dice a Jesús “Tú no me vas a lavar a mí los pies”. Pero a partir de ahí, Jesús da un discurso sobre la importancia de este signo, que se resume en lo siguiente: “Éste es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros, así como yo los he amado” (Jn 15,12).
Cristo, siendo Dios, se rebaja hasta el punto de lavar los pies a sus discípulos. Con esto lo que nos quiere mostrar es que nuestra vida debe ser un constante servicio hacia los demás, pero un amor auténtico que brota del amor de Dios hacia nosotros, de un verdadero interés por el bienestar de la persona.
Al final, iniciamos la semana Santa con estos tres regalos, que no son otra cosa sino una muestra del infinito amor que Dios tiene hacia nosotros a pesar de que nos esforzamos por rechazarlos.
Hay que vivir la Celebración del Jueves con alegría, con gratitud: es un día de gozo (por eso repican las campanas durante el canto del Gloria, omitido en la Cuaresma), que anticipa el sacrificio que Él hará por nosotros (y por eso enmudecen las campanas, se tapan las imágenes, se desnuda el altar) y que es el tema central del Viernes Santo.
Como nota extra, hay la posibilidad de ganar la Indulgencia Plenaria este día (es el perdón de la pena en el purgatorio) si durante la reserva del Santísimo Sacramento, que sigue a la Misa, recitamos o cantamos el himno eucarístico del "Tantum Ergo" ("Adorad Postrados") o si visitamos por espacio de media hora el Santísimo Sacramento reservado en el Monumento para adorarlo. Las condiciones para ganar la Indulgencia son:
- Hacer la obra prescrita.
- Confesarse (una confesión vale para varias indulgencias).
- Comulgar (preferentemente el mismo día).
- Proponerse, ante Dios, no cometer pecados mortales y veniales con intención.
- Hacer una oración por el Papa Benedicto XVI (un Padrenuestro, una Ave María y un Gloria al Padre).
Buena explicación del jueves santo. Creo que los que nos decimos católicos no conocemos muy bien todo esto, aunque más que conocerlo, sería más importante vivirlo, cambiarían muchas cosas.
ResponderEliminarToño, nunca he entendido bien la indulgencia, según yo la confesión borra nuestros pecados para siempre. Dios no es como nosotros que perdonamos a medias además comulgar nos dignifica en un sentido que no entendemos.
Orar es bueno sea por quién sea, y hacerse un firme propósito de no pecar también. Más importante aún, es enmendar nuestros errores, poniendo en práctica el mandamiento del amor.
Mas que querer evadir la pena del purgatorio, todo esto supone un deleite del cristiano, servir y estar en comunión... creo que de esa pena se hizo cargo la confesión, según la fé, instituida por el mismo Cristo...
Hola Clemente:
ResponderEliminarEfectivamente, lo más importante es vivir la fe, y conocerla es el primer paso. Ojalá que esto te ayude a vivir mejor estos días.
A reserva de deciarle más tiempo a la indulgencia, pero funciona de esta forma: cuando pecas, tienes dos penas: la eterna (que es el infierno) y la temporal (una especie de restitución o reparación por el mal cometido). Cuando nos confesamos, efectivamente Dios nos perdona toda la pena eterna, regresamos a su amistad y Él no guarda memoria de nuestros pecados.
Sin embargo, no estamos puros, es decir, el pecado nos ha manchado y ha dejado una huella en nosotros que debemos borrar (la pena temporal). A través de la Eucaristía y los sacramentos en primer lugar (que como dices, nos dignifica en un sentido que no entendemos), de la oración (personal o en comunidad), el sacrificio, las obras de misericordia podemos ir purificando nuestro ser (vamos borrando poco a poco la mancha del pecado cometido, que insisto, ya fue perdonado, pero aún tiene consecuencias).
La indulgencia plenaria es una forma por la cual se borra toda la pena temporal (por eso exige la confesión, pues la pena eterna no la borra), nos purifica de la mancha.
Desgraciadamente, no siempre nos esforzamos por vivir una vida de acuerdo al Mandamiento del Amor, y pecamos. La confesión nos regresa la amistad de Dios, pero añun falta restituir, limpiar. Para ello nos ayuda la indulgencia. De cualquier forma, prometo hablar de ella más a fondo en otra entrada.
Gracias por leerme
Hola Toño:
ResponderEliminarInteresante exposición.
He estado leyendo los 3 post
El significado de los días santos los hemos dejado a un lado.
Saludos. Mañana de guardia
Hola Manuel:
ResponderEliminarEspero que todo haya ido bien en la guardia.
Efectivamente, perdemos el sentido de los días santos, y se quedan en una "tradición"... cuando en realidad si los vivimos bien nos ayudan muchísimo a crecer.
Saludos