Cada año, por estas fechas, aparecen
las típicas frases o imágenes que llaman a “ayunar” de carne humana pues “ayunar”
de carne animal no sirve de nada, no ayuda a la persona. Este año se “agrava” la
situación porque el Miércoles de Ceniza cae el 14de febrero, día en que
tradicionalmente se “celebra” el día del amor y la amistad.
He leído en Facebook y en algunas
páginas católicas, la misma pregunta una y otra vez: ¿se debe ayunar? ¿No es
mejor no comer carne humana? Las típicas respuestas del católico mal formado es
“misericordia quiero y no sacrificios”, “el no comer carne no te hace mejor
persona”, “eso era una costumbre medieval” y un sinfín de afirmaciones, como
siempre, totalmente erróneas.
Partamos del punto que la penitencia
nunca, pero nunca, fue “menospreciada” por Jesús. Desde el ayuno de cuarenta
días y cuarenta noches en el desierto, hasta la invitación a los discípulos a “orar
y ayunar” para expulsar a los demonios hasta el mismo valor de su sufrimiento y
muerte en la Cruz para salvarnos a todos, la penitencia tiene un lugar central en
la espiritualidad cristiana; “Entonces Jesús dijo a sus discípulos: «El que
quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me
siga».” (Mt 16, 24).
Es verdad que el profeta Oseas (como
les encanta citar a los tibios) dice: “Porque yo quiero amor y no sacrificios,
conocimiento de Dios más que holocaustos” (Os 6, 6), pero la cita bíblica debe
leerse en su contexto totalmente. Mientras los ricos presentaban sus ofrendas
en el Templo, defraudaban al pobre, le robaban, explotaban a los trabajadores y
se enriquecían injustamente. La ofrenda que presentaban estaba manchada por el
pecado. Por eso el Señor reclama a su pueblo. Por eso pide piedad antes de
hacer el sacrificio. El sacrificio, por sí mismo, no salva.
La auténtica mortificación cristiana
no es un “faquirismo” ni un “estoicismo” (soportar el dolor), sino en realidad
es vista como una purificación necesaria para lograr la santidad. El ascetismo
(abstenerse de placeres lícitos) es una vía necesaria para alcanzar la
santidad. Ningún santo, en toda la historia de la Iglesia, ha dejado de llevar
una vida de mortificación y penitencia.
En su número 1249, el Código de
Derecho Canónico nos indica: “Todos los fieles, cada uno a su modo, están
obligados por ley divina a hacer penitencia; sin embargo, para que todos se
unan en alguna práctica común de penitencia, se han fijado unos días
penitenciales, en los que se dediquen los fieles de manera especial a la
oración, realicen obras de piedad y de caridad y se nieguen a sí mismos,
cumpliendo con mayor fidelidad sus propias obligaciones y, sobre todo,
observando el ayuno y la abstinencia, a tenor de los cánones que siguen”.
Debemos distinguir dos prácticas que
constantemente se confunden: el ayuno y la abstinencia. El canon 1251 indica: “Todos
los viernes, a no ser que coincidan con una solemnidad, debe guardarse la
abstinencia de carne, o de otro alimento que haya determinado la Conferencia
Episcopal; ayuno y abstinencia se guardarán el miércoles de Ceniza y el Viernes
Santo”. La abstinencia se relaciona con la ingestión de carne de res, puerco o
aves, exceptuando pescados y mariscos, en tanto que el ayuno se relaciona con
el número (y contenido) de comidas que se realizan en el día.
Un director espiritual que tuve, y
que estoy seguro que ya se encuentra gozando de la visión de Dios por la
santidad de su vida, decía que la auténtica penitencia cuaresmal (y de
cualquier tipo) era abstenerse de lo que ordinariamente es bueno, pero no que
no era correcto definir como penitencia “abstenerse de pecar”, puesto que esa
era la obligación durante todo el año.
El punto aquí es que la penitencia
es hacer algo extra, que nos cueste, adicional a lo vida de lucha contra el
pecado que ya hacemos. Estoy de acuerdo que no debemos “comer carne humana”,
pero esa debe ser la regla durante todo el año, no solamente durante la
Cuaresma. Sin duda, si tu ayuno solamente consiste en abstenerte de criticar a
la personas, ¿quiere decir que durante todo el año cometes ese pecado? Si es
así, tienes razón, en nada estás progresando en la vida espiritual y te
encuentras muy lejos de la santidad. Y la culpa no es del ayuno, sino de tu
pobre lucha espiritual.
Mucha gente argumenta “que los pescados
y mariscos están muy caros”. Es verdad, por el sistema económico los pescados y
mariscos se vuelven inaccesibles para muchas personas, pero la Iglesia manda
abstenerse de comer carne, no “comer un coctel Vuelve a la vida” o “Salmón
empapelado”. Igual cumple con la abstinencia de carne quien come una ensalada
con puras verduras, vinagreta y algún lácteo que quien come su ensalada de
atún.
El sentido de la mortificación está
en negarle a mi cuerpo, por amor a Dios, algo que es bueno. Si dejo de comer
carne de res pero como un coctel que me deja mucho más que satisfecho que un
filete, definitivamente no estoy cumpliendo el sentido espiritual de la
abstinencia y mucho menos el del ayuno.
A menos que alguien se encuentre
severamente enfermo (una persona anémica por ejemplo) o embarazada, a nadie le
hará daño privarse durante menos de 53 días al año (los 52 viernes más el Miércoles
de Ceniza, restando los que coincidan con alguna solemnidad) o sea menor de 14
años o mayor de 60, a nadie le hará daño dejar de comer un día carne y ayunar
(si ya ha cumplido los 18 años).
El ayuno consiste en hacer una sola
comida normal (lo que comeríamos cualquier día del año sin caer en excesos) y
que el desayuno y la cena sean lo más frugal posible (es decir, lo mínimo
indispensable). En algunos lugares se acostumbra desayunar sólo café (o leche)
y pan, eso es muy bueno si no eres amante del pan… porque entonces parece más
un “premio” que una mortificación. En esos casos (es el mío), se puede cambiar
el pan por una tortilla o algo que no te guste tanto.
Como una nota adicional, algunos “enamorados”
sienten que el día se les “arruinó” porque no podrán ir a cenar por el 14 de
febrero. Si esa es la visión que tienen, distan mucho de comprenden la forma en
que deben vivir cristianamente su noviazgo. El noviazgo, como preparación para
el matrimonio, debe ser motivo de santificación (y no motivo de pecado). Si los
novios no oran y se mortifican el uno por el otro, definitivamente no están
construyendo sobre roca firme, sino sobre una arena movediza que a la primera
dificultad hundirá a su familia. Sobra decir que, en el caso del noviazgo,
abstenerse de las relaciones sexuales y otras prácticas que van contra el sexto
mandamiento es algo que debe hacerse siempre (pues es pecado grave).
Existe la sana costumbre de hacer un
sacrificio durante la Cuaresma. Es bueno y sano para el alma. Recuerda que la
mejor mortificación la encontrarás en la oración y con la compañía de tu
Director Espiritual. Debe ser algo que sea lícito (permitido) y que te ayude a
alcanzar la santidad.
Espero que esta entrada te sirva
para vivir mejor la Penitencia Cuaresmal. Puedes revisar las entradas “Polvo” y
“Martes de Carnaval” para ampliar tu reflexión.
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Qué bueno encontrar este artículo con posturas tan firmes y arraigadas en el magisterio católico. Cuántos hemos caído en ese modernismo que se apodera de la Santa Madre Iglesia, cuántas veces proclamé ese ayuno de carne humana como único objetivo en la cuaresma y falté a lo que la iglesia mandaba por pura ignorancia y soberbia al creer que lo tenía todo interiorizado.
ResponderEliminarBendito sea el Señor por regalarnos una Madre como la iglesia, que nos da el alimento necesario para cada aspecto de la vida
Muchas gracias por su comentario. Por desgracia, el modernismo ha permeado en la Iglesia a diferentes niveles, ahora nos toca defender a nuestra Madre de tales errores.
EliminarEl blog cambió de página, puede seguirnos en las nuevas entradas aquí razonandolafe.wordpress.com