lunes, 27 de julio de 2015

Imágenes ¿Adoradas?

Es bastante común escuchar que “esta imagen es muy milagrosa” o ver a gente “frotando” una imagen (cuadro, escultura, etc.) o quien atesora una imagen en su cuarto o cartera e, incluso, le atribuye poderes de protección. Incluso puede ser que esto hayas visto que alguno de estos comportamientos los hace “el primo de un amigo”. 
Los protestantes, por otro lado, partiendo de una lectura literal del Antiguo Testamento han llegado a afirmar que estamos violando los preceptos dados a Moisés al adorar imágenes: “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás” (Ex 20, 4-5). Entonces, si el mandato de Dios es muy específico, ¿Por qué nuestros templos están llenos de imágenes?
Para poder interpretar correctamente cualquier texto bíblico, deben tenerse en cuenta tanto el lenguaje como el contexto histórico. La Palabra de Dios es dirigida a todos los hombres pero a través de un pueblo (en este caso, Israel) que tiene una realidad concreta (una cultura, una historia, un lenguaje, etc.) y que vive en un tiempo en específico. 
Dios mismo, 5 capítulos más adelante, ordena a Moisés hacer imágenes: “Harás también dos querubines de oro. Los harás de oro labrado a martillo, en los dos extremos del propiciatorio, (…) Habrá tres copas en forma de flor de almendro en un brazo, con un cáliz y una flor; y tres copas en forma de flor de almendro en el otro brazo, con un cáliz y una flor; así en los seis brazos que salen del candelabro.” (Ex 25,18.33). Entonces, ¿Se puede o no se puede? ¿Por qué en un lado prohíbe hacerse imágenes de todo y por qué en otro lo ordena? El secreto está en el “no te inclinarás ante ellas”. No debemos olvidar que Moisés, después de recibir los Mandamientos, bajó y descubrió que el pueblo se había forjado una imagen a la que le atribuían el haberlos sacado de Egipto (Cfr. Ex 32).
Cuando alguien se inclina, disminuye voluntariamente su estatura, es decir, se reconoce menor que la otra persona (o ante quien está haciendo la inclinación), se somete. En la cultura hebrea, como en muchas otras, es signo de reconocimiento de la divinidad, de tal forma que lo que está prohibiendo Dios no es la imagen en sí, sino el reconocer como divino una obra humana.
La adoración es el culto propio y exclusivo a Dios, a nadie más se le debe tributar. Representa el máximo reconocimiento al Creador, la máxima expresión de humildad, pues significa poner en su justo lugar a la persona humana, sin la pretensión del pecado original: querer ser como dioses.
Las imágenes en la vida religiosa representan un útil instrumento para acercarnos a Dios, pero, como en todo, hay desviaciones. Una, la más grave, es la adoración de la imagen y la otra, la superstición.
Comenzaré con la adoración. Ninguna imagen (sí, ninguna) es milagrosa. Ninguna escultura, pintura, vitral, etc. tiene la facultad de obrar milagros. El milagro es una facultad exclusiva de Dios (ni siquiera de los santos), Quien en su infinita sabiduría y misericordia decide alterar el orden de las cosas de una forma extraordinaria (eso es un milagro). De forma que “frotar” o poner en contacto una reliquia, una imagen, una escultura, etc. no genera un milagro; es la fe de la persona, que, junto con la vida de gracia y la intercesión de los santos “mueve” la misericordia de Dios para que actúe en su favor. 
El papel de la imagen, de acuerdo con la tradición de la Iglesia, es para ayudar al culto, hacernos cercana la figura de Dios, permitir apoyar nuestra imaginación (El Padre no es un viejito barbado ni el Espíritu Santo una paloma) para concentrarnos en lo auténticamente importante: la adoración a Dios.
Quiero recordar la definición de superstición que analizamos la semana pasada en la entrada Cadenas de ignorancia: “desviación del sentimiento religioso y de las prácticas que impone (…), por ejemplo, cuando se atribuye una importancia, de algún modo, mágica a ciertas prácticas, por otra parte legítimas o necesarias” (n. 2111).
Cuando creemos que una imagen es una especie de “amuleto” (medalla de san Benito, el san Martín Caballero, el san Judas Tadeo, la Cédula de san Ignacio de Loyola…) o que puede protegernos o atraer la buena suerte, el bienestar, etc. (san Antonio de Padua puesto de cabeza para encontrar novi@, las “velas” de los ángeles, etc.), estamos cayendo en la desviación llamada superstición (nuevamente).
En resumen: NO adoramos las imágenes ni debemos atribuibles “poderes especiales” bajo ningún concepto; cuando me arrodillo ante una imagen de Cristo crucificado lo hago porque representa a Cristo, reconozco la divinidad de Cristo y me someto a ella, no a la imagen.


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