domingo, 19 de julio de 2015

Cadenas de ignorancia


Es relativamente común que entramos a un Templo cualquiera, que abrimos nuestro correo electrónico, nuestras redes sociales, hasta el periódico mismo y nos encontramos un texto que casi siempre termina con “distribúyela y a los tantos días recibirás un milagro” o “pásala o tendrás mala suerte” o cosas así. Sí, estamos en presencia de una cadena. 
Esos mensajes que muchos de nuestros conocidos (y espero que no seas tú también uno de ellos) envían diciendo “yo no creo en esto pero sólo por las dudas” y que saturan todo tipo de medios no es otra cosa que superstición.
Hay dos tipos de cadenas, por así llamarlas: las no que no usan temas religiosos y las que sí. Comenzaré con las primeras. Atribuirle a una determinada combinación de actos o de hechos poderes “mágicos”, “sobrenaturales” o que van más allá de las leyes de la física, va en contra del sentido común: aún no veo cómo el enviar un mensaje a 10 contactos podrá redundar en que me saque la lotería y, aún en el remoto caso que ello sucediera, que fuera algo redituable para mí. 
Vamos usando las matemáticas. Asumiendo que la persona que me lo envió al principio fuera la primera de la cadena, y que sus 10 contactos la reenviaran a otros 10, el premio gordo de la lotería se repartiría entre 11 personas. Pero esperen, ahora el mensaje ha llegado a 100 personas más (10 por 10), y si a ellos también se les antoja el premio y lo reenvían a otros 10, pues ya se repartiría entre 111 personas (1+10+100). Si los 100 lo envían a 10, ya serían 1000 personas, y si estos lo reenvían a otros 10… Correcto, el premio mayor, por muy mayor que sea, se repartiría entre 1111 personas (1+10+100+1000)… y a este ritmo no me alcanzaría ni para recuperar otro boleto.
Desde antiguo el hombre ha querido transferir el gran peso que representa la libertad (que me permite elegir, pero también me hace responsable de mis actos) para transferirla a otros seres (animados o no, inteligentes o incluso, inertes). No nos sorprendamos, hoy en día hay quien no se pierde la lectura de su horóscopo o quien siguen enviando cadenas a pesar que jamás se ha sacado la lotería o se le han cumplido las “promesas” de la cadena.
Ni el reenviar, publicar en el periódico o dejar hojitas por todos lados hará que cambie nuestra “suerte”, si es que tal existe. Es más fácil soñar con alcanzar la riqueza con un solo clic en el botón “enviar” que trabajar arduamente para lograrlo.
Pero cuando las cadenas se vuelven sobre temas religiosos, se vuelven más graves. El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que “es la desviación del sentimiento religioso y de las prácticas que impone (…), por ejemplo, cuando se atribuye una importancia, de algún modo, mágica a ciertas prácticas, por otra parte legítimas o necesarias. Atribuir su eficacia a la sola materialidad de las oraciones o de los signos sacramentales, prescindiendo de las disposiciones interiores que exigen, es caer en la superstición” (n. 2111).
¿Es bueno orar? Por supuesto. ¿Hacerlo con frecuencia? Claro. ¿Invocando la intercesión de María? Vamos por excelente camino. Entonces, ¿Por qué una cadena de oración a la Virgen se vuelve superstición? El Catecismo lo dice con claridad: es una desviación, es atribuirle propiedades “mágicas” a algo.
Por supuesto que orar con frecuencia (diariamente) no sólo es bueno, sino es muy necesario, pero no es un “medio” para lograr algo mágicamente. Orar para pedir es muy bueno, pero cuando se convierte en una especie de “comercio” (“si tú me rezas tantas veces yo te doy esto…”) o de chantaje (“si ignoras este mensaje es que no me quieres” o, en peores casos llegué a ver en Facebook “Like/Compartir/Comenta=Dios, Ignora=Diablo”) se desvía y desvirtúa.
La auténtica oración nos acerca a Dios, nos permite ser mejores personas y, si Dios pide algo a cambio, es una auténtica conversión del corazón, no enviar su mensaje a toda la lista de contactos del Whatsapp. 
No hay que confundir la sana costumbre de rezar las “novenas” con las cadenas, ni la sana propagación de la devoción a un santo particular con cadenas. Rezar habitualmente para pedir un favor, pero con la conciencia de que en primer lugar se reza por amor, por el deseo de llevar una vida espiritual más profunda, por imitar las virtudes del santo a quien se está invocando, es un crecimiento en la vida espiritual. Pero si mi única intención es “obtener” algo a través del rezo mecánico, sin amor, sólo porque en las “instrucciones” dice repítase tantas veces, al séptimo día publique en el periódico, nos estamos alejando del auténtico espíritu religioso. Peor aún si, al incumplir, vienen castigos que harían parecer un inofensivo cachorrillo al peor de los tiranos.
No caigamos en el error, por no compartir (créanmelo, es mi deporte favorito), no pasará absolutamente nada. Si ignoran la imagen de la Divina Misericordia en la red social y no la comparten, no están aceptando a Satanás en su corazón: vale más que “compartas” la alegría de ser cristiano y el testimonio de una vida que imita a Cristo, que compartir mil veces una imagen en tu Facebook cuando tu vida dista muy lejos de seguir lo que san Josemaría Escrivá de Balaguer escribió en su libro Camino: “Ojalá fuera tal tu compostura y tu conversación que todos pudieran decir al verte o al oírte hablar: éste lee la vida de Jesucristo” (Camino, n. 3).
Para concluir, el Señor fue muy claro en este tema: “no todo el que me dice: «Señor, Señor», entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt 7,21). 


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