El día 25 de enero, celebramos la fiesta de la conversión del Apóstol san Pablo. Él, fariseo hasta la médula, perseguía a los cristianos, hasta que tuvo una visión de Cristo y, después de un proceso de conversión, solicita ser bautizado y se convierte en el Apóstol de los gentiles, es decir, el evangelizador de los pueblos no judíos.
Ese mismo día se concluye también el Octavario por la unidad de los cristianos. Fui ideado por el reverendo Paul Watson en 1908 (era un episcopaliano que se convirtió al catolicismo) con la intención de orar por la unidad de los cristianos en una sola Iglesia.
“Por "movimiento ecuménico" se entiende el conjunto de actividades y de empresas que, conforme a las distintas necesidades de la Iglesia y a las circunstancias de los tiempos, se suscitan y se ordenan a favorecer la unidad de los cristianos” (UR 4); sin embargo, en este momento histórico donde la “tolerancia” es mal entendida y usada como pretexto para ser permisivos, el ecumenismo puede desencaminarse de su intención original.
Hace unos días, la página de Facebook de una Parroquia de Guanajuato (México), publicó una desafortunada imagen donde mostraba a personas de varias religiones (recuerdo haber visto a un musulmán y a un protestante entre ellos) con la leyenda “porque todos somos hijos de Dios”. Además de los típicos comentarios “dulzones” (Amén, ¡qué bello!, etc.), algunas personas escribieron de acuerdo con lo que indica el Magisterio de la Iglesia, lo cual profundizaremos en esta entrada.
El Concilio Vaticano II (criticado por muchos, alabado por otros tantos, pero leído por casi nadie de ambos grupos), en la Constitución Dogmática sobre la Iglesia “Lumen Gentium” (LG) nos dice claramente quiénes son los verdaderos y auténticos hijos de Dios: “Los fieles, incorporados a la Iglesia por el bautismo, quedan destinados por el carácter al culto de la religión cristiana, y, regenerados como hijos de Dios, están obligados a confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios mediante la Iglesia” (LG 11): Es el bautismo, el auténtico, el que hace que seamos hijos de Dios.
La filiación divina no nos viene por el hecho de ser personas; sino derivado, en primer lugar, del sacrificio de Cristo en la Cruz, pues como lo dice el Prefacio de la Plegaria Eucarística II “Él, en cumplimiento de tu voluntad, para destruir la muerte y manifestar la resurrección, extendió sus brazos en la cruz, y así adquirió para ti un pueblo santo”. Pero ese don de Cristo no opera en la persona hasta que no es aceptado y recibido libremente por el Bautismo, por el cual “somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión” (CICAT n. 1213)
De manera errónea, se cree que la famosa frase “Extra Ecclesiam, nulla salus” (Fuera de la Iglesia no hay salvación) fue una verdad “corregida” por el Concilio Vaticano II. No hay nada más alejado de la realidad. Así lo afirma con toda claridad en LG yUR:
El sagrado Concilio […] enseña, fundado en la Sagrada Escritura y en la Tradición, que esta Iglesia peregrinante es necesaria para la salvación. El único Mediador y camino de salvación es Cristo, quien se hace presente a todos nosotros en su Cuerpo, que es la Iglesia. El mismo, al inculcar con palabras explícitas la necesidad de la fe y el bautismo (cf. Mc 16,16; Jn 3,5), confirmó al mismo tiempo la necesidad de la Iglesia, en la que los hombres entran por el bautismo como por una puerta. Por lo cual no podrían salvarse aquellos hombres que, conociendo que la Iglesia católica fue instituida por Dios a través de Jesucristo como necesaria, sin embargo, se negasen a entrar o a perseverar en ella” (LG 14)
“Solamente por medio de la Iglesia católica de Cristo, que es auxilio general de la salvación, puede conseguirse la plenitud total de los medios salvíficos. Creemos que el Señor entregó todos los bienes de la Nueva Alianza a un solo colegio apostólico, a saber, el que preside Pedro, para constituir un solo Cuerpo de Cristo en la tierra, al que tienen que incorporarse totalmente todos los que de alguna manera pertenecen ya al Pueblo de Dios” (UR 3)
La Iglesia católica es necesaria para la salvación. Los medios ordinarios de salvación están dados por Dios a Ella. Así de simple y cruda es la realidad.
Entonces, ¿Gandhi con todo su amor y humildad y el bien que hizo en su vida, se condenó sólo por no ser católico? Nadie puede afirmar sobre cualquier difunto que esté condenado (no hay “condenaciones”) porque siempre cabe, aunque con sus condiciones, la posibilidad del arrepentimiento y perdón (lo abordaré en una entrada posterior). Gandhi debió haber dado cuentas ante Dios de sus actos, en especial sobre si tenía “ignorancia invencible no culpable” sobre el origen divino de la Iglesia y su necesidad de salvación; en pocas palabras, si jamás en toda su vida fue capaz de descubrir que la Iglesia tiene un origen divino o si nunca ningún misionero, obispo, sacerdote, diácono o laico le habló sobre ello. Ambas opciones, las veo sumamente improbables, pero insisto, es Dios quien juzga sobre este tema.
¿Eso quiere decir que, el católico que abandonó la Iglesia para irse a alguna secta u otra religión, se condenará? Pues a menos que se arrepienta del grave pecado de la apostasía, creo que el Concilio y la doctrina constante de la Iglesia, son muy claras.
No se trata solamente de “ser bueno”. Recordemos al joven rico (Mc 10, 17-22):
Cuando se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?». Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre».
El hombre le respondió: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud». Jesús lo miró con amor y le dijo: «Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme». El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes.
La “bondad del corazón” es vacía, si no está rellena de Dios. Ser bueno está bien, pero no dejas de ser un filántropo, alguien cuya recompensa está aquí en la tierra. Cuando el motivo es Cristo mismo y el Evangelio, entonces esa “bondad” se vuelve “santidad”.
Seguiremos hablando sobre este tema, pero no caigamos en un falso sentimentalismo. Pésele a quien le pese, los hijos de Dios somos todos aquéllos que hemos recibido válidamente el Bautismo. Muy pocas sectas (es el nombre correcto) tienen un bautismo válido. Todos somos creaturas amadas por Dios, pero no todos han recibido la gracia del bautismo. Esa es la gran diferencia.
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Siglas:
LG: Constitución Dogmática sobre la Iglesia “LumenGentium” del Conclio Vaticano II
UR: Decreto "Unitatis Redintegratio" del
Concilio Vaticano II, sobre el ecumenismo
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ResponderEliminar¡LEE ESTO!
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Joaquín Gorreta Martínez 62 años