domingo, 10 de abril de 2011

Entrada Triunfal



Con el Domingo de la Pasión del Señor (o de Ramos) comienza la llamada “Semana Mayor” o “Semana Santa”. Es una celebración llena de símbolos, de un significado sumamente profundo que pocas veces alcanzamos a conocer.
La gente suele ir este día a Misa porque se bendicen los ramos que ellos colocarán en las puertas de las casas como una “protección contra el mal” (cualquier parecido con un amuleto, es mera verdad). Yo he conocido gente que ha llevado los ramos de las vecinas que no pudieron ir pero que quieren sean bendecidos.
Debemos situarnos en el contexto original. Jesús ha predicado durante alrededor de tres años de Vida pública, ha hecho obras prodigiosas, se ha confrontando con escribas, saduceos y fariseos, se ha dirigido a judíos, samaritanos e incluso, paganos (nota: para los judíos los samaritanos ya eran paganos), ha formado unos seguidores (los discípulos y unos más cercanos: los apóstoles) y se ha atribuido a sí mismo títulos mesiánicos (que en los siguientes párrafos explicaré), generando así una expectativa en el pueblo.
"David". Miguel Ángel
Ateniéndonos a la historia, hacia el año 1000 a.C. se formó una monarquía poderosa que agrupó a los judíos bajo la égida de David, quien se convirtió en el prototipo de rey y fue depositario de varias promesas, entre ellas que un descendiente suyo iba a gobernar no sólo ese pueblo, sino que iba a ser el rey más poderoso sobre la tierra que jamás se haya conocido. El rito de nombramiento de un rey implicaba que era ungido por Dios (un profeta derramaba aceite sobre su cabeza). Después de David, su hijo Salomón construyó el Primer Templo de Jerusalén pero, por diversas cuestiones, a su muerte el Reino original se dividió en dos (Judea, en el sur y Samaria en el Norte). El primero en desaparecer fue el del norte (año 722 a.C., conquistado por los asirios), en tanto que el del sur sobrevivió hasta el año 587 a.C. (bajo el empuje de Nabucodonosor de Babilonia).
Desde entonces, los judíos en vano intentaron restaurar la monarquía, y los profetas se orientaron en mantener la esperanza de un Mesías (significa ungido) que vendría a restaurar el Reino de David y sería el heredero prometido desde antaño. Después de los Babilonios (y de un breve momento de autonomía), vinieron los griegos y los romanos (quienes pusieron al frente como rey a Herodes, un asmoneo).
Es en este contexto que los judíos esperaban inminentemente a un rey que los libraría de la opresión romana y cumpliría la promesa de los profetas (y la del rey David). Pero ellos lo concebían como un gobernante temporal, es decir, un rey 100% terrenal, que sería “Hijo de Dios” (ese es otro título mesiánico) por su cercanía con Él. Iba a ser un prodigioso militar que gobernaría a las naciones “con cetro de hierro y mano poderosa”.
Así es como reciben a Jesús: ellos entienden que se trata del Mesías prometido. Hasta ahí vamos bien. El único problema es que el Mesías que fue profetizado no era exactamente lo que ellos esperaban: su Reino no es de este mundo, su cetro es un yugo suave con carga ligera, sus leyes se llaman bienaventuranzas y su Misión es vencer al mayor enemigo del hombre: el pecado.
El pueblo lo recibe con palmas (como a un Rey) y le gritan “Hosanna” (sí, nosotros lo repetimos en el canto del Santo: “Hosanna en el cielo…”), es decir, “Sálvanos, te lo pedimos”. Ellos esperaban que los liberara del Imperio Romano, Él venía a liberarlos del pecado. Ellos esperaban un ejército numeroso, Él solamente traía doce apóstoles (de los cuales 1 lo traicionaría, 10 huirían y sólo 1 permanecería fiel) y algunos discípulos a los que encomendaría ganar el mundo para Dios. Esperaban un rey rico, Él no tenía “dónde reclinar la cabeza” e incluso su entrada triunfal la hace sobre un burro (¿Cuándo un rey ha entrado en burro?) que era prestado.
Los judíos, al descubrir “el capital” con el que contaba el autoproclamado Rey de los judíos, lo abandonan, lo olvidan y se sienten defraudados porque no correspondió a sus expectativas: de nada sirvieron los signos prodigiosos (curaciones, exorcismos, multiplicación de los panes, la resurrección de Lázaro, etc.), porque Dios no respondió a su necesidad de salvación: liberarlos de los romanos.
La liturgia tiene una característica: hace actual lo pasado, es decir, lo que alguna vez sucedió en el pasado, se repite y se vuelve a vivir en el presente gracias a los signos de la liturgia. Esto sucede para bien y para mal.
El Domingo de Ramos vuelve a ser la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, a la ciudad santa de Dios: a nuestra vida. De Él, esperamos que sea un Rey, pero, ¿Qué tipo de Rey? ¿Esperamos uno que viene exclusivamente a salvarnos del banco, del desempleo, de nuestros problemas económicos, familiares, sociales, etc.? ¿Esperamos un amuleto que nos protege contra el mal? ¿Un Rey que hace lo que yo le pido (si me das esto, voy a tal lado a visitarte, o cúrame, dame, y si no lo haces es que eres malo)? O en verdad estamos esperando al Rey que ha de venir a salvarnos del pecado.
Hay que tener todo esto en mente cuando, en el Domingo de la Pasión del Señor o de Ramos, participemos (ya sea que hay procesión solemne o no) en la Celebración, ya que eso significa que cada uno de nosotros reconoce a Jesús como su Rey, como el Mesías y le gritaremos Hosanna, sálvanos. ¿De qué queremos que nos salve? Si Él es nuestro Rey, ¿Hasta dónde estamos dispuestos a obedecer su Ley y escuchar su mensaje?
En el transcurso de la semana publicaré las entradas del resto de los días santos (sigue abierta la oferta de sugerencia de temas).
Te recomiendo, además, seguir el blog hermano https://www.facebook.com/LiturgiayTradicionCatolica/

4 comentarios:

  1. En la Iglesia de Chacao, en Caracas, se sigue esta tradición, desde tiempo de la colonia. Se baja la palma desde el Avila, la montaña que domina la cara norte de la ciudad.

    Siempre interesante tus entradas toño

    Saludos

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  2. Las tradiciones como esa fueron una forma de ayudar a enraizar la fe en la gente, lo cual, por lo que veo, aún sigue viva.

    Gracias Manuel.

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  3. Son palabras que te ponen a meditar, me da gusto que nos hagas confrontarnos con nuestras creencias.

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  4. Gracias Paco... como te comenté alguna vez, el objetivo es que vayamos más allá del creer por tradición, por costumbre a una fe que, una vez razonada, es vivida de forma consciente.

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