miércoles, 8 de junio de 2016

Los cuatro jinetes del apocalipsis


NOTA PREVIA: Esta entrada no tiene como objetivo denigrar, discriminar o emitir un juicio sobre personas concretas, sino entablar un diálogo, basado en la argumentación racional, por lo que cualquier comentario (a favor o en contra) que no siga este tenor, será eliminado.

Nos encontramos viviendo en el posmodernismo. Un período histórico que se caracteriza por ser un desencanto. ¿Desencanto de qué? Desencanto de todo. Es muy complicado establecer un inicio de esta época, puesto que en lo único en lo que los autores están de acuerdo es en que inició en algún momento del siglo XX. Es una época de corrientes de pensamiento contradictorias, que mezclan ideologías sin criterio aparente, en el que el consumismo y la tecnología ocupan un lugar preponderante. Cuestiona, sólo por cuestionar pero con poco fundamento racional, los modelos, los valores, la historia misma. Es un período histórico que, lejos de generar algo nuevo, vuelve al pasado sólo para repetir los grandes errores que cometieron. Pero, tal vez su característica más importante, son sus cuatro jinetes “apocalípticos” (en la entrada anterior mencioné otros tres): la democracia, la tolerancia, la inclusión y el subjetivismo.
Protágoras (485 a. C.- c. 411 a. C.)
Hablaré muy rápido de ellos, empezando por el último, el más poderoso, que curiosamente se opone al primero (la democracia). El subjetivismo es tan “posmoderno” como los antiguos griegos. Es tan nuevo, como Protágoras, el filósofo griego que murió hace 2400 años aproximadamente. Él afirmaba que “El hombre es la medida de todas las cosas”. Si bien hay una discusión importante sobre el significado real de sus palabras, lo más probable es que Protágoras pensara que el hombre era quien definía el “ser de las cosas”. No se refiere a que el hombre “nombra” a las cosas. Quiere decir que el hombre “determina” las cosas. Te lo pondré más fácil: yo puedo decidir qué es bueno y qué no lo es. ¿Te suena a la tentación original? “Serán como dioses” dijo la serpiente. 
A mis originales “amigos” “posmos” les encanta creer que su postura es nueva, que este jinete no tiene 2400 años de existir y entonces dicen que “nada es verdad, nada es mentira, todo depende del cristal con el que se mira”, o, cuando quieren verse más refinados, que no hay “verdades absolutas”, que “nadie puede poseer la verdad” o, cuando los presionas en terrenos en los cuales no son capaces de argumentar (en esencia, en ningún terreno pueden argumentar), que no seas intolerante y “no intentes imponer tu retrógrada visión de la realidad a los demás”. Pero no son capaces de ir más allá.
Así es el subjetivismo, que ha convertido al individuo, a cada persona concreta, en el juez supremo de esta época. Esta dupla de subjetivismo-individualismo lleva a situaciones absurdas, a la llamada “ética de las minorías”, en la cual los criterios de la ética se fragmentan hasta tener que proteger a todos, incluyendo a las minorías aún si esto representa un atentado al bien común de la sociedad. De esta forma, la ética deja de ser un referente del comportamiento y se convierte en un sinfín de casos particulares sobre los que hay que pronunciarse. 
El ejemplo típico está en los argumentos para permitir el aborto posterior a la violación. Si bien no hay cifras claras, diferentes fuentes estiman que entre el 2y el 5% de las mujeres que han sido violadas quedan embarazadas. Si bien ambas acciones son crímenes reprobables (la violación y el aborto), y dejando de lado que el aborto es un crimen aún mayor que la violación (pues implica el asesinato de un inocente por el crimen que un culpable cometió), ¿Es justo atropellar los derechos humanos del no-nacido para “beneficiar” al 5% de la población? Esto es ética de minorías.
La democracia, otro de los jinetes “posmos” curiosamente se opone, contradice y a veces se alía con el subjetivismo-individualismo. Si en el primer jinete lo importante es la persona, ahora la “colectividad” y la “estadística” es lo que manda. Lo que la mayoría mande (siempre y cuando vaya en contra de lo “tradicional”). Un ejemplo: legalización del consumo de drogas. “Hay que permitirlas, dicen, porque hay mucha violencia y mucha gente las consume”. ¿Desde cuándo la cantidad de gente que practica cierto acto lo vuele bueno o malo moralmente hablando? ¿Por qué, al hablar del matrimonio “igualitario” no se toma en cuenta la abrumante mayoría de matrimonios naturales que existen y que echarían por tierra, estadísticamente hablando, la existencia del matrimonio homosexual? “Es que ese es un tradicionalismo”. Es la respuesta del posmo.
La democracia griega, la original, no era en absoluto parecida a la que tenemos hoy. Los griegos entendían por “demos” (pueblo) a la gente educada, instruida, con un oficio y beneficio para la sociedad. Para ellos, era un deber del ciudadano participar y opinar informadamente en las discusiones que se llevaban a cabo en el ágora (la plaza). No cualquiera participaba. Ahora, la democratización se entiende como un “a ver qué dicen todos” sin establecer un criterio para la discusión. La promoción del abstencionismo electoral, por ejemplo, va en contra de la misma democracia. Es curioso el caso de cierta periodista mexicana, Denisse Dresser, que en 2015 promueve la anulación del voto y en 2016 habla de sus aspiraciones presidenciales. ¡Qué rápido cambian las cosas en un año!
No es círculo ni es cuadrado. Es un cilindro. Pero eso
no significa que sea "círculo" y
"cuadrado" verdadero a la vez
Si se quiere resolver todo a través de la democracia, hay un grave riesgo de atropellar valores fundamentales (como la dignidad humana) que pueden resultar incómodos a cierto grupo de personas.
¿Qué diremos de la inclusión? Es pariente cercana del individualismo. Primos podríamos decir. Ella siempre viene acompañada de su “gemela malvada”, la discriminación. Más que gemelas, son una especie de siamesas que son inseparables. Para el posmo, no pueden ser nombradas la una sin la otra ¿Qué significa? Mil y un definiciones en discursos políticos, en blogs, en las consignas que se gritan en las marchas de apoyo a las minorías.
Pero la única definición aplicable a este tema aceptada por la Real Academia de la Lengua Española es: “Poner algo o a alguien dentro de una cosa o de un conjunto, o dentro de sus límites”. Inclusión, en el contexto legal, significaría que la ley no “desprotege” a un grupo en particular. Si por ejemplo una ley penalizara las relaciones homosexuales con cárcel, sería un claro ejemplo de discriminación o de no-inclusión, puesto que está retirando la protección legal (está “sacando de los límites de la ley”) a un grupo de personas por una cuestión de preferencia sexual.
Sin embargo, una ley que reconozca como iguales el matrimonio entre hombre y mujer y la unión entre personas del mismo sexo, se ve como un ejemplo de “inclusión” cuando es un ejemplo de lo contrario. ¿Por qué? Porque arbritariamente y sin fundamento se está haciendo “iguales” lo que no lo es. Numerosos grupos se han pronunciado sobre este tema y no se trata de promover una ley “anti-homosexuales”, sino de no equiparar a la familia con lo que no es familia. Se está poniendo dentro del conjunto “familia” aquello que no pertenece. Sobre los argumentos de por qué no pueden ser equiparables, te invito a consultar entradas anteriores.
Dejaré al último de los jinetes, la tolerancia (y su siamés respeto) para la siguiente entrada, pues esta entrada ya se ha alargado demasiado.


¿Ya nos sigues en Facebook? En la página encontrarás frases diarias que te servirán para identificar la recta doctrina y podrás explorar con rapidez las entradas anteriores. Puedes, si gustas, compartir esta entrada en Facebook o Twitter en los iconos que se encuentran en la barra de la derecha. Además te pido que dejes un comentario con sugerencias de temas, para ayudarte a conocer más sobre nuestra fe.