jueves, 24 de marzo de 2016

El año del gran perdón


Por diversas redes sociales, circula una cadena que habla sobre “El año del gran perdón”, que se da cuando, según dicha cadena, coinciden “los dos grandes misterios de nuestra Redención: la Encarnación y la Crucifixión de Nuestro Señor”, pues este año el Viernes Santo cae el 25 de marzo (fecha en que ordinariamente se celebra la Encarnación del Señor). De acuerdo con la misma cadena, esto sucede cada 141 años. Hay, de acuerdo con dicha cadena, una indulgencia que puede ganarse al visitar un templo dedicado a la Santísima Virgen, pues de ella nos vino Cristo en la Encarnación y en la Cruz nos fue dada por madre.
Si bien se trata de una reflexión inofensiva, en realidad es errónea por varios puntos. El primero, es que cada año es el año del gran perdón.
Cada Semana Santa, lejos de ser una oportunidad más para irse de vacaciones y “festejar”, es una oportunidad de perdón y reflexión. No es un momento triste, ni una semana de luto. Es cuando vivimos el misterio central de la fe: la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. De hecho el misterio central de nuestra fe es precisamente la Resurrección (no la Crucifixión), así lo afirma san Pablo: “Si Cristo no ha resucitado, vana es entonces nuestra fe” (1Co 15,14). 
El Triduo Pascual, cuyas vísperas comienzan con la Cena Vespertina del Señor (el Jueves Santo por la noche) y termina con la Solemne Resurrección del Señor, recordamos los grandes misterios de salvación y nos abrimos para el perdón de Dios. La salvación que en un tiempo se prometió a Adán y a Eva (Dijo Dios a la serpiente: “Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar” Gn 3,15) y que fue repetida a los profetas y patriarcas, y de la cual el pueblo judío estuvo en constante espera, ha llegado a nosotros en Jesús. 
En 1983, el entonces Joseph Cardenal Ratzinger predicó los ejercicios espirituales de Cuaresma a san Juan Pablo II y a la Curia Romana (esos ejercicios están editados en un libro llamado “El Camino pascual” de BAC popular, recomiendo mucho su lectura). En una de sus reflexiones, nos dice: “la muerte, sin el acto de amor infinito de la Cena (se refiere a la institución de la Eucaristía), sería una muerte carente de sentido; la Cena, sin la muerte, sería un gesto despojado de realidad. Cena y Cruz son, conjuntamente, el único e indivisible origen de la Eucaristía”. 
Sin embargo, insisto, no nos quedamos en la Muerte. Jesús no fue un profeta más, que murió y su obra junto con Él. Continua Ratzinger diciendo que “Cena, Cruz y Resurrección forman el único e indiviso misterio pascual. La Resurrección es la respuesta y la interpretación divina de la Cruz. Es una teología de la alegría victoriosa aun en este valle de lágrimas. La Cena sin la Cruz y la Cruz sin la cena carecerían de sentido; pero ambas serían una esperanza fracasada sin la resurrección, del amor más fuerte que la muerte”.
Estos tres días, pues, constituyen, cada año, el año del gran perdón. Como lo proclamamos en el Pregón Pascual de la Vigilia Pascual: “Esta es la noche que a todos los que creen en Cristo, por toda la tierra, los arranca de los vicios del mundo y de la oscuridad del pecado, los restituye a la gracia y los agrega a los santos”. “¿De qué nos serviría haber nacido si no hubiéramos sido rescatados?” “Y así, esta noche santa ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos”.
Por eso, cada año podemos vivir el gran perdón. Pero debemos entender el significado real de participar en estas celebraciones. No es ir a gritar y aplaudir al Via Crucis viviente, ni ir a una “Pascua” a cantar y llorar. Tampoco el flagelarse en la procesión del silencio. Mucho menos pensar en la devoción como un atractivo turístico más, que se organice “para ser la más importante a nivel nacional”. Ratzinger, en los ejercicios espirituales, nos da la pauta: “Al participar en los sufrimientos del Siervo de Dios, Israel concelebraba con Jesús la Eucaristía. Participar en Ella, comulgar, exige la liturgia de la vida, la participación en la pasión del Siervo de Dios”. En pocas palabras: hay que llevar a la vida diaria, hacer el esfuerzo por romper las cadenas del pecado y vivir como auténtico hijo de Dios. El perdón no es gratuito, exige arrepentimiento y conversión. Tal vez por eso es más fácil irse de vacaciones estos días que comprometerte a hacer un cambio en tu vida.
La indulgencia plenaria puede ganarse en estos días diariamente. Si quieres saber cómo, te invito a dirigirte a las siguientes entradas anteriores (para también comprender el sentido de cada día):
Jueves santo: Tres Regalos y Entrega Eterna.
Viernes santo: Cruz y Árbol noble y espléndido.
Sábado de gloria: Victoria.

Al principio de la entrada mencioné que había varios errores en cuanto a la cadena. Además de las observaciones propias de las cadenas (Cfr. Cadenas de ignorancia), tengo que decir lo siguiente:
  1. La Semana Santa es movible cada año (depende en parte del calendario lunar), por lo que no necesariamente cada ciertos años se repiten los días. A manera de dato, en 2005 (hace 11 años), el Viernes santo cayó en 25 de marzo.
  2. Litúrgicamente hablando, el Triduo Pascual está como número 1 en la Tabla de precedencia de celebraciones litúrgicas (la que determina qué sucede cuando se empalman celebraciones). Este año, la Anunciación del Señor se festejará hasta el lunes 4 de abril (dado que se atraviesa la octava de Pascua, que también tiene precedencia sobre toda fiesta). 
  3. No es una fiesta o celebración arraigada en la conciencia de la Iglesia, ni los Padres se han referido a ella en numerosas ocasiones. 
No quiere decir que entonces “no haya año del gran perdón”. Lo hay, cada año. Lo hay, en estos días. Sólo acércate con el corazón dispuesto y lo recibirás.


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